Luego de conocerse la noticia de la incorporación de Mario Vargas Llosa en la Académie Française, cinco «intelectuales» franceses publicaron una carta en Libération¹, un diario parisiense más de izquierda que de centro, por considerar que esta va en contra de los valores de lo que, al parecer, ellos entienden por «democracia», a saber, un sistema moldeado por las totalitaristas ideas que durante decenios han instrumentalizado oscuros personajes como Pedro Castillo, a quien de manera solapada defienden aquellos en su catilinaria, pero más allá de tal postura y de las muchas acusaciones con las que intentaron empañar el ingreso del nobel de literatura latinoamericano y miembro de la Real Academia Española al grupo de los immortels del que ellos no forman parte, incluyendo su actual respaldo a José Antonio Kast, un extremista que, como Gabriel Boric, no representa una alternativa para la expansión de las libertades de los chilenos, sino uno de los dos caminos que conducen a un futuro de deterioro institucional y, tal vez, de completa pérdida de su Estado de derecho, llama la atención el énfasis con el cual quisieron separar la figura de Vargas Llosa de una noción de «inmortal» que luce muy distinta de la que la corporación en cuestión ha definido como razón de ser de sus académicos en el marco de la misión que resume el lema À l’immortalité —de la lengua francesa— incluido en el sello que a ella le entregara su fundador, el cardenal Richelieu².
Da la impresión —y es solo eso, una impresión— de que semejantes paladines de un sinfín de valores (!), aparte de tomar soberbia por orgullo nacional, ven al nuevo miembro de la Académie Française desde un espejismo de «inmortalidad», camuflado de modestia, que los hace juzgarlo indigno de la condición de immortel, lo que, de ser así, no sorprendería por ser reflejo de esa suerte de patrón de oro de la «humildad» que se ha impuesto en estos tiempos, sobre todo en la inquisitorial «digitalidad», aunque no como aquella virtud que, sin reconocerla su poseedor como tal, sí lo hace reconocerse imperfecto, falible y con limitaciones, sino como una curiosa idea de superioridad «moral» y de perfección aneja a un torcido deseo de «aleccionar», principalmente en asuntos que en quienes se consideran de este modo «humildes» constituyen inmensos vacíos.
Es en la urdimbre de esa idea, de ese valor usurpador del de la auténtica humildad, donde se han venido entretejiendo las pequeñas y grandes acciones que componen la turbulenta dinámica de esta sociedad global, pues los «humildes» 4.0 mueven corrientes y crean meandros con lo que pasa por luz en extensas y densas brumas, y con ello valores como la verdad, la justicia, el mérito, la confianza y tantos otros se sumergen cada vez más en la oscuridad que es también sepulcro de la sensatez. Así, verbigracia, el peso de su «superioridad» es ahora mayor que el de la evidencia y la conveniencia combinadas, sus puntos de vista, no exentos de una miríada de prejuicios, son a un tiempo supremos tribunales y patíbulos, sus afinidades y ojerizas las medidas de lo que los otros «merecen», y sus hilos los forzados lazos que con gran precariedad mantienen ilusiones de unidad o trabajo en red. Y los indeseados resultados están a la vista, aunque la peor parte de las consecuencias de esta globalizada trabucación se padece en el mundo menos desarrollado, sobre todo en tiranizadas naciones como la venezolana, en las que la influencia de estos «humildes», precisamente por lo que implica su noción de humildad, acaba allanando con frecuencia el camino a la criminal labor de los opresores.
Esos «humildes» que hoy se presentan como defensores de la democracia y de los derechos humanos suelen perder de vista, en el autoengaño de una imposible perfección, su deriva contraria a la ética en la sentina de la delincuencia transnacional y de las mil distorsiones que brillan y aparentan lo que no son con los barnices de las nuevas tecnologías. El apoyo a lo insensato o la erección de las quimeras de su pensamiento mágico en guías de legiones de incautos se han convertido en su cotidianidad por carecer de los tamices de la duda que apunta al yo, de la autocrítica y de la posibilidad de mejora, y lo que condenan en otros, a menudo con razón, son incapaces de siquiera atisbarlo en su propio proceder, y de tal manera incurren en errores o perpetran crímenes de diversa índole que racionalizan con pasmosa facilidad.
El problema, claro, no es nuevo, y las señales de lo que terminó convirtiéndose en esta distopía impregnaron durante mucho tiempo el ambiente, cual mefítico vaho, entre sonrisas y aprobadoras miradas de «protohombres» más papistas que el papa. Recuerdo, por ejemplo, que hace unos cuantos años, en un importante evento académico, un conferencista que casi al final de su intervención narraba una anécdota, y sin que el sentido de sus palabras estuviesen en la línea de lo irónico o de lo hilarante, de pronto añadió a lo dicho: «Así, humilde como soy yo». Y a ello siguieron los aplausos atronadores y prolongados de sus fervorosos admiradores. Los «me gusta» del momento.
De ahí viene este lodazal.
Notas
¹ ITIER, César, et al. Faire entrer Mario Vargas Llosa à l’Académie Française est une erreur. Libération, 8 de diciembre de 2021 [consultado el 9 de diciembre de 2021]. Disponible en https://www.liberation.fr/idees-et-debats/tribunes/faire-entrer-mario-vargas-llosa-a-lacademie-francaise-est-une-erreur-20211208_XC3LJABHMVCWFDJI6N7RY6QYVM
² Académie Française. Immortel. En Dictionnaire de l’Académie française, 9.ª ed., vers. 3. París, Académie Française, 2021 [consultada el 9 de diciembre de 2021]. Disponible en https://www.dictionnaire-academie.fr/article/A9I0276
@MiguelCardozoM
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