La tragedia que vive el país en los actuales momentos fue que la gente cifró sus esperanzas de que el 28-J se respetaría la voluntad popular, una vez que no ocurrió esto, las expectativas se trasladaron al 10 de enero esperando que en esos seis meses se pudiera encontrar una solución para que se ratificara la expresión del soberano. Desafortunadamente, llegamos al 10 de enero y confirmamos, si es que podemos decir así, lo que Diosdado Cabello dice más o menos como cantaleta en su programa de TV y en sus declaraciones que “no entregarán el poder a la oligarquía de los apellidos y se quedarán…”. Pero en política una cosa es lo que se quiere y otra es lo que se puede.
La verdad es que lo ocurrido el 10 de enero ha generado en esta oportunidad más que una frustración es una enorme rabia colectiva reprimida peligrosa que puede estallar en cualquier momento si no se encuentra como canalizarla en los meses por venir, sobre todo, con el aislamiento internacional que se avecina y que puede arrimar candela a la crisis. No obstante, hay quienes piensan que tenemos ante sí, tres opciones para buscar solucionar la crisis política en la que estamos inmersos: Una invasión internacional, una acción interna violenta contra el gobierno o un diálogo político.
En sociedades civilizadas y no violentas como la venezolana, 25 años es más que una prueba, las acciones militares o las invasiones no traen más que odios, traumas y consecuencias terribles para las sociedades, a parte del destrozo físico del país, el tener que convivir con el invasor extranjero y si no, preguntenselo a los panameños que lo vivieron. Por supuesto, hay dos tipos de invasiones, la militar y la del supuesto país “amigo cooperante”. Ninguno de los dos los deseamos.
La otra opción política que tenemos es incendiar el país con manifestaciones protestas, paros, acciones desestabilizadoras, etc., que nos conducirá a mayores sacrificios de nuestra gente, cárceles, destierros, exilio, muerte porque se enfrentan al grupo que gobierna que no está dispuesto a poner la cabeza en la guillotina, que es la oferta de los radicales opositores, por lo que todo ser humano reacciona como mejor le parece que puede preservar su sobrevivencia y en política no es nada distinto. De allí que apostamos por la reconciliación entre los venezolanos.
El país ha demostrado no participar de la violencia, pero también no se deja intimidar por ella, aun cuando está claro que condena y aborrece el que la ejerce. El 28J y el 10E lo dejó clarito, de lo contrario estaríamos incendiados por los cuatro costados. Somos un país pacífico, pero la resistencia no es infinita, tiene límites.
Entendiendo lo que significan las dos acciones políticas anteriores, solo nos queda el camino civilizado de dialogar, por supuesto, un diálogo donde partamos por respetar la Constitución y la voluntad de los venezolanos. Comenzando de allí, todo es posible en política.
El G-7 se pronunció por una solución pacífica, democrática y negociada, lo mismo han manifestado Brasil, Francia, la propia Colombia, la Unión Europea. Los Estados Unidos de Trump, en principio, se espera que seguirá el mismo camino, aunque este sea empedrado. Está de parte nuestra que se asfalte el camino para llegar al final a la democracia que aspiramos de manera pacífica y en paz, y no por un quiebre político, económico y social que es lo que se vislumbraría.
La comunidad internacional no quiere el aislamiento de Venezuela, pero lo que sí quiere es que se respete la Constitución y la voluntad de todos los venezolanos y se cumpla con la palabra empeñada. Sus expectativas es que encontremos una solución que sea inclusiva y con garantías para todas las partes, que nos conduzca a la democracia que quieren y votaron todos los venezolanos
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