“Juzgan las cosas por los nombres y no los nombres por las cosas” Baruch Spinoza
Nicolás López Varela enseña Ciencias Políticas en la Universidad de Buenos Aires. Es, además, periodista y un excelente traductor del alemán. En 2012 tradujo el Cuaderno Spinoza, escrito por el joven Karl Heinrich Marx en Berlín, entre marzo y abril de 1841, durante el último año de su formación filosófica en la universidad. El texto traducido por López Varela viene precedido por un estupendo ensayo introductorio que tiene por objetivo despejar las dudas siempre dejadas por una buena cantidad de “etiquetas” que los manuales, breviarios, compendios y diccionarios -convictos y confesos por el crimen de lesa inteligencia- acostumbran ponerle encima al pensamiento y la obra de un autor como Marx. De hecho, son innumerables los stickers en cuestión. Tantos que difícilmente se puede reconocer la autenticidad del texto y del contexto originales.
En una larga entrevista que, a propósito de la traducción del mencionado cuaderno de Marx le hiciera Salvador López Arnal, Nicolás González -aparte de manifestar su contundente rechazo del supuesto anti-hegelianismo de Marx y de desmitificar la reiterada calificación de Marx como un ‘materialista’ tout court- sostiene que, más allá de Althusser y compañía, la relación dialéctica expuesta por Marx entre el ser social y la conciencia social -y en consecuencia, entre sociedad civil y sociedad política, o entre la base estructural de la sociedad y su correspondiente sobrestructura jurídica y política- tiene en la idea de la sustancia expuesta por Spinoza su punto de partida. Y, en efecto, como sostiene el traductor, de la sustancia spinoziana se pueden comprender dos atributos fundamentales: la extensión (la realidad) y el pensamiento. Dos términos que son inescindibles, pero que no deben confundirse -pues, como dice Spinoza, no es lo mismo ‘Pedro’ que la idea de ‘Pedro’. Pero siempre conviene tener presente que “el orden y la conexión de las cosas es idéntico al orden y la conexión de las ideas”.
De manera tal que, con independencia de la necesaria distinción que cabe establecer entre la realidad y el pensamiento, sin embargo, el uno y el otro son sus correspondientes espejos, la proyección en la cual no siempre lo que se es -o lo que se hace, dado que ser es hacer- coincide con lo que se piensa y se dice. Y ese es, por cierto, el problema esencial a resolver: remontar el “sueño dogmático”, provocar la fluidez de los términos que se han cristalizado, a fin de que se produzca, efectivamente, el reconocimiento, porque toda negación afirma, determina, por más que no se quiera aceptar.
Por ejemplo, una determinada concepción del poder no puede no ser compatible con el modo de producir que posee una determinada sociedad. Parafraseando a Spinoza, el orden y la conexión de la sociedad política es idéntico con el orden y la conexión de la sociedad civil. Marx afirmó que el ser social determina la conciencia social. Pero las determinaciones no poseen una sola dirección. De hecho, son biunívocas. Lo uno determina a lo otro y a la inversa. El polo Norte determina tanto al polo Sur como el polo Sur al polo Norte. Si un determinado régimen político promueve, durante más de veinticinco años, la destrucción del aparato productivo de un país, si le impone “controles” a la economía y sustituye las “fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción” por una política de puertos -y contrabandos-, sustentada en el rentismo petrolero y el populismo, con la premeditada intención de aplastar a la sociedad civil y “fusionarla” -absorberla- con la sociedad política hasta su militarización, es natural que esa sociedad ya no se pueda ver reflejada en su propia imagen. Incluso, es natural que ya no sea más un Estado propiamente dicho, porque ha perdido uno de los términos que constituyen su ‘orden y conexión’. Un polo norte sin un polo sur ya no es un polo. Simplemente, ya no es. Es un “no-polo”. Ha aniquilado al otro, ciertamente. Pero con su aniquilación se ha aniquilado a sí mismo.
En esos casos, las imágenes se interrumpen, se fracturan y se producen las ficciones. Ya no hay correspondencia entre los lados de la reflexión. Ese es, desde el punto de vista de la dialéctica del ser social y de su conciencia, la actual situación de Venezuela. Esa ha sido la labor especular -no especulativa- que ha llevado adelante la así llamada “Izquierda” venezolana. Ha roto la correlatividad de la proiectio; se ha quedado sin imagen, ya no es ‘la otra de aquella otra’; ya no mira ni es mirada. En fin, ya no es más que un vulgar vampiro, un “chupa sangre”, sin proyección, sin imagen posible. Y, al igual que el Estado que propició, su ser abstracto se ha hecho la nada indeterminada. De ahí que sus días estén contados.
Semejante lógica de las abstracciones permite sorprender a una “Izquierda” que ya no lo es. Ya no es ni Izquierda ni Derecha: es un “Snug”, acomodaticio y fascistoide, un acobardado “arruchadito”, una “tercera vía” que pretendía mostrarse como un nacional-socialismo nice, un “tertium datur” cuya condición marginal lo hace autoexcluido y del cual, aunque no sea tarea fácil, conviene salir lo más pronto, a objeto de rehabilitar la relación -el reconocimiento- de la sociedad civil y de la sociedad política, del ser social y de su conciencia. Cuando la izquierda deja de ser un movimiento que comprende su tiempo y sus circunstancias de manera consciente y racional; cuando sus fundamentos abandonan la “crítica histórica de lo existente”, la lucha por el reconocimiento de la democracia, la justicia social, el respeto a la diferencia, a la diversidad y a la tolerancia, para abrazar esquemas vacíos y frases sin tiempo, o para condenar, reprimir o asesinar en el nombre de infamias, enceguecidos por la ira y el resentimiento, por todo lo que le resulta diverso, entonces pasa a ser una izquierda que no lo es, porque ni sus convicciones ni sus acciones se relacionan con ésta. Es una izquierda que ha perdido su condición esencial: la crítica; que se ha extrañado de sí misma, que se ha vuelto –como diría Hegel- “positiva”, “fija”, porque ha perdido su capacidad de movimiento y autosuperación. Se trata, pues, de restablecer ‘el orden y la conexión’ indispensables, esenciales, para el funcionamiento adecuado de un nuevo Estado. Y de ahí que el nuevo Estado no se pueda sustentar en el simplismo del “voltear la tortilla”, en el “todo lo contrario” del presente, es decir, en la aniquilación -la abstracción- del reino absoluto de la sociedad política por el reino absoluto de la sociedad civil. Ese sería el mundo invertido -pero idéntico- del presente. No es posible eliminar los lados de una relación opositiva. No hay terceros. Eso sí: es prioritario ‘superarlos y conservarlos’. El recíproco reconocimiento, la nítida proyección de las imágenes, es la meta que reclama la creación de un nuevo Estado, centrado en la autonomía de los poderes públicos, garantes de la justicia, la libertad y la democracia.
@jrherreraucv
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