
Gustavo García Olivares, venezolano de 24 años de edad, murió tratando de cruzar el Río Bravo y sus padres tuvieron que ver el entierro por celular. Las fotos las sostienen activistas de DD HH que ayudaron en su identificación
Tres niños, dos de ellos hermanos, juegan en el patio de la casa donde viven los hermanos. Los padres están dentro de la vivienda. De repente escuchan una explosión y corren al patio. Encuentran a los niños, de 6 y 3 años, heridos. Les había explotado una granada fragmentaria que usaban como un juguete más, sin noción de su peligro. Los trasladaron a un hospital y tras su ingreso fallecieron.
El suceso ocurrió el sábado en el barrio San José de la población de Zaraza, en el estado Guárico. Nadie sabe cómo la granada se encontraba allí. En un reporte policial se indica que el área era territorio de operaciones de Johany Machuca, alias el Pepón, cabecilla de una banda criminal que acabó muerto en una operación policial-militar en agosto del año pasado.
Dos días antes, unos padres venezolanos siguen desde la pantalla de un celular el entierro de su hijo de 24 años en la ciudad de Eagle Pass, en el condado texano de Maverick, que limita al sur con la ciudad mexicana de Piedras Negras, en el estado de Coahuila. El joven Gustavo García Olivares se había ahogado en noviembre de 2023 en el cruce del Río Bravo.
La organización de derechos humanos Border Vigil, que desarrolla su trabajo en la frontera entre Estados Unidos y México, pudo lograr la identificación del cuerpo de la víctima venezolana y organizar el sepelio. Las reseñas periodísticas cuentan que el joven había salido del país en algún momento de 2023. Sus padres lo vieron vivo por última vez en un video en un tren que se desplazaba a alta velocidad hacia la frontera norte de México. El Proyecto Migrantes Desaparecidos de la Organización Internacional para las Migraciones, citado en el sitio web El Pitazo, ha contabilizado 6.438 fallecidos o desaparecidos desde 2014 en la frontera mexicano-estadounidense.
No hay conexión, en apariencia, entre un hecho ocurrido en Zaraza y otro sucedido a 4.000 kilómetros de distancia. Salvo que son víctimas venezolanas, unos apenas empezando a vivir; otro, en plena juventud. Los primeros pasando la tarde en el patio de una casa; el joven, buscando cumplir la promesa de ayudar a sus padres: ¿cuánto habrá visto, cuánto habrá padecido antes de encontrarse con la muerte? La vida en Venezuela, como cantaba Pablo Milanés, no vale nada. “La vida no vale nada si no es para perecer/ Porque otros puedan tener lo que uno disfruta y ama”.
¿Qué se puede esperar de un gobierno que distribuye armas entre la población? ¿Qué se puede esperar de un gobierno que usó a grupos de delincuentes para la represión? ¿Qué se puede esperar de un gobierno que expulsa de su tierra a millones y millones de hombres y mujeres, y niños y adultos? ¿Qué se puede esperar de un gobierno cuyo verbo miente y maldice, cuya palabra no vale nada?
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