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Por SILVERIO GONZÁLEZ TÉLLEZ*

I

El problema planteado por Emeterio Gómez (1942-2020) en la cúspide de su obra trata sobre decisión y razón.

La producción de EG fue prolongada y variada, una parte de ella con formato académico y disciplinario, pero la parte más amplia, más importante y última fue escrita desde un enfoque transdisciplinario y difundida con finalidad educativa.

Él formuló problemas claves que abren la puerta a nuevos fundamentos para actuar, como ha sido remarcado por Daniel García (Posmodernidad, mística y religiosidad en Emeterio Gómez. La búsqueda de una fundamentación extrarracional de la ética. 2020).

Mi interés es tratar de presentar someramente lo que EG concluyó desde esa búsqueda intelectual y personal. Lo que quiso expresarnos de muchas maneras, especialmente en su último texto conocido (¿Qué es lo humano en ti? El olvido del Ser. 2012). Y, quizá, el lector pueda interesarse por estas preguntas y pistas que ofrece EG que tanto han significado para mí.

Si bien su recorrido fue largo y diverso, que lo llevó desde la economía, pasando por las ciencias sociales, hasta la filosofía, la estética, la ética y la teología, no es la discusión de autores, disciplinas o corrientes recorridas por EG lo que quiero enfatizar en estas líneas, sino al plano más vivencial posible de su propuesta, acompañado de algunos autores claves.

II

La respuesta de EG a su principal cuestión puede resumirse de la siguiente manera: el sentido de lo humano está en la creación del mundo de cada persona. Y ello es así porque estrictamente no necesitamos razones para escoger en el día a día de nuestras vidas. Hay situaciones vividas donde no podemos escoger, es cierto; en ellas estamos determinados por la naturaleza o la cultura, pero hay otras donde la decisión que tomemos resultará en mundos personales o grupales diferentes.

EG señala que es equivocado creer que son las razones los mejores fundamentos de una buena decisión. Equívoco que se remonta a la filosofía griega, y nos ha llevado a un momento extraviado de la humanidad como el actual. No cuestiona que la ciencia ha contribuido con creces al desarrollo humano. Sin embargo, cuando se trata de comprender la complejidad del ser humano termina fracasando. Porque el sentido que puede tener una vida conlleva su propia creación, y es indeterminado. La decisión en contextos prácticos específicos, podríamos decir, son actos de voluntad y creación que originan la vida que hacemos, su recorrido y narrativa.

Veamos el caso de un joven con posibilidades de decisión acerca de cuál rumbo toma su vida después del bachillerato, y ante la selección de carrera de educación superior. El chico tiene buenas razones para estudiar la carrera que sus padres le aconsejan, y con dicha escogencia podría garantizarse más seguridad laboral y quizá un futuro previsible; pero también le atrae estudiar algo diferente a lo que los padres proponen, que además implica irse de la casa familiar y de la ciudad natal, con un componente de esfuerzo, riesgo y aventura mayor. Se encuentra ante una decisión, y hay buenas razones para seleccionar una u otra escogencia. La decisión puede ser suya. Es un acto de ejercicio de voluntad y autonomía que crea diferentes vidas alternativas. Es una escogencia con buenas razones para cada escogencia, ya que ambas ofrecen mejoramiento profesional y personal. Es una definición de su realidad personal.

El planteamiento de EG pone primacía en la ética y lo espiritual de la persona. Lo cual lo llevó a encontrarse con el cristianismo. El libre albedrío, expresado en la escogencia de lo mejor, del camino de Dios, sitúa tal coincidencia. La cita de Mateo (5:46) de Jesús de Nazareth en el sermón de la montaña, “Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué mérito tiene?”, fue escogida por EG para ejemplificar esa posibilidad del poder humano en nuestra vida. Suena natural, racional, moral amar a quien nos ama, pero escoger amar a quien no conocemos o a quien nos odia también se puede, y coloca a la persona en otra dimensión.

Así, el bien en nuestra vida aparece como posibilidad cuando se practica la autenticidad con uno mismo, la verdad, no la razón. Verdad que surge de una voluntad situada en sus circunstancias. De un espíritu humano que selecciona su recorrido. Por eso el autor propone sustituir el “Conócete a ti mismo” del templo griego, por “Constrúyete a ti mismo”. O, si prefiere, referimos aquella línea del verso de Machado: se hace camino al andar.

El Deber Ser derivado de una teoría del Ser, como se señala en la orientación occidental de la filosofía clásica, implica vivir según abstracciones normativas y razones inferidas. Ellas impiden comunicar con el mundo social concreto. Una incomunicación con la existencia práctica, las otredades y con el desarrollo de la capacidad humana de valorar y crear la vida según valores. Para EG, siguiendo a los filósofos de la posmodernidad, esto conduce al serio problema de la castración de la principal capacidad humana.

Para EG la premisa filosófica que resume por qué estamos aquí es la expresada por Heidegger en su máxima: el Ser como “pura posibilidad de ser”. Testimonio de la imposibilidad de definirlo. De manera que el ser del humano, de la persona humana, no existe, no se puede definir en sentido permanente.

La estética, sin embargo, se pregunta EG ¿por qué sí ha alcanzado el estatus y reconocimiento como campo de creación ampliamente libre? Hoy la literatura o las artes plásticas recrean nuestra existencia. Nos señalan utopías y distopías más vivamente que las ciencias, como bien lo dice Fernando Mires (Sobre utopías y distopías. 2021). ¿Por qué no así la ética? ¿Por qué las virtudes se buscan inferir del conocimiento del ser? Y, si las virtudes y valores no se derivan ya de la ausente permanencia del ser, entonces ¿dónde encuentran su fuerza y su fuente? Esta es la cuestión clave que formula EG. Más aún cuando ha sido legitimada por un recorrido profesional y personal de economista, marxista, académico, filósofo, liberal, político, educador, religioso, pleno de autenticidad.

Es allí donde aparece la dimensión de la religión, en tanto terreno más elevado de lo espiritual y lo sagrado, como final del recorrido de EG. Ella surge como un requerimiento de comprensión de lo que podría ligarnos en tanto seres humanos. Ya no entendido como determinantes naturales insalvables y deducidos de la razón, sino en tanto juego de posibilidades y escogencias, en el cual el individuo se hace persona, se hace relación, se religa, a través de una comunicación con otros que da sentido al recorrido y al encuentro común. Lo valorado y su búsqueda como escogencia libre plena de gusto, esfuerzo, logro y sacrificio.

Esos actos de voluntad y creación, como los he llamado, interpretan la propuesta de “conciencia activa” de EG, la cual asume el mundo como co-creación. No se actúa solamente según la naturaleza de las cosas, se crea. El ser como posibilidad de ser se traduce en búsqueda, en impermanencia.

Pasamos de creernos Homo sapiens a sentirnos Homo creator, como lo denomina Christian Giordano (Homo creator. The conception of man in Social Anthropology. 2005), abriendo puertas a diferentes formas de prácticas conscientes de la creación y de la religiosidad, que para mí se asemejan a lo que Ernesto Laclau (Los Fundamentos retóricos de la sociedad. 2014) llama hegemonía o formación hegemónica, refiriendo a los vínculos que articulan todo lo social, que tienen un rol fundante de la sociedad, y constituyen “una instancia de radical contingencia en la que muchas otras decisiones podrían haber sido adoptadas” (2014: pág. 14).

De manera que los valores de la vida y del mundo no se contemplan y aceptan como dados, sino que también se actúan y se crean como parte de la obra de la creación. Es la persona o el grupo social que se eleva o se hunde en su camino de vida. Algo que no existía aparece sin explicación, por escogencia y esfuerzo de voluntad, en interpretación del Bien, de la Sociedad, de la Vida, de Dios, pero también del Mal.

Surge la cuestión acerca de ¿cómo se sabe qué es Verdad o Valor? ¿Cuál orientación seguir en una particular escogencia? La referencia, se reitera, es espiritual y práctica, vale decir por escogencia personal de lo mejor, relativo al caminar, hecho de avances y retrocesos. Una búsqueda de lo valorado, una sabiduría de lo bueno en su vida, de apertura al aprendizaje de los errores, de los próximos, de los diferentes.

III

La propuesta de Emeterio Gómez es una derivación del recorrido de la filosofía hasta nuestros días. Un impasse en el que la filosofía ya no es respuesta a futuro sino cierre final, y donde solo queda la práctica y la sabiduría del hacer, del ejercicio de una consciencia activa, de un espíritu que asuma la creación. Por lo cual se insiste en que EG, en sus últimos años de producción, no pretendía tanto un aporte filosófico como un despertar a la acción. De esa manera se entiende su labor educativa y difusora como decisión dirigida a la persona que escucha. No escribía para las escuelas de pensamiento, ni según las reglas de citación académica. Lo hacía con la fuerza de convicción con la que hablaba y al mismo tiempo atento a sus críticos y discípulos. Ciertamente, no podía decir lo que quería sin recurrir a su camino de trabajo personal, que fue la filosofía. Esta contradicción, que seguramente formaba parte de su propio esfuerzo espiritual, quedó impresa en la etapa final de las luces que el autor nos ofrece.

Una frase de EG comunica mejor esta síntesis de su obra: “El esfuerzo espiritual que tenemos que hacer para enfrentarnos al Mal inserto en nuestro Espíritu es mucho mayor del que —desde siempre— la Civilización Occidental había creído”. (Pie de página No.21 de la obra citada).

En esa aparente contradicción EG se asemeja a autores actuales con obras de gran tiraje mundial, quienes viniendo del trabajo académico dejan sus campos disciplinarios para entrar en las corrientes de la cultura y la transdisciplinariedad a través de escritos que responden e interpelan la sed de sentido de la humanidad. Muchos de ellos parten de una discusión con la ciencia y las disciplinas más actualizadas para pasar al terreno de la mente, la espiritualidad y la moral. Veamos solo dos, y sus relaciones con las preguntas de EG.

Es el caso de Yuval Harari, autor que apuntala una propuesta interpretativa de la humanidad en una trilogía de libros que comienza con De animales a dioses. Breve historia de la humanidad (2014). Sigue con Homo Deus. Breve historia del mañana. Y culmina con 21 lecciones para el siglo XXI (2018). Estos textos, algunos con millones de reimpresiones, giran en torno a cómo la capacidad comunicativa de creencias compartidas de Homo sapiens es el acicate de grandes formas de hacer y valorar en las diferentes culturas. Dichas creencias se vuelven relatos magníficos que jerarquizan, unifican, integran y permiten una colaboración en tiempo y obras que hacen historia. Pero Harari señala que no somos ese relato. Así, el libre albedrío pasa a ser otro relato más. Ya que es verdad que podemos luchar por escoger hacer lo que deseamos, pero, atención, no podemos escoger qué deseamos. Allí está nuestra debilidad, apunta el autor. Solo abordable a través de una profundización en la observación de nuestra mente. Y aquí no se refiere al gran despliegue de las neurociencias y sus indudables avances, sino a las “experiencias subjetivas” asociadas al cerebro, ya que la mente es otra instancia que no sabemos cómo se liga al cerebro (21 lecciones para el siglo XXI. Debate. 2018. p. 340).

Otro autor de libro de gran circulación es Jordan Peterson, quien, viniendo de la psicología clínica y la psicología de los mitos, se propone en 12 reglas para vivir. Un antídoto al caos (Planeta. 2020) abordar el “sufrimiento y transformación” que implica la existencia personal en el contexto mundial actual. Por supuesto, ya el título anuncia que un decálogo de valores está allí para guiarnos, sin embargo, el libro está escrito desde esas “experiencias subjetivas” de las que habla Harari, y de esas “decisiones” y “esfuerzo espiritual” frente al mal, que plantea EG.

Harari y Peterson abordan una problemática ya tratada una década antes por EG en sus publicaciones desde su propia perspectiva filosófica. Thaelman Urgelles lo apunta acertadamente en su testimonio escrito (Emeterio Gómez, Un Picasso del pensamiento. 2020). Todo lo cual me parece ratifica la pertinencia de la problemática y del aporte entregado por Emeterio Gómez.

Creo que nos toca a sus conocedores, amigos, lectores e interesados convertir sus interrogantes y propuestas en referencia inolvidable para nuestras propias vidas creadoras. Y adicionalmente, corresponde promover el rescate y lectura de sus escritos y trayectoria, a través de una edición de sus obras completas.


*Actualmente profesor principal 1 de la Universidad Nacional de Educación del Ecuador. Fue profesor titular de la Universidad Simón Bolívar. Email: [email protected]

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