Por Antonio Pou[1]
“3 de febrero de 2125 —Hoy ha sido un día afortunado. He localizado en la playa una zona con alta concentración de granos de peticos[2], la mayoría como de medio milímetro, el tamaño preferido por los restaurants gourmets para aderezar las ensaladas de productos del mar. Solo he tenido que tamizarlos y lavarlos un poco para quitarles parte de la sal”.
(del Diario de un Plasticador, a publicar dentro de un siglo)
La figuración literaria parece un tanto extraña, pero lo es mucho más la noticia real que ha aparecido exactamente un siglo antes: un grupo de científicos ha estado analizando la presencia de micro y nano plásticos (MNP[3]) en el cerebro, hígado y riñón, en una muestra de 27 personas fallecidas en 2016 y en 24 fallecidas en 2024. Según los análisis, hay una fuerte presencia de MNP en las arterias y venas de esos órganos, pero su presencia en el cerebro es 10 veces mayor. Las muestras cerebrales son de la parte frontal, pero si se extrapolaran a todo el cerebro supondría algo así como una cucharadita rasa de partículas de plástico (humm, ricas, ricas).
Sí, han leído bien. Yo he visto el artículo original[4] y lo he repasado varias veces porque me producía horror pensar que mi sesera pudiese acumular plástico, y menos en tal cantidad. Las cifras hay que matizarlas mucho porque, en primer lugar, son pocas muestras y seguro que esas cantidades detectadas dependerán mucho de la edad de las personas y de donde vivan. Sobre todo, hay que tener en cuenta que las personas analizadas tenían demencia. En esa situación, la barrera cerebral contra la llegada de partículas extrañas no funciona como es debido y se producen inflamaciones en venas y arterias, que favorecen la acumulación de partículas.
En el estudio, la comparación de los resultados de 2016 con los de 2024 muestra un incremento del 50% en la cantidad de MNP. Esas partículas, sobre las que tanto se ha escrito, sabemos que están en este momento por todas partes y lugares: atmósfera, mares y tierra, desde el Ártico a la Antártida.
Las micro y nano partículas que encontramos por ahí no solo son de plástico, las hay también de muchas otras substancias, orgánicas e inorgánicas, naturales y producidas por los humanos. El diseño de nuestros cuerpos incluye filtros y barreras biológicas para garantizar que no lleguen productos extraños a las células del cerebro. El asunto es que, cuando se realizó el diseño del humano, muchas partículas que hoy pululan a sus anchas por el planeta no existían. Por tanto, los filtros biológicos probablemente no las reconocen y no funcionan con la eficacia original: tendremos que mutar y aprender a comer plástico.
A través de la respiración, el agua y la comida, llegan ahora a nuestras células substancias que eran desconocidas hasta hace muy poco. No sabemos bien qué efectos están teniendo en la salud de la población mundial y si tienen que ver con algunos problemas médicos que se están generalizando, como la carencia de vitamina D.
Lo que está claro es que: 1) estamos introduciendo una enorme cantidad de productos nuevos en la biosfera, poniendo en ello todo nuestro esfuerzo y entusiasmo; 2) no ponemos un esfuerzo equivalente en conocer sus efectos, los directos sobre nosotros y los indirectos a través de la respuesta de la biosfera (si afecta a los humanos es seguro que también afecta a muchos otros seres, ¿aguantarán el golpe o nos lo devolverán?), y 3) tampoco ponemos mucho esfuerzo en educar a la población a cómo usarlos ni en responsabilizarnos de su uso.
La noticia de los MNP trasciende el ámbito ambientalista, especialmente al de que tenemos que amar y cuidar a la naturaleza y cosas por el estilo. Si la contaminación nos está llegando al cerebro es que el asunto es de otra dimensión y eso es independiente de ideologías y creencias.
Hace mucho tiempo que con la contaminación superamos el punto de no retorno. No es posible renunciar a las substancias contaminantes porque forman parte intrínseca de la complejísima maraña socio-tecno-económica, gracias a la cual somos tanta gente en la Tierra. Para quitar un contaminante, generamos otro. Si quitáramos todos de golpe, lo que implicaría clausurar todas las fuentes de materiales y energía, la población mundial se diezmaría, colapsando el mundo que conocemos.
A mi manera de entender solo tenemos un camino por delante, aunque muy largo e incierto: tratar de mejorarnos individual y colectivamente. La posibilidad siempre está ahí, solo hay que mirar con realismo las potencialidades que las personas traemos de fábrica, esas que brotan espontáneamente hacia los siete años y duran poco[5]. ¿Por qué luego casi siempre languidecen y terminan por desaparecer, excepto en una minoría? Si una proporción suficiente de niños llegara a adultos manteniendo y desarrollando el ingenio y la creatividad que muestran en la infancia, nos encontraríamos en una sociedad diferente, sin necesidad de espantosos espectáculos circenses.
Esa reflexión no es nueva, ni mucho menos, filósofos como el andalusí Ibn Tufayl[6] o el suizo Rousseau y muchos otros han escrito y teorizado sobre el tema, bajo distintas ópticas. No es cuestión de revisar o discutir, por enésima vez, sus argumentos, sino que ahora disponemos de información neurológica, que ellos no tenían, sobre el funcionamiento del cerebro, y tenemos unas circunstancias y una cultura muy diferentes. Necesitamos revisar la cuestión bajo una óptica actual.
Un primer aspecto que me parece esencial considerar es la relación individuo/sociedad. Como individuos, venimos de fábrica con un enorme abanico de posibilidades en estado de semillas, dispuestos a plantarlas en cualquier grupo social que surja en este planeta. A poco de llegar ya te das cuenta de que no las puedes plantar solo, porque te sientes desvalido. Tienen que darte la comida y atender a todas tus necesidades. Afortunadamente, la tribu (entendida en sentido amplio hasta incluir las sociedades actuales) te atiende, y ya se ha cuidado durante generaciones de plantar semillas, de probar distintas formas de cómo vivir de un territorio y distintas formas de interaccionar socialmente.
El nuevo miembro que llega al planeta, con su paquete de semillas bajo el brazo, trae muchas veces sus propias intenciones. Por ejemplo, uno de ellos, bien conocido por mí, se empeñaba en renombrar a las cosas con una palabra nueva, o procedente de otra denominación. Cuando se le advertía de que ese no era su nombre, que esa palabra estaba reservada para otra cosa, aclaraba: “Pero es que yo la llamo así”. Es decir, no aceptaba las semillas que la sociedad había plantado y venía con todo el derecho a plantar las suyas propias.
Yo hice lo mismo de pequeño con un gran invento: atar entre sí las puertas de las habitaciones que daban al pasillo de mi casa, para que, al cerrar unas, otras se abriesen automáticamente. Además, la red de cuerdas aéreas que iban de un lado del pasillo, justo por encima de mi cabeza, constituía para mí una decoración elegante, que lamentablemente los mayores no supieron apreciar, ni tampoco supieron atravesarlas con sus cinturas.
La sensación que yo recuerdo es la de que traes contigo tu propio universo, tu propia realidad. No tenía la sensación de haber llegado a ningún “lugar”, en cualquier momento me volvía al mío. Simplemente cerrando los ojos este mundo de aquí desaparecía, no tenía existencia real. Era más bien un escenario en el que ensayar mis semillas.
No tardas mucho en darte cuenta de que la cosa no es así, que tienes que renunciar voluntariamente a muchos de los plantones que ya empezaban a crecer y que te toca regar las semillas que el grupo social cría. Si no quitas los plantones que no encajan con el cultivo de la tribu, te los podarán al ras, sin opción a protesta. Lo peor, es que ni se molestan en mirar si los plantones que tú traes sirven o no, te sientes ninguneado y terminas por tener que reconocer que sí, que efectivamente sí has llegado a un lugar, y que no puedes hacerlo desaparecer cerrando los ojos.
El nuevo miembro de la tribu carece de experiencia respecto a las posibles ventajas e inconvenientes de la planta que saldrá de la semilla, una vez se convierta en árbol y de frutos. La tribu, sin embargo, probablemente sí la tenga…, o puede que no. Normalmente en las tribus suele imperar lo de “Más vale malo conocido que bueno por conocer”. Experimentar es caro e incierto, y se reserva para las tribus pudientes. Además, si la tribu tiene una larga experiencia de ensayo y error, probablemente estará más que convencida de que las semillas que ya viene plantando son las más adecuadas. Por consiguiente, normalmente no está interesada en probar nuevos plantones y los tala frenéticamente.
Las condiciones sobre este planeta, tanto la dinámica de sus paisajes como de la biosfera, no solo no sin inmutables, sino que están cambiando permanentemente. Esos cambios, a diferencia de los cambios sociales, suelen ser lentos y pasan desapercibidos hasta que producen alguna catástrofe. Por tanto, una tribu, en buen estado funcional, debería permanecer atenta y estar ajustando permanente sus criterios de poda y probar más semillas del enorme banco que trae cada nuevo miembro.
La semilla que generalmente se necesita más es la del sentido común, tan necesario y tan frecuentemente olvidado, y también la de la creatividad, que debería ir asociada con la del sentido común. Es decir, el recién llegado no viene con las manos vacías, sino con un cofre de tesoros potenciales para toda la colectividad. Por eso se decía antes que cada niño o niña, trae consigo un pan debajo del brazo.
Las semillas artificiales, es decir, las nuestras, las de los adultos, son de ayer por la mañana y no sabemos qué, cuánto ni cuándo van a dar de sí, o de no, como está ocurriendo con los MNP y con tantas otras cosas. Si la tribu no quiere realizar su propio harakiri, no le queda otra que flexibilizarse y modificar sus criterios de poda para que se generen otro tipo de adultos y puedan trazar nuevos caminos.
Pero todos tenemos experiencia de lo difícil que es cambiar los procedimientos cuando las sociedades han hecho surco en la roca. Los discursos y las sesudas reflexiones sirven de bien poco y la sociedad cierra firmemente los ojos a la realidad, prefiriendo envolverla en el capullo de la fantasía.
Por otro lado, los nuevos miembros de la tribu traen semillas mentales, sí, pero no saben cómo hay que plantarlas, cuáles, dónde, ni cuándo. Es decir, una cierta poda siempre es necesaria. Si no se realizase, una excesiva proliferación de plantones diferentes conduciría fácilmente a un caos que impediría la fructificación. Como siempre, se trata de balancear las necesidades de la tribu con las de los individuos, atendiendo a las circunstancias globales. Por otra parte, los individuos a lo largo de la vida vamos identificando la necesidad de autopodas, para que no se nos desbarate el proyecto de vida.
Podar no es nada fácil y los podadores tienen en sus manos el que los nuevos miembros lleguen algún día a ser guías del bienestar y progreso de la tribu. Si no son diestros y capan lo que no deben, crean una sociedad de imbéciles ambiciosos que carcome y destruye la tribu. Los problemas que tiene ahora la humanidad, cada vez más importantes y acuciantes, sugieren que proliferan más el segundo tipo de podadores que los primeros. Da la impresión como si estuviésemos creando nuestra propia trampa, pisando una y otra vez sobre nuestras propias heces.
Para salir de esta trampa por ahora no tenemos otro recurso que tirar fuerte hacia arriba de los cordones de las botas, pero me temo que no funciona. Tampoco podemos esperar a que nos saquen del hoyo los extraterrestres. Pero quizá, o al menos es lo que se me ocurre, podamos explorar las paredes por ver si hay puntos de agarre, o podemos consolidar algunos puntos, o quizá localizar y ampliar algún hueco por donde escurrirnos. Cuantos más ojos seamos, mejor. Por mi parte, me propongo explorar en estos artículos los efectos, negativos y positivos, que ahora veo que producen ciertas podas al cabo de los años en el funcionamiento del individuo y de la sociedad.
En esa exploración, hasta ahora me han servido mucho los avances que el conocimiento científico viene realizando sobre cómo funciona nuestro cerebro, especialmente porque hablan el lenguaje de hoy, que es mi lenguaje. Pero a lo largo de la vida me está sirviendo mucho más el conocimiento tradicional que, a fragmentos y cachos, sobrevive entre nosotros transportado por personas que se deslizan por la vida observando mucho y hablando poco, y que te van señalando a dónde, cómo y cuándo debes mirar.
Aconsejado por ellas, no pretendo escribir un manual de autoayuda, porque yo soy el primero que lo necesitaría, ni tampoco intentar lucirme con un bagaje de conocimientos a medio digerir, pero la formación-deformación del mundo académico te empuja a ello sin darte ni cuenta. Por lo tanto, pido disculpas de antemano por si me equivoco de sendero.
Para intentar hablar de la poda neuronal hay que moverse por un mundo bastante conceptual que trataré de aliviar con referencias concretas a mi propia experiencia o a las de otras personas. Para describir los contextos, trataré de simplificar al máximo y amenizar en lo posible los aspectos científicos, pero no evitarlos porque de vez en cuando hay elementos en los que apoyarse, en vez de tener que recurrir a opiniones arriesgadas.
En la exploración pretendo buscar puntos clave del proceso de poda que fueran susceptibles de ser manejados de otra forma para construir individuos mejores. En esa exploración agradecería la contribución de los lectores para localizar y para contar situaciones concretas. Sin ella me tendría que limitar a los territorios que he recorrido, pero me encantaría deslizarme hacia otras experiencias —hay tantas como personas en el mundo, para ampliar la búsqueda de posibles mecanismos que nos muestren caminos factibles. No busco filosofías ni ideologías y similares porque suelen ser resultado de podas extremas, sino soplos de realidad constructiva que puedan tener relación con la exploración en el momento en que ocurren[7].
Empezaré la exploración en el próximo artículo con unas pinceladas sobre la idea que nos vamos haciendo del funcionamiento del cerebro. Hasta entonces.[8]
[1] El articulista de hoy, fue miembro de la delegación Española que participó en los tres primeros años del IPCC (el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas), también integró el Comité Directivo y en el Grupo de Respuestas Estratégicas. Actualmente realiza investigaciones sobre análisis automático de la circulación general atmosférica por medio de imágenes satelitales
[2] Peticos. Supongo que se trata de partículas pequeñas de plástico PET (Tereftalato de polietileno)
[3] El tamaño de los MNP va desde los 500 micrómetros a 1 nanómetro.
[4] https://www.nature.com/articles/s41591-024-03453-1, https://edition.cnn.com/2025/02/03/health/plastics-inside-human-brain-wellness/
[5] (Ver artículo anterior: https://bitlysdowssl-aws.com/opinion/pensamientos-infantiles/)
[6] Nacido en Guadix (Granada) a comienzos del siglo XII. Fue mentor de Averroes y autor de “La epístola de Hayy Ibn Yaqzan”, que en castellano se publicó con el nombre de “El Filósofo Autodidacto” y ja tenido una fuerte influencia en el pensamiento filosófico occidental. Por ejemplo, fue la fuente de inspiración para el Robinson Crusoe de Daniel Defoe.
[7] Si desea contribuir con algún comentario a la exploración, puede enviarlo a LaPodaNeural@gmail.com
[8] Este artículo es continuación de https://bitlysdowssl-aws.com/opinion/pensamientos-infantiles/
Ambiente: Situación y retos es un espacio de El Nacional coordinado por Pablo Kaplún Hirsz
Email: movimientodeseraser@gmail.com y web www.movimientoser.wordpress.com
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