Por SAMUEL ROTTER
En su famoso artículo Running wild, el escritor y periodista Hunter S. Thompson escribió: “Loco es un término del arte: demente es el término de la ley. Acuérdate de eso y te evitarás varios problemas”. En este caso, Thompson no estaba investigando la conexión entre locura y arte; solo fue irónico o sarcástico acerca de la relación tan extraña que existe entre ambos mundos. En definitiva, el arte ha estado vinculado a la locura desde hace siglos. En términos literarios, por ejemplo, tenemos a El Quijote, la primera novela, obra absolutamente disruptiva en la historia de la literatura, en la que acompañamos a un hombre loco a lo largo de sus aventuras reales pero alimentadas por sus propios delirios y alucinaciones. Pero a pesar de los múltiples escritos sobre el tema, el enigma continúa. Reconocemos algo sumamente extraño en la enfermedad mental, quizás porque es una perspectiva a la cual no tenemos acceso si no padecemos de ella; una limitación solipsista. ¿Pero qué y por qué nos resultan tan intrigantes? Algunos de los autores más estimados en los últimos siglos han padecido alguna variedad de enfermedad mental: Hölderlin sufría de demencia, Virginia Woolf padecía de trastorno bipolar, Sylvia Plath y Alejandra Pizarnik sufrían de depresión, Maiakovsky, Hemingway, Hunter S. Thompson, David Foster Wallace, Mishima, Kennedy Toole y muchos otros más se suicidaron. Ahora bien, a nivel mundial, las estadísticas indican que solo 11 de cada 100.000 muertes son producto del suicidio (1). ¿Cómo explicamos esta desproporción en el mundo literario y artístico, particularmente cuando se trata de figuras académicas? Incluso Carl Jung, padre de la psicología moderna, padecía de brotes psicóticos vinculados a su esquizofrenia, anotando y dibujando sus visiones y experiencias en un manuscrito impresionante llamado El libro rojo, recientemente publicado luego de haber permanecido en las sombras por cuarenta años en una caja fuerte en Suiza, ya que sus herederos no querían exponer la verdad acerca de la enfermedad mental de Jung, temiendo poner en entredicho sus teorías. Ocultar el conocimiento proveniente de una de las mentes más influyentes del siglo XX es inexcusable, aun tomando en consideración el estigma asociado a las enfermedades mentales.
Ante la noticia del diagnóstico de Jung, un posible crítico pudiese argumentar: “¿Cómo puede Jung ofrecernos un mapa de la consciencia si está enfermo? Su experiencia no es la del humano común y por lo tanto sus teorías de la consciencia solo aplican a él”. Quizá este razonamiento que parece lógico en realidad no lo sea. Las enfermedades mentales de los artistas mencionados previamente no les han impedido reflexionar profundamente. Incluso podríamos afirmar que la esquizofrenia de Jung le permitió indagar en su psicología humana como un psiconauta, y examinarse a sí mismo de una manera extraordinaria, creando una serie de alegorías, símbolos y metáforas capaces de ayudarnos a mapear, deconstruir y entender mejor nuestras conciencias. Esto no quiere decir que la esquizofrenia sea algo deseable o que posea un aspecto romántico; es una condición muy delicada que causa mucho sufrimiento al paciente y a su entorno. No obstante, decir que padecer esquizofrenia u otra enfermedad mental descalifica los pensamientos o la humanidad del enfermo, o que lo define de manera absoluta, no es correcto.
El modernismo y la locura
Según el psiquiatra americano Louis Sass, parte de lo que nos atrae de estados esquizofrénicos es lo que él denomina como lo inentendible. El estado esquizofrénico es totalmente inaccesible para la mayoría de la población y por lo tanto un misterio, a veces idealizado, otras veces estigmatizado, pero siempre atractivo a aquellos que indagan en los mecanismos psicológicos del ser humano. En su libro Madness and Modernism (Locura y modernismo) Sass afirma, que desde un punto de vista médico o filosófico, el término locura y esquizofrenia son prácticamente intercambiables en textos previos al siglo XX. Es este fenómeno mental el que creó el mito del loco y “la historia de la psiquiatría moderna es, de hecho, sinónimo de la historia de la esquizofrenia, la forma por excelencia de la locura en nuestros tiempos”. Hasta el día de hoy entendemos tan poco de la esquizofrenia (y la mente humana) que cualquier definición atribuible a la palabra resulta controversial. De acuerdo con Sass, la podemos denominar como “una pérdida de lo que en el occidente hemos asumido como las características más vitales de la mente: la capacidad de racionalizar y pensar de manera abstracta, de ser reflexivos y ejercer nuestro libre albedrío”. En otras palabras, perder la razón. Sin embargo, ¿si la esquizofrenia es una enfermedad, por qué le impregnamos un aura tan mística? Tal vez porque es común reportar testimonios de esquizofrénicos afirmando haber tenido acceso a otras dimensiones (muchas veces espirituales o místicas) y perspectivas inaccesibles, donde proclaman haber entendido los significados más profundos, de conceptos como la falta de tiempo, el mundo, Dios o la muerte, para citar solo algunos. Como seres sanos y racionales (un término que me resulta incómodo utilizar porque todos estamos trastornados de alguna manera) estamos inclinados al escepticismo en cuanto a declaraciones como estas, pero una parte de nosotros puede llegar a considerar que estos seres son privilegiados malditos; seres humanos que por razones desconocidas son capaces de traspasar las limitaciones comunes de la mente.
Nuestra obsesión con los estados esquizofrénicos (y el arte derivado a partir de ellos) está vinculado a nuestra obsesión con Dios y la vida. Aquel que indaga en la Biblia también pudiese indagar en testimonios esquizofrénicos. Queremos respuestas, y de tanto ser condicionados por religiones, estamos convencidos que residen en fuerzas externas. Sass argumenta que estas nociones son incluso exacerbadas por pacientes que suelen afirmar que sus experiencias son imposibles de describir a través de un lenguaje humano. En el siglo XX se observó un declive considerable de escritores religiosos y un surgimiento de poetas y artistas locos conforme a su sociedad conservadora. Pero una vez aceptados en los espacios culturales, estas mujeres y hombres se volvieron los nuevos sacerdotes; los nuevos guías para una humanidad devastada por una ausencia de espíritu, ahora escuchando un evangelio laico sin culpa, sin Cristo, en defensa del individuo y su libertad de pensamiento. Surgió el absurdismo y el automatismo, y se intentó cultivar una nueva manera de percibir la realidad. En palabras del pintor Giorgio de Chirico: “Existen más enigmas en la sombra de un hombre que camina bajo el sol que en todas las religiones del pasado, presente o futuro”.
Carta de Lord Chandos
Las enfermedades mentales han sido un elemento recurrente a lo largo de la historia humana y de la cual se pueden hacer dos distinciones: literatura que retrata locura (Don Quijote, El rey Lear) y literatura producida por alguien que padece una enfermedad mental (el poeta Hölderlin, por ejemplo). De las últimas tenemos pocas porque es un fenómeno relativamente reciente en el arte y resultan ser obras influenciadas por la condición sin pertenecer exclusivamente a ella. Es decir, la enfermedad le dio una perspectiva diferente, la cual fue comunicada, pero ese mensaje no está necesariamente comprometido con los mecanismos de su enfermedad, sino con los elementos que conforman la vida de la gran mayoría de los seres humanos. Todos los artistas ya mencionados han generado nuestra admiración porque nos hemos identificado con sus palabras y han sabido comunicar un sentimiento común en una metáfora hermosa, entendible y sencilla. Por lo tanto, ni ellos ni su trabajo son definidos por su enfermedad.
Cuando Hugo Von Hofmannsthal escribió Carta de Lord Chandos en los comienzos del siglo XX, el pensamiento occidental de la época gozaba de una era pos darwinista y en el mundo filosófico y artístico Platón finalmente se caía del pedestal junto a su amor por la razón, para dar paso a nueva investigación hacia lo irracional y oculto en el ser humano. De este derrocamiento surgirían Wittgenstein, Woolf, Proust, el dadaísmo, el arte abstracto, los futuristas, el surrealismo, el psicoanálisis y una nueva apreciación por estados alterados de consciencia. En la Carta, Von Hofmannsthal escribe: “… Es mi ser interior el que siento obligado a revelarte —una peculiaridad, un vicio, una enfermedad de la mente, por ponerlo de una manera— si eres capaz de entender que un abismo igualmente inaccesible me separa de mis futuros trabajos literarios y de aquellos que están detrás de mí: los últimos siendo tan irreconocibles que titubeo al llamarlos mi propiedad”. Muchos estudiosos de Hofmannsthal han definido su Carta como “un documento personal vuelto pieza de ficción alemana. Fue escrita en un punto clave de su vida. Su propósito fue declarar y enfrentar, y así superar, una experiencia personal”, algo que deberíamos tener en cuenta al momento de leer este fragmento:
“En aquellos días yo, en un estado continuo de intoxicación, concebí toda la existencia como una sola entidad: el plano físico y espiritual no parecían formar ningún contraste, del mismo modo me sentí sobre conductas bestiales y corteses, arte y barbarie, soledad y sociedad; siento la presencia de la naturaleza en todo, desde las aberraciones de la locura hasta los ritos españoles más sofisticados (…) en todas las expresiones de la naturaleza sentí a mi ser”.
Lo primero que notamos en este fragmento es la alusión que hace Sass acerca de “haber entendido los significados más profundos”. Concebir a toda la existencia como un solo ente es una frase que suele ser reportada por pacientes, al igual que, curiosamente, personas que han atravesado una experiencia psicodélica y/o religiosa. Incluso existen varias teorías que sugieren que muchas religiones pudieron haber sido iniciadas por personas esquizofrénicas que, luego de haber sufrido un episodio, escribieron su testimonio y creencias y las predicaron a sus comunidades. Ese es el caso hoy día en la India y varios países de África, donde se han reportado casos de pacientes esquizofrénicos plenamente funcionales que alegan haber atravesado experiencias positivas en las que hablaron con espíritus y dioses sin exhibir los patrones psicóticos de los pacientes occidentales, aludiendo al hecho de que la cultura juega un rol primordial en el desarrollo de estas enfermedades (2).
Existe una paradoja en la Carta de Lord Chandos que puede ayudarnos a entender mejor las contradicciones de la esquizofrenia. Allí, Lord Chandos escribe “soy absolutamente incapaz de escribir” y otras oraciones similares. Una justificación a esta oración paradójica puede ser encontrada en el libro de Sass. Argumenta que el poeta Hölderlin, quien según Sass padeció esquizofrenia por más de cuarenta años, pasaba períodos de tiempo siendo incapaz de comunicarse con oraciones coherentes y luego, casi repentinamente, volvía a un estado mental relacionable y capaz de producir algunos de los poemas más memorables de la Alemania del siglo XIX. Si ese es el caso, entonces Lord Chandos encaja dentro de esta categoría. Además, su relación complicada con el lenguaje también es típica en los pacientes, al igual que la asimilación y creencia de dos ideas contradictorias. De acuerdo con Sass, una vez que atraviesan estos episodios, reportan sentir que las palabras y los medios a su disposición son incapaces de expresarlos; lo cual no significa que no puedan intentarlo, como lo ha hecho Von Hofmannsthal, con la esperanza de que confiemos en su testimonio.
Lo esquizofrénico merodea entre lo racional e irracional, es una interzona inaccesible para el humano común, en el que las predisposiciones morales son desmanteladas y las construcciones sociales irrelevantes. Si habremos de empatizar con quien la padece debemos abrir la mente lo más posible y aceptar que estamos más cerca de ellos de lo que creemos. El estigma, como en el caso de Jung, nos ha prevenido ser honestos con el público acerca de la fragilidad de nuestra psicología. Sin embargo, no quisiera terminar colaborando con la idea de que es necesario estar enfermo o atormentado para ser un artista. Han existido incontables artistas maravillosos y exitosos que no han padecido enfermedades mentales ni leves ni severas. No es necesario estar enfermo para hacer arte grandioso. La esquizofrenia, al igual que la depresión y el trastorno bipolar, son condiciones que jamás deben ser idealizadas. Sin embargo, consuela reconocer la manera en la que un ser humano es capaz de convertir un dolor tan fuerte en algo conmovedor, capaz de generar empatía y entendimiento, dando paso a un mundo de menos estigma y el reconocimiento de que todos somos Quijotes en potencia, compuestos por una cordura más frágil de lo que creemos.
Notas
- De acuerdo con la OMS (2016)
- Viswanath, Biju, and Santosh K Chaturvedi. “Cultural aspects of major mental disorders: a critical review from an Indian perspective.” Indian journal of psychological medicine vol. 34,4 (2012): 306-12.
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