No podía abstraerme de la crisis política de Bolivia. Hoy no comentaremos sobre temas relacionados con tecnología ni energía.
El 20 de octubre de 2019 se realizaron unas elecciones generales en Bolivia. Elecciones cuya legitimidad y legalidad estuvieron cuestionadas desde el inicio: una corte electoral no independiente y un contendor, el mismo jefe del Estado, sobre el que pesa un referéndum que expresamente le prohíbe correr por la presidencia.
Otro detalle del “lamento boliviano”: hay un régimen que lleva ya 15 años en la administración del estado. Es parte de la alianza socialista del foro de San Pablo.
Bolivia en 15 años de régimen izquierdista no aprovechó el boom de los buenos precios del petróleo –que van de la mano con los precios del gas, principal producto de exportación boliviano- y lo que hubo fue una fiesta del despilfarro, empresas estatales con pésimo modelo de gestión y la salud y educación postergadas.
Alguien habla del “éxito” económico boliviano. Discrepo. Y los expertos no me dejan mentir: en 15 años definitivamente quedó comprobado que ese “éxito” no es evidente. Basta ver cifras: Bolivia se encuentra en el 156º puesto del Doing Business 2019 de los 190 que integran este ranking, que clasifica los países según la facilidad que ofrecen para hacer negocios. Nadie hace negocios en lugares conflictivos. Durante los tres períodos presidenciales continuos del socialismo boliviano (2006-2019) desde 2014 hay déficit fiscal acumulado de 40% respecto al PIB, bajaron los “ahorros” internacionales acumulados durante el boom de buenos precios del gas y adicionalmente el Estado gastó 25% respecto al PIB. Exagerado gasto público con endeudamiento público, sumado a la obvia declinación de la producción hidrocarburífera (por baja inversión privada).
La economía boliviana refleja hoy hay alto contrabando y una economía negra del narcotráfico (¿alguien tiene datos: no creo que es economía subterránea?). Bolivia no es la Suiza de Latinoamérica, como prometió el socialismo, porque Bolivia mantiene su modelo exportador primario: elevada dependencia de la exportación del gas a únicos dos mercados. El régimen se dedicó –y continúa– a gastar: alta burocracia, empresas estatales que no funcionan y están financiando su gasto con crédito interno y crédito externo (caro), contra toda lógica.
En ese escenario se hicieron estas “elecciones” el 20 de octubre, mismas que están cuestionadas por fraude. El ingeniero boliviano Edgar Villegas junto a un equipo de expertos hicieron pruebas, que fueron validadas por expertos internacionales, y en una pequeña muestra –como él dice- “rascando la superficie” se muestra que el proceso electoral no fue transparente. Varios ex candidatos a la presidencia, legisladores y ciudadanos se han expresado por la anulación de todo el proceso, por la conformación de una corte electoral independiente y por una nueva elección. Eso sí de haber nueva elección el candidato proscrito de participar por mandato del referéndum de 2016 definitivamente no puede participar.
La novela boliviana del populismo está llegando a su fin. Aún tomarán algunos episodios más. Pero la gente está cansada. Una vez más se demuestra que el modelo socialista no funciona. Es romanticismo, despilfarro, abuso y autoritarismo.
Está comprobado que gobernar un país por más de una década no es saludable.
El mundo, quiero creer, no va a permitir que ocurra una Venezuela ll en Bolivia. Con Venezuela el mundo –y me refiero a las democracias liberales que tienen la obligación de ayudar a los menos desarrollados democráticamente– han fracasado y no creo que quieran fracasar de nuevo. La comunidad internacional ya habló: varios países, como Colombia, Estados Unidos y Brasil no reconocen ningún gobierno emergente de elecciones tachadas de viciadas.
Después de este sufrimiento queda la tarea de reconstruir Bolivia: con menos recursos, menos dinero pero quizá con la fuerza de recuperar la libertad.
Nuevamente los pensadores liberales antisocialistas como el latinoamericano Vargas Llosa y el gran hispano Escohotado tienen la razón: tenemos que defender al liberalismo como única forma de gobierno de sociedades modernas.
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