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Las trampas del canon

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Por JOSU LANDA

«Para todos, la vida ha de ser cosecha, como frutos. Así lo quiere la Necesidad [Ananké]». Estas palabras de Hipsipila, una tragedia perdida de Eurípides, a la par de motivo ético muy caro a Horacio, pudieron haber sido la divisa de la andadura intelectual de Octavio Paz.

Paz cultivó a conciencia una variedad muy amplia de especies, en su fecundo huerto intelectual, y cosechó frutos de innegable valía.

Para 1990 –año en que le confirieron el Nobel– Paz había alcanzado las metas que se había trazado: ofrecer las claves de una interpretación de México y de las figuraciones de lo humano que gestó ese país, elaborar un sistema crítico imprescindible para los devotos de la poesía y las artes plásticas, autoconstruirse como tótem de una doble disidencia (contra la vieja izquierda y contra la vargasllosiana «dictadura perfecta» del PRI, pese a que investigaciones más recientes han debilitado mucho esta última dimensión), convertirse en referencia del pensamiento liberal-democrático al tiempo que las arriesgadas andanzas del militante comunista de la juventud se desleían en una zona poco grata de la memoria y, por encima de todo, no solo fraguar un universo poético único –de alto poder y suma vitalidad– sino encarnar al que acaso haya sido el último avatar del Poeta en Occidente. A fin de cuentas, el autor de La estación violenta, El laberinto de la soledad, Sor Juana Inés de la Cruz: las trampas de la fe, El arco y la lira, Tiempo nublado… cosechó como nadie en México y pocos en el mundo de habla hispana los frutos con los que, no solo pudo dar sentido a su existencia personal, sino que concitaron el asentimiento del alto tribunal intelectual de Estocolmo, para otorgarle el pase a los peldaños más elevados del canon literario y cultural.

En último término, el Nobel vino a ser para Octavio Paz la coronación de una biografía intelectual, que a la manera de los empeños de Heracles, en el cumplimiento de sus célebres trabajos, se afanó desde tempranas horas en encastillarse en la parcela más firme del solar canónico. De ese modo, el premio recibido de la Academia Sueca sirvió para que Paz consumara en todos sus extremos su canonización, a la par de que confirmaba y consolidaba su figuración como el último Poeta (con ‘p’ mayúscula) de nuestro orbe cultural, según un proceso descrito con sólidos datos y argumentos por Pedro Serrano, en su libro La construcción del poeta moderno. T.S. Eliot y Octavio Paz (2011).

Pero el canon es una trampa: una celada de la ilusión y la vanidad: promete eternizar la memoria del poeta, lo que a la postre será mera «sombra de inmortalidad», como llama Unamuno a la gloria y a la fama. Lo que hacen las instancias y procesos canónicos es retardar el verdadero destino de los artistas laureados: el de todos los mortales: el olvido. De ahí los vaivenes en la recepción de tantas obras, otrora tan apreciadas, hasta su disolución en el frío silencio de la desmemoria.

Los tiempos –siempre mudadizos, de por sí– cambian ahora con velocidad inusitada e irrefrenable. ¿Y qué es un cambio, en una tradición cultural, si no sesgo y capitulación en la memoria canónica: zarpazo de erosión en el aprecio de obras que alguna vez se estimaron sólidas, de aliento poco menos que eterno? ¿Qué viene quedando del Octavio Paz intelectual (esa combinación de profeta y sofista)? ¿Sus incursiones en el pensamiento y la teoría –con frecuencia, brillantes– aportan algo de real significación a unos 2500 años de filosofía y ciencias sociales y humanas, tan solo en Occidente? ¿Sus tesis políticas –muy pertinentes, en ocasiones– podrían cimentar alguna bandería o partido, en el presente y en el futuro siempre cercano, aun si contara con el apoyo de alguna vigorosa instancia de poder o de medios como Televisa (bastante demediada hoy en día)? ¿Cuánta vigencia puede quedarles a sus ideas acerca de México, ‘lo mexicano’, sor Juana y varios próceres de diversos momentos en la historia del país? ¿Algo de todo lo labrado, sembrado y cosechado por Paz en esos campos tiene verdadera trascendencia en el mundo actual?

Es la poesía lo que salva, por ahora, a Paz de un naufragio lento pero seguro. Son «Libertad bajo palabra», «Piedra de sol», «Blanco», «Nocturno de san Ildefonso» y otros poemas de ese temple los que pueden neutralizar y aun superar por un tiempo las seductoras astucias del dispositivo canónico. Eso sí: mientras en el mundo haya fidelidad al valor artístico; por ventura, cosa de difícil extinción. Aunque, con los vientos que soplan, quién sabe.

Ciudad de México, octubre de 2020


*Josu Landa (Caracas, 1953) es poeta y filósofo. Sus libros más recientes son Teoría del caníbal exquisito (filosofía) y Mundo Neverí (poesía), ambos de 2019.

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