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La lengua de las mariposas

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Hay momentos en la vida en los cuales nos confrontamos con realidades apabullantes, tal como experimenté al ser informada de la circunstancia de tener un nuevo guardián armado en la residencia que habito y al intentar conocer al personaje encuentro a una mujer joven con apariencia muy amable que me saluda “Usted también es maestra” y en voz muy baja desliza una frase que retumbó en mi conciencia: “En realidad soy maestra de profesión y vocación, tuve que abandonar mi querida escuela, no tengo otra alternativa que emprender este nuevo trabajo”. Una declaración que resume la magnitud de nuestra tragedia como sociedad.

Sabemos que aprender es un poder magnífico al cual nos libramos de infinitas formas. Adivinar la imagen de lo que puede ser un juez leyendo La pasión de Sacco y Vanzetti o también acercarse a la visión de lo que significa ser un maestro como enseña Fernando Fernán Gómez en el inolvidable filme La lengua de las mariposas. Cómo se puede enseñar y aprender sin violencia solo acudiendo a las fibras más profundas de un ser humano cualquiera, enseñar a respetar al otro solo por aceptar que es un ser sensible, o también mostrar el poder del silencio con el silencio, sin órdenes, revelando el infinito mundo de posibilidades que se despliegan en el silencio. Las duras contingencias que vivimos nos llevan a profundizar significados, entender que educar es forjar, dar alimentos para que la humanidad del ser brote y se expanda, un símil pudiera ser, prender la luz en una estancia en sombras, de allí lo sagrado de la tarea del maestro. Mientras más frágil, vulnerable y débil sea el maestro en la misma medida lo será el mundo en el cual convive. Podemos preguntarnos ¿cuál sociedad podrá ser más sabia y exitosa, aquellas donde se venera al maestro u otras donde se inclinan frente al poder y las armas?

Hoy sabemos que uno de los sectores más vulnerados, más débiles de nuestra sociedad son precisamente los maestros, aquellos seres cuya misión sagrada es conducirnos desde el inicio en la búsqueda, en el descubrimiento, en ese poder sagrado como es inventar, crear otra realidad a partir de una idea o una visión. 

La pregunta que formulo incesantemente es ¿cómo puede ser una sociedad sin maestros, o dónde los maestros arrastran su vida en la miseria, en escuelas abandonadas, con infantes débiles, mal alimentados, con familias en diáspora y pocas esperanzas? Maestros que sólo son defendidos por sindicatos y no por las familias que constituyen su mundo natural. El salario promedio de un docente en Venezuela es de 21,57 dólares al mes, según el informe del Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros (Cendas-FVM), mientras el costo de la canasta básica en septiembre de 2024 fue de 531,57 dólares. Este monto corresponde a la canasta básica familiar de alimentos para 5 personas. Los maestros junto con los médicos jóvenes forman parte vital del universo de venezolanos en la diáspora. Alrededor de 200.000 docentes en Venezuela abandonaron las aulas en los últimos años, según estiman las asociaciones gremiales. Una parte engrosó las filas de quienes migraron del país, otros cambiaron de profesión, taxistas, guardianes, vendedores en los mercados etc.  Estas cifras extraídas de la realidad nos plantean con mucha pena y tristeza el trasfondo del abandono de la profesión docente y el por qué miles de maestros forman parte de la diáspora venezolana enfrentada a infinitas dificultades, desvalorizados, alejados de su profesión y vocación.

Una sociedad puede ser fuerte militarmente, guerrera, sin rivales, pero si sus maestros están relegados u oprimidos, no tienen voz o son maltratados, nunca llegará a ser parte del maravilloso mundo de creatividad, cultura, ciencia y paz universal.

Esta amarga realidad la hemos aprendido del ejemplo histórico de sociedades que han pretendido implantar dogmas a la fuerza basados en conceptos que rechazan “el orden espontáneo” que conduce a los seres humanos a producir, intercambiar e inventar con libertad, tal como nos enseña Frederic Hayeck. “Quizás de entre todas las aportaciones de su pensamiento, desordenado e intuitivo, como él mismo lo calificó, se yerguen las relativas al orden espontáneo y a las instituciones sociales evolutivas. Ahora que sobre el mundo libre se vuelven a cernir las recurrentes amenazas intervencionistas, proteccionistas, nacionalistas y mercantilistas, sus enseñanzas en ese ámbito resultan de enorme actualidad”.

Hayek entendió que la sociedad libre se organiza de manera espontánea a partir de las decisiones particulares y empresariales que adoptan los individuos sobre parcelas específicas que les preocupan y, a su vez, dominan.

Pisando tierra de forma comparativa podemos afirmar que nuestros maestros están entre los peores pagados del mundo, sus salarios son de hambre, su posibilidad de superación es casi nula, no se premia en la ideología dominante la iniciativa y el esfuerzo sino la obediencia y la resignación. Mientras algunos países en el mundo se ufanan de considerar a sus maestros como seres de primera línea, respetados, apreciados sus méritos, nuestros maestros constituyen trabajadores no considerados, sin aprecio ni respeto del estado y muy poco de la sociedad.

Aquellos países que muestran los máximos indicadores del buen vivir tienen en primera línea a sus maestros. En Finlandia y otros países nórdicos donde la democracia es la manera natural de vivir sus maestros son vanguardia privilegiada, reciben a las nuevas generaciones y contribuyen a formarlos con sus mejores herramientas y posibilidades.

A la vez que debemos dignificar aquellas personas que eligen el oficio de juez y deciden enseñar que una sociedad con libertad se rige bajo el imperio de una ley que ha sido construida por las mismas personas que anhelan vivir en paz, debemos inclinarnos con respeto ante los que deciden que su gran tarea en el mundo es enseñar, es su vocación y se dedican en cuerpo y alma a cumplir esa aspiración.

Los maestros venezolanos forman parte del batallón de trabajadores más miserables de América Latina, su salario no alcanza para cumplir sus más perentorias necesidades y por supuesto para avanzar en la exploración del conocimiento de nuevas y distintas formas de aprender como el mejor legado que puede hacerse a cualquier generación. Basta decir que nuestros maestros se ubican en los estratos de mayor pobreza, lo cual delata cuán pobres somos como sociedad.

Dignificar al maestro por su noble oficio es otra de las grandes tareas que debemos cumplir en un proyecto de sociedad distinto. El liderazgo tiene la obligación de ubicar la dignificación del maestro como una de sus grandes tareas, no solo les corresponde a sus sindicatos protegerlos, es una obligación de nuestro liderazgo político, aquel que aspira a conducir el país por nuevos rumbos, luchar con todas sus fuerzas y sin descanso por lograr que nuestros maestros puedan comunicarse con la lengua de las mariposas que les permite alcanzar el néctar del reservorio espiritual que lleva por dentro cada joven venezolano.

Los maestros del futuro venezolano tienen sobre sus hombros una tarea inmensa sembrar una nueva conciencia y una cultura donde se valore tanto los niveles cognoscitivos de la razón y la ciencia como la siembra de valores y reconocimiento de que al final el gran objetivo es alumbrar conciencias, sembrar valores que contribuyan a la dignificación de nuestra entidad. Sabemos de antemano que las limitaciones económicas, la pobreza económica del maestro es superable de un plumazo, pero también debemos ser conscientes de que ser maestro en la Venezuela que aspiramos a construir es una inmensa labor de la cual debemos aprender todos, decidir sobre los mejores caminos y exaltar la posibilidad de poder ser un país de ciudadanos libres y moralmente responsables.

Que nuestros maestros sean las personas respetadas, preparadas, y remuneradas como les corresponde por ser vanguardia cultural y ética de primera línea del país, que puedan enseñar sin miedos la lengua de las mariposas. 

El trabajo del maestro no consiste tanto en enseñar todo lo aprendible, como en producir en el alumno amor y estima por el conocimiento”. John Locke

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