La primera metodología para el abordaje y resolución de problemas matemáticos apareció por allá por 1945, hace 79 años, con el libro de George Pólya (1887-1985).
En Como resolverlo (How to Solve It, Princeton, 1945) Pólya proporciona una heurística general para resolver una gama de problemas, incluidos problemas no matemáticos. El libro incluye consejos para enseñar matemáticas a los estudiantes y un mini glosario de términos. Fue traducido a varios idiomas y reeditado cualquier cantidad de veces y todavía se utiliza en educación matemática. Los programas de inteligencia artificial Automated Mathematician (1977) y su secuela Eurisko (1983), de Douglas Lenat (1950-2023), se inspiraron en el trabajo de Pólya.
La heurística de Pólya, definida por él mismo como las operaciones mentales típicamente útiles para resolver un problema, consta de cuatro pasos: 1) Comprensión del problema; 2) Concepción de un plan; 3) Ejecución del plan y 4) Visión retrospectiva.
Posteriormente, en 1998, cincuenta y tres años después de la publicación del libro de Pólya, tres autores, Hammond, Keeney y Raiffa publicaron el suyo que se tituló Decisiones inteligentes (Smart Choices. Harvard Business School Press, Boston, 1998).
El mencionado libro aborda la toma de decisiones desde una heurística abreviada con el acrónimo PROACT, con 5 elementos, que luego se transforman en ocho en entornos volátiles o en pleno desarrollo: 1) Problema; 2) Objetivos; 3) Alternativas; 4) Consecuencias; 5) Transacciones.
El lector observará que el elemento común para las dos heurísticas (y cualquiera otra de su tipo) es, precisamente, el problema. Este elemento es, al mismo tiempo, el más importante y el más pobremente abordado en la abundancia bibliográfica de la internet y en la cotidianidad de las personas: ¿Cuál es el problema? ¿En qué consiste el problema?
A fin de ilustrarlo, sea la siguiente situación hipotética: Imagine que usted es un taxista que proporciona el servicio de traslado a un pasajero desde el aeropuerto de Maiquetía a Caracas a eso de las 4:00 de la tarde de un caluroso mes de junio. En el trayecto de subida hay no solamente calor pues el aire acondicionado del taxi no funciona, sino también un tráfico infernal. En la mitad del túnel más largo (Boquerón 1), el carro se apaga, no es posible arrancarlo de nuevo y usted y su pasajero quedan en el sitio, en el canal rápido.
Ahora imagine que aparece la Guardia Nacional, quien desvía el tránsito hacia el otro canal y le solicita a un buen ciudadano, un camionero, ayuda para remolcar, mecate de por medio, el taxi fuera del túnel.
Una vez en el hombrillo de la vía, comienzan a surgir de la nada personajes que tienen NPI de mecánica automotor y que se acercan y dan su opinión sobre el problema. Uno dice que es recalentamiento, otro dice que es «corriente», otro dice que es la «pila» de la gasolina, otro más dice que el carro está «ahogado», el que sigue dice que se «rompió» la cadena de los tiempos y así van apareciendo teorías, unas descabelladas y otras plausibles.
Pasa el tiempo, el lugar es peligroso, el carro continúa sin encender, la noche se acerca y tanto usted como su pasajero están al borde de la desesperación.
Haga el ejercicio estimado lector y piense en las posibles decisiones que usted tiene a la mano para tomar pero recuerde, ningún paso posterior de ninguna metodología funciona si usted no conoce la respuesta a la primera pregunta: ¿Cuál es el problema?
Hace 86 años Albert Einstein (1879-1955) y Leopold Infeld (1898-1968) escribieron un libro titulado La evolución de la física: el crecimiento de las ideas desde los primeros conceptos hasta la relatividad y los cuantos (Cambridge University Press, United Kingdom, 1938) y allí colocaron: “La formulación de un problema es mucho más esencial que su solución, que puede ser simplemente una cuestión de habilidad matemática o experimental. Plantear nuevas preguntas, nuevas posibilidades, considerar viejos problemas desde un nuevo ángulo requiere imaginación creativa y marca un avance real en la ciencia…” y yo añado “y en la vida cotidiana”.
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