Empezamos un año que se vislumbra difícil. Es el año en que deberíamos “cobrar” lo que conquistamos el 28 de julio: el camino hacia nuestra libertad.
Los obstáculos se ven sin duda insuperables. Tenemos años intentando superarlos. Esta vez, sin embargo, los venezolanos somos muchos y el deseo es indetenible.
Este año, como feliz coincidencia, el papa Francisco ha convocado un año especial: el año de la esperanza. Todos los hombres de buena voluntad pueden encontrar en sus palabras un aliento profundo para seguir adelante. Nosotros podemos profundizar en lo que significa este año para llenarnos de ánimo en nuestro peregrinar hacia la liberación de nuestra patria.
En la bula de convocación del jubileo ordinario del año 2025, el Papa Francisco comienza diciendo que “la esperanza no defrauda”. Se trata de una esperanza que se centra en Dios, en ese Dios que se ha hecho hombre para salvarnos. Si su muerte en la cruz nos ha salvado del pecado y del mal funesto de la muerte, el obstáculo más grande de la vida, ¿qué o quién podrá contra nosotros si nos unimos a El? Esta esperanza es, sin duda alguna, una esperanza cristiana; no una que se funda en un optimismo frágil, pasajero.
La esperanza cristiana tiene su fundamento en la firme creencia de que el mal puede ser siempre superado por el bien, pues ese Dios que nos ama no nos ha dejado a nuestra suerte. Nos busca, nos ayuda, nos sostiene: nos ha prometido que todo mal que nos aqueja no podrá con nosotros, ya que se tornará en un bien para nuestras almas. “Todo es para bien para los que aman a Dios”, como bien dice san Pablo en Romanos 8, 28, pues todo se torna en un bien para nosotros si no perdemos de vista que el mal nunca domina: “Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Rom 8, 31). Si la muerte, que es el mal por excelencia, ha sido superada por la resurrección de Jesús, ¿qué mal no podrá ser superado?
Son muchos los males que sufrimos en nuestra sociedad. Es mucho el dolor de los presos políticos y sus familias. Es mucha la pobreza y el hambre de miles de venezolanos. Todo, sin embargo, puede tornarse en un bien si no perdemos de vista que el mal nunca dominará al bien. Todo sucede por algo y de todo podemos aprender: todo nos está haciendo un pueblo más resiliente, más justo, más generoso y solidario. Todo nos está haciendo mejores si evitamos dejarnos llevar por el odio y la venganza. El país saldrá mejor parado de esta tragedia. Saldrá más transparente y renovado; más purificado y fuerte. Pero hay que seguir, hay que luchar con valentía, hay que caminar hasta el final. Hay que rezar y hacer el bien y, con esperanza, creer firmemente que Dios no defrauda a quienes se acogen a El. Así que, cuando no entendamos, apoyémonos en su regazo y digámosle que nos aumente la fe porque confiamos en El aunque no esté nada claro en nuestra inteligencia.
La esperanza, recordemos, nunca defrauda y el mal nunca domina, aunque a veces lo parezca.
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