Apóyanos

Más violencia, más debilidad

    • X
    • Facebook
    • Whatsapp
    • Telegram
    • Linkedin
    • Email
  • X
  • Facebook
  • Whatsapp
  • Telegram
  • Linkedin
  • Email

Foto EFE

En la historia de la humanidad, el comportamiento deliberado que provoca daño físico o psíquico al prójimo ha sido constante compañero, manifestación ineludible de nuestra naturaleza, herramienta de dominación como expresión desesperada de ineptitud. Desde las primitivas guerras tribales, pugnas de conquistas, modernos conflictos armados, hasta los actos cotidianos de agresión, son vistos como medio para afirmar el poder. Sin embargo, al analizarlo revela que, más violencia no es sinónimo de más fuerza, sino de una profunda y creciente debilidad.

Su esencia, la imposición e incapacidad para resolver conflictos a través de la razón y el diálogo. Subyuga, controla y destruye lo que percibe como amenaza. No obstante, señal de perlesía para persuadir, dialogar o resolver conflictos por medios pacíficos. Quien recurre a la violencia admite carecer de pertrechos intelectuales, emocionales o morales para enfrentarse al otro en igualdad de condiciones. En este sentido, es un reconocimiento tácito de la propia insuficiencia, recurso de los débiles, respuesta ante la insolvencia de manejar complejidades a través de medios civilizados. Como argumenta Hannah Arendt en su obra Sobre la violencia, es un signo de impotencia política y moral. 

El filósofo francés René Girard, aporta una perspectiva al observar la violencia como un mecanismo mimético. La ambición imitativa, en la que, individuos y grupos comienzan a desear lo ajeno, genera rivalidades y conflictos. Este ciclo no es una demostración de fortaleza, sino de vulnerabilidad en la condición humana: discapacidad de aspirar y actuar autónomamente, sin estar sujetos a deseos y acciones foráneas.

Además, lejos de robustecer el poder, lo fragmenta y debilita la estructura social. El teórico político Thomas Hobbes reconoció que la violencia desenfrenada conduce a un estado de naturaleza, situación de guerra de todos contra todos, donde la vida es «solitaria, pobre, desagradable, brutal y breve». En un entorno dominado por la violencia, la confianza mutua se erosiona, las instituciones se desmoronan y la cohesión social se desintegra. Lo que parece un acto de poder se convierte en la semilla del caos y anarquía.

Al considerar la dimensión ética, el filósofo alemán Immanuel Kant argumenta que los actos deben ser juzgados no solo por sus consecuencias, sino por su conformidad con principios morales universales. Desde esta perspectiva, es intrínsecamente inmoral, ya que trata a los seres humanos como medios para un fin y no como fines en sí mismos. Utilizar la violencia es, por tanto, una manifestación de raquitismo moral e incapacidad para adherirse a principios éticos en situaciones difíciles. Esta instrumentalización del otro no solo es moralmente reprobable, sino que también deshumaniza al agresor, reduciéndolo a un ser incapaz de reconocer la dignidad inherente en sus semejantes.

La violencia refleja debilidad en el carácter humano. Aristóteles, en su Ética a Nicómaco, sugiere que la virtud reside en el control de las pasiones y en el proceder racional. La violencia, por el contrario, es una rendición a los sentimientos más bajos: miedo, ira y odio. Es un fracaso en el ejercicio de la razón y, por ende, una falta de virtud. 

Si examinamos estructuras de dominio que han utilizado la violencia como medio de control, encontramos una paradoja: cuanto más se emplea para mantener el poder, más frágil se vuelve. Un estado que gobierna mediante el terror y la represión crea un ciclo de miedo y resentimiento que, socava su legitimidad y estabilidad. Los imperios más brutales, como el Romano y la Unión Soviética, colapsaron bajo el peso de su propia brutalidad, inhábiles de sostener un sistema basado en la fuerza bruta.

La violencia es el recurso de quienes no pueden prevalecer a través de la razón y la justicia. La verdadera fortaleza reside en la capacidad de construir puentes, resolver conflictos mediante el entendimiento mutuo, y de reconocer la humanidad en los demás. Es un camino que conduce a la degradación tanto del agresor como de la víctima. Un ciclo que perpetúa sufrimiento e injusticia, debilitando a quienes la sufren, y a quienes la ejercen. Dejando cicatrices en el cuerpo, alma, tejido moral y social. La auténtica fortaleza reside no en la capacidad de infligir daño, sino en la de construir, sanar, entender y amar. La violencia es la antítesis del poder verdadero, que se basa en comprensión, cooperación, respeto mutuo y obediencia voluntaria.

@ArmandoMartini

El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!

Apoya a El Nacional