Por Antonio Pou[1]
Morada de nuestro ser, sala de mandos de nuestro cuerpo, el cerebro es el rasgo que más distingue a los humanos del resto de los mamíferos. Para los antiguos egipcios lo esencial no era el cerebro sino el corazón, lo cual se comprende porque al corazón se le notan movimientos temperamentales, mientras que al cerebro no. Que sepamos, el primer científico que reconoce al cerebro como centro de actividad del pensamiento y de los sentidos fue Alcmeón de Crotona, en el siglo sexto antes de nuestra era.
El camino hacia el conocimiento del funcionamiento cerebral está siendo muy largo, y lo que nos espera, porque va de la mano de la tecnología, que es la que proporciona nuevas herramientas para la investigación y nuevos símiles con los que comparar lo que se va descubriendo. De momento, ha habido que esperar hasta la aparición de la era de la electricidad y más tarde de la era digital, para reconocer que el cuerpo está lleno de cables que emanan del cerebro[2], por donde debe circular corrientes eléctricas y algún tipo de software.
Ahora conocemos bastante bien los rasgos principales del cableado neuronal y cuándo pasa corriente eléctrica por las neuronas, pero sabemos muy poquito sobre la información que está pasando por ellas. Podemos hacernos una idea de la dificultad de investigar el funcionamiento del software cerebral, si intentamos seguir un partido de futbol en una computadora a la que se le haya estropeado la pantalla, a base de medir la corriente que pasa por sus tripas.
Sin necesidad de artilugios especiales, sin conocer la existencia de las neuronas, la humanidad ha acumulado a lo largo de milenios un considerable conocimiento del funcionamiento del software cerebral. Para emparejarse, para hacer tratos, para triunfar en el mundo del comercio y para miles de asuntos más, es esencial tener una idea clara de las intenciones del que tenemos delante. Eso es posible porque los gestos de la cara y las actitudes del cuerpo desvelan, en la mayor parte de las personas, una parte del funcionamiento cerebral: sólo hace falta una buena capacidad de observación y bastante entrenamiento.
Por ejemplo, se cuenta que los joyeros tradicionales mostraban a sus clientes las joyas sobre una tira de paño que iban desenrollando lentamente, dejando ver una a una, y enrollándolo por el otro lado. Mientras describían las virtudes de una joya, sin decir el precio, el joyero miraba atentamente los ojos del cliente a ver si las pupilas se dilataban más con alguna en particular. A continuación, cuando desenrollaba el paño en sentido contrario, diciendo cuánto costaba cada una, sabía dónde podía clavar la azada.
Por mucha cara de palo que pongamos, es prácticamente imposible evitar que, en algún momento, por breve que sea, no se produzca un cambio de los gestos de la cara, de la posición del cuerpo, o del tono de voz, que dé alguna indicación del estado emocional de la persona. La cara es el espejo del alma, se decía antaño, y no tendríamos literatura ni cine si no fuese así. Pero donde más se detecta lo que piensa una persona es en sus acciones, y donde menos en sus palabras, que se las lleva el viento con gran facilidad.
Por ahora, la neurociencia, a pesar de su detallado conocimiento del cableado cerebral y del funcionamiento de las neuronas, no ha contribuido gran cosa a mejorar el conocimiento tradicional de uso cotidiano. Mientras, da la impresión de que la sociedad urbana, en general, ha perdido capacidades en cuanto a lectura de caras y a la aplicación del sentido común. Lo digo porque la cirugía estética distorsiona las caras e impide leerlas, y porque parece que preferimos las palabras de un político a sus expresiones faciales que las contradicen.
Quizá haya contribuido a esa pérdida el mundo de la publicidad y otras disciplinas, que se esfuerzan en aplicar los conocimientos de la psicología para aprovechar los resquicios de la mente y condicionarla a su favor. El caso es que, colectivamente, estamos confusos y torpes para generar a tiempo soluciones a los muchos problemas que creamos sin parar, frecuentemente incitados por los vendedores de humo, que proliferan sin cesar.
Ese estado de confusionismo colectivo afecta en primer lugar a cada uno de nosotros. Vivimos inmersos en un océano de información, pero desconocemos para qué tenemos un cuerpo, para qué estamos vivos. Ante ese desconocimiento, a unos se les ocurre quitar y poner silicona y botox para seguir modas estéticas, a otros arriesgar la vida absurdamente, sin objetivo, o cualquier otra opción sin un propósito esencial, sin un mínimo de reflexión y sin prever posibles consecuencias personales, familiares y sociales.
¿Necesitamos aún más información para salir del estado de confusión en el que nos ha sumido un exceso de información no digerida? Probablemente no. Lo que claramente necesitamos es un cambio de perspectiva, que favorezca el proceso comprensivo y la activación del sentido común. Evidentemente eso no es una tarea fácil, de lo contrario ya estaría en marcha, pero siempre hay pequeños cambios que, de forma indirecta y con tiempo suficiente, pueden contribuir a un cambio significativo.
El cambio que propongo, a modo de juego, es vernos como un bio-robot. El símil no es muy exagerado porque todos los seres vivos lo somos, y a los humanos se nos monta en fábrica con las mismas piezas que a los demás mamíferos. En lo único que diferimos de ellos es en que nuestro cerebro es mucho mayor en relación con el tamaño del cuerpo, lo cual nos permite hacer cosas que los otros no pueden.
El software que mueve al bio-robot produce también nuestra personalidad. Un poco al estilo de la película Matrix pero, a diferencia de aquella, en la que cada uno podía elegir si vivir en un mundo real o virtual, el nuestro es siempre virtual, aunque nos movemos por un mundo real. Me explico.
De acuerdo con la neurociencia[3], nuestro cerebro, que es real, construye una representación virtual, un modelo de la Realidad, usando la información que extraen de ella nuestros sentidos. Unas células recogen información visual de las propiedades físicas y químicas de lo que nos rodea, y otras se encargan de proyectar con esos datos un esquema virtual en la sala de proyección de nuestra mente. El software de proyección simplifica y refuerza las líneas, al igual que yo hago cuando dibujo mis ilustraciones, para que distingamos mejor los contornos. Para distinguir mejor las diferentes partes, se inventa eso que llamamos colores, pero ignoramos si tienen existencia real como tal.
Lo que nos dicen al respecto los sensores que hemos fabricado, para adquirir información de la Realidad en otros sectores no cubiertos por nuestros sentidos, es que eso que llamamos colores corresponde a zonas diferentes de una propiedad que es continua y que llamamos “ondas electromagnéticas”. Podríamos haber teñido de rojo lo que llamamos azul, o en vez de la sensación “amarillo” haber usado para diferenciarlo un sonido, o un sabor. Son códigos convencionales que guarda el cerebro y que algunas veces se trastocan (“Sinestesia”, una alteración que se da en una de cada cien personas).
Lo mismo que ocurre con la visión, ocurre con los demás sentidos, que miden propiedades físicas y químicas y que los representamos, como todas las informaciones que recibimos, en nuestra sala interna de proyección virtual. Los sensores tecnológicos que nosotros construimos (termómetros, radares, etc.) amplían considerablemente el rango de los cinco sentidos, pero, aun así, no cubrimos más que una ínfima parte de la información que nos rodea. De todas formas, nuestro cerebro ha sido diseñado para interpretar los sensores biológicos y se atora cuando le enviamos mucha más información.
El software del que está dotado el bio-robot, contiene una aplicación a la que voy a llamar “ESOY” (Eso-Soy-Yo). Una parte importante de la aplicación está fuera del control de los usuarios, para que no hurguemos en los parámetros que controlan el hilo del que penden nuestras vidas (y aun así lo hacemos: alcohol, drogas…).
ESOY tampoco nos deja hurgar en los parámetros que controlan el funcionamiento de los órganos internos, los movimientos de las extremidades, etc. Los médicos y los cirujanos lo hacen, aunque de una manera un tanto tosca comparado con la sofisticación que traemos de fábrica, pero nos salvan de situaciones problemáticas, que es lo que necesitamos.
Otras partes de la aplicación ESOY sí nos deja intervenir, e incluso nos incita a desarrollar nuestro propio software. De esa manera podemos probar diferentes cosas, por ejemplo, para ver si son comestibles. A diferencia de los robots que fabricamos, que necesitan repostar en sitios específicos y de solo unas pocas fuentes energéticas, los bio-robots podemos repostar en muchas zonas del planeta, lo que nos facilita su exploración.
El bio-robot humano, por ahora el último modelo que ha salido de la línea de diseño, es el que tiene mayor capacidad de exploración. Conviene recordar que está fabricado con bio-piezas de esta biosfera y depende totalmente de ella, para alimentarse, y para todo. Gracias a nuestra capacidad tecnológica podemos ocasionalmente visitar otros lugares del espacio, pero no estamos diseñados para habitarlos.
A todo esto, me llama mucho la atención el tamaño y las capacidades del cerebro humano. Claramente, se nos ha diseñado para algo más sofisticado que para funcionar como otros mamíferos. Pero ¿para qué? Yo dudo que solo sea para crear un mundo digital y para hacer videoclips. Si fuese así yo diría que estamos sobredimensionados, cosa que yo no esperaría de equipos de bio-diseño tan sofisticados. ¿Sacar al mercado un sofisticado bio-robot, dejando a los clientes que prueben y encuentren posibles aplicaciones? No me parecería serio, la verdad.
Yo no he conseguido resolver en absoluto el enigma. Lo que sí observo, tras ocho décadas de trastear por el planeta es que, si miro hacia atrás al rastro retorcido y caótico de mi vida, se vislumbra una suerte de trayectoria coherente, que es difícil de explicar solo por azar.
Otros muchos han llegado antes a la misma conclusión, pero yo solo me he dado cuenta de ello hace muy pocas décadas. Sin embargo, si rebusco en mis recuerdos de infancia, puedo identificar allí la presencia de una suerte de semillas o de instrucciones básicas. Las trayectorias realizadas describirían sus esfuerzos a lo largo del tiempo, generalmente infructuosos, para intentar germinar. Quizá las órdenes ya estuviesen esbozadas en el ADN, pero no lo creo, porque en esas moléculas están las instrucciones para construir el hardware, no el software.
Es como si en la aplicación ESOY (Eso-Soy-Yo) hubiese un módulo dedicado al desarrollo de la semilla o semillas que cada nuevo ser humano trae consigo al venir al planeta. Ahí también están las instrucciones para desarrollar sus potencialidades como individuo y persona. A falta de no saber más de él, denomino “SEM” (semilla) a ese supuesto módulo, que está particularizado para cada uno, así que en mi caso sería SEMap.
Dada nuestra fragilidad, en comparación con la de otros mamíferos, solo podemos desarrollar SEM ayudándonos los unos a los otros. Unas personas tienden una mayor predisposición a la individualidad y otras a la parte colectiva, que requiere a su vez una serie de habilidades específicas y un software diferente, al que llamo “COL”, por lo del colectivo. Los dos software, SEM y COL, residen en cada uno de nosotros, cada uno pugnando por un hueco propio en el maremágnum neural del cerebro. Cuando uno de los dos, captura el espacio, convierte a la persona en un ermitaño, o en una personalidad que se acopla exactamente a la moda imperante. Tanto en un caso como en el otro, el resultado nos parece raro, porque solemos preferir un término medio.
Así como el módulo SEM lleva la impronta de la semilla que guarda, el COL es muy adaptable a todo tipo de circunstancias y configura eso que llamamos “cultura”. Como sabemos, la cultura se construye a partir de unas circunstancias particulares, muy influyentes, que se dieron en algún momento del pasado y empujaron o forzaron a una sociedad a marchar en una dirección. Pocas veces esa dirección se mantiene de forma rígida porque, a medida que pasa el tiempo, se debe ir adaptando a los eventos, aunque conserve algunos rasgos diferenciales. Yo diría que nuestra cultura se puede caracterizar como COLww (de White-Western) y se nos instala en ESOY aunque no seamos blancos, o ni siquiera occidentales.
Cada cultura marca un sendero propio que influye en el desarrollo del módulo SEM, de tal manera que favorece algunos caminos de los muchísimos susceptibles de ser hollados por los humanos, y desfavorece otros. De esa manera, se consigue que la mayoría de los miembros de una cultura remen en una dirección similar y la sociedad avance. Cuanto más exitosa es una cultura, más se insiste en aquellos aspectos que han conducido al éxito y más se restringe la disidencia, hasta que, en última instancia, todos los miembros van, codo con codo, remando por el mismo callejón, y con el SEM desactivado.
Los sistemas políticos dictatoriales suelen obligar a todo el mundo a que vaya por el mismo callejón. Sin embargo, en los sistemas tipo democráticos, se puede elegir por cuál callejón prefieres ir: si por este tipo de moda o aquel, este comportamiento social o este otro, que son los que están ya predefinidos. El resultado es que, desde el punto de vista del desarrollo del SEM individual, puede que no haya gran diferencia entre ambos sistemas. La única diferencia, pero muy importante, es que en los de tipo democrático no está prohibido seguir tu propio camino, aunque muchos no aprueben tu disidencia, pese a que tu objetivo último sea también el bien común.
¿Qué pasa cuando uno no ha realizado esfuerzos significativos en el módulo SEM? Yo obviamente no lo sé, pero, lo que sí me parece observar frecuentemente en la cara de personas mayores, es una expresión de perplejidad y de frustración, como preguntándose: ¿Qué he hecho yo con mi vida?
Por otro lado, cuando SEM no se desarrolla, la creatividad tampoco lo hace. Todo grupo sociocultural necesita que exista una cierta cantidad de creatividad porque puede contribuir al avance colectivo. Por otra parte, la creatividad es imprescindible, porque la trayectoria socioeconómico-cultural se efectúa sobre un paisaje natural y unas circunstancias cambiantes, que obligan a la sociedad (si quiere sobrevivir) a ser flexible y a buscar constantemente nuevas alternativas.
Ahora mismo, COLww presenta múltiples situaciones problemáticas. En estos momentos, tenemos una globalización en crisis, problemas políticos y socioeconómicos, serios problemas ambientales y poblacionales. Lo peor no es eso, sino que hemos sido inducidos-obligados por las circunstancias, a sacrificar una parte importante del desarrollo SEM de los individuos, al instalarse en nuestros ESOY unas potentes, aunque frágiles, versiones de COLww. Esta circunstancia nos está llevando, aparentemente sin remedio, a una situación muy problemática.
¿Tenemos suficiente creatividad como para evitarla? Parece que sí, o bien podríamos incentivarla. ¿Tenemos flexibilidad suficiente en nuestras sociedades como para permitir que COLww, evolucione a COLxx, buscando derroteros más factibles para todos? Da toda la impresión de que no.
¿Estamos en un callejón sin salida? Puede que sí y puede que no. Todo depende, según yo lo veo-entiendo-intuyo, de si somos capaces de prestar la atención necesaria y respeto a las condiciones biológicas que necesita el SEM para el desarrollo eficaz de los nuevos miembros que llegan a este planeta, y en intentar reactivar el SEM en todas las etapas de la vida de adultos. Para eso conviene echar un vistazo a nuestro cerebro y a las etapas de su desarrollo, que no se completa hasta los veintipocos años.
Si estás interesado en esta exploración, te sugiero que nos veamos en el próximo artículo, que procuraré sea más ligero que este y con ejemplos más concretos. Mientras, si tienes observaciones o sugerencias, son bienvenidas en LaPodaNeural@gmail,com.
Ambiente: Situación y retos es un espacio de El Nacional coordinado por Pablo Kaplún Hirsz
Email: movimientodeseraser@gmail.com y web www.movimientoser.wordpress.com
[1] El articulista de hoy fue miembro de la delegación española que participó en los tres primeros años del IPCC (el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas), también integró el Comité Directivo y en el Grupo de Respuestas Estratégicas. Actualmente realiza investigaciones sobre análisis automático de la circulación general atmosférica por medio de imágenes satelitales
[2] La ilustración del artículo anterior https://bitlysdowssl-aws.com/opinion/la-neurona-de-lo-plastico/ representa a Santiago Ramón y Cajal y a uno de sus dibujos, al que maliciosamente modifiqué añadiéndole una botella de plástico. Cajal obtuvo el Nobel de Medicina en 1906 y fue el primero que reconoció la naturaleza eléctrica de las neuronas. Sus ideas todavía siguen vigentes en la actualidad.
[3] Rafael Yuste (2024). El Cerebro, el Teatro del Mundo. Es un magnífico libro divulgativo realizado por uno de los más importantes neurocientíficos del mundo. La mayor parte del libro se puede seguir bien sin un conocimiento previo del tema.
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