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No somos iguales ¿y qué?

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Con la madurez se logra entender que la superioridad objetiva de la civilización occidental es su concentración en la responsabilidad individual, partera de la formidable capacidad de resolver misterios, clave para generar riqueza, una manifestación de los infinitos recursos del espíritu humano. La incansable búsqueda de respuestas a enigmas de la naturaleza, el universo, el cuerpo humano, la convivencia en sociedades de masas, han abierto caminos a la ciencia, la tecnología y al entendimiento complejo de lo que es el ser humano con sus potencialidades y debilidades. Hay que aceptar que debemos la prosperidad sin precedentes de esta época al individuo que actúa movido por sus intereses, pasiones y curiosidad, una expresión de un orden espontáneo presente en la dimensión subjetiva del intercambio pacifico del mercado, que no es más que la traducción económica de la responsabilidad autonómica individual.

Sin embargo, la gran acusación contra este momento de la civilización se ha concentrado en calificar el capitalismo como auténtico generador de desigualdades, obviando que esta impronta reside en la naturaleza. La humanidad es heterogénea, grandes, pequeños; fuertes, débiles; uno es bueno en esto, otro en aquello. No hay ninguna prueba de que dos individuos puedan considerarse iguales al nacer. Y este quizás es el gran tesoro de la humanidad.

Sería más exacto, y coherente con la realidad, argumentar que la desigualdad es uno de los horizontes insuperables de la condición humana. La desigualdad no implica jerarquía de ninguna manera: la diferencia en nuestros talentos no nos instituye como inferior, ni al otro como superior. La naturaleza no nos ha hecho iguales, nunca lo seremos y queda por demostrar que tal cosa es lo menos deseable.

Concuerdo con los que argumentan que erigir la desigualdad como gran barrera del bienestar y la felicidad es errado, hoy estamos atascados en el tema de reducir la desigualdad para que el progreso aumente y en segundo plano aceptar que los planes sociales son las herramientas más importantes en este debate. Si el progreso y la desigualdad aluden a buena parte de los elementos o circunstancias de existencia de una población, surge la necesidad de descifrarlos, pero no solo a través de señales obvias, como el nivel de los salarios, la tasa de escolaridad, la dotación de servicios del lugar de origen. En los análisis más frecuentes obviamos factores subjetivos que quizás nos acerque mas al nervio o motor que propicia la búsqueda de la prosperidad, me refiero ala fuerza de la voluntad humana, a la esperanza activa de avanzar, a los deseos y aspiraciones que carga en su alma y esqueleto cualquier ser humano.

Por todo ello me atrevo a exponer una experiencia conviviendo con el tema al tratar de encontrar respuestas a la posibilidad de acelerar la movilidad social:

1.      El primer hallazgo en esta búsqueda lo encontré en el seno de las familias. La gran movilidad que mostraban grandes grupos de individuos capaces de realizar saltos cuánticos desde hogares pobres, con padres de poca educación y salarios decentes, aunque mínimos, se derivaba de la priorización en el seno de la familia del esfuerzo en dotar a sus descendientes de capacidades de los cuales ellos habían carecido.

Un esfuerzo familiar vinculado a la cierta suficiencia del salario que permitía conducir los mínimos excedentes hacia la inversión en la educación de sus descendientes. En muchas organizaciones, empresas, centros de arte y cultura encontré grupos de gentes muy destacada cuyo origen estaba claramente situado en los estamentos en pobreza. A la pregunta que les formulábamos a estas personas: ¿Cómo lo lograste, como llegaste a esta posición? La respuesta en muchos casos se repetía: Gracias a Pedro López o María Sánchez, mis padres lo decidieron y aquí estoy.

Esta posibilidad de movilidad a partir de una disciplina espartana de los hogares lamentablemente ha sido carcomida en el periodo socialista, igualitarista que hemos vivido a partir de 1999, que ha destruido el salario de los hogares. En 2019, 89% de la población  reporta que no ha tenido dinero suficiente para comprar alimentos. Situación que ha eliminado de cuajo la importancia de la decisión en los hogares de invertir a toda costa en la capacitación de sus descendientes y con ello promover la movilidad social de algunos de sus miembros.

2.      Un segundo tema relevante es el relativo a la existencia de responsabilidades de los empresarios, los trabajadores con su dirigencia sindical y el Estado, en la construcción de un sistema de formación para el trabajo extenso y abierto. Capaz de generar oportunidades para los sectores sociales que deben ingresar tempranamente al mercado de trabajo, adquirir destrezas y certificaciones necesarias para alcanzar su mayor progreso como miembro de la sociedad.

En Venezuela no existe un sistema de formación profesional que califique y capacite las nuevas generaciones, el esfuerzo del actual gobierno es negativo, solo existe Fe y Alegría. Han convertido el INCE, de origen tripartito (empresarios, trabajadores y estado) en un centro de formación ideológica. Sustituyen la capacitación por programas que otorgan exiguos sueldos a los jóvenes en edad de educarse para que se incorporen a labores que no requieren capacitación. “Pagan para que no estudien”. El programa Chamba Juvenil es un engaño a las nuevas generaciones, les niega adquirir capacidad y con ello la posibilidad de progresar como trabajador y ciudadano.

En síntesis, la existencia de un sistema de formación para el trabajo, fuerte amplio y abierto es uno de los factores de mayor peso para la expansión de la clase media y con ello de la movilidad social ascendente de las nuevas generaciones. Es nuestra obligación reedificarlo.

3.      Un tercer elemento imprescindible para avanzar es la responsabilidad del Estado en el reconocimiento temprano de las potencialidades y capacidades de las nuevas generaciones invirtiendo en la consecución de sus planes de estudios. Esta es una de las políticas del Estado y de empresariado de mayor peso en el fortalecimiento de la democracia en países de mayor desarrollo. El Estado y las fundaciones privadas invierten recursos en el financiamiento de los estudiantes de mayores potencialidades y méritos. En Venezuela se tuvo la experiencia del programa Gran Mariscal de Ayacucho que envío jóvenes de distintos sectores sociales a las mejores universidades del mundo y que retornaron, como emprendedores, expertos, generadores de riqueza para todo el país. Hoy el régimen intenta destruir nuestras universidades y paga a los jóvenes para que no estudien.

4.      Para cerrar, quizás lo más importante es la alusión a la responsabilidad individual de cada uno de nosotros en lograr que las oportunidades de crecimiento, adquisición de capacidades para ser y hacer las mejores cosas sea parte de nuestro proyecto de vida. No es pobre aquel individuo que logra comprometerse con su proyecto de vida como expresión de los que Víctor Frankl llama “la búsqueda del sentido de la vida”. Ningún ente externo puede ser más importante que nuestra decisión.

«Al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas, la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias para decidir su propio camino».

La movilidad social más que una escalera que se puede subir o de la cual se puede caer es una camino antropológico-cultural, moral basada en la valoración del ser humano, en la importancia de la familia, en la responsabilidad de las instituciones que hemos elegido para gobernar y en nuestra indeclinable responsabilidad individual. No somos iguales lo que nos da una infinita capacidad de comprendernos a nosotros mismo y a “al otro”.

 

 

 

 

 

 

 

 

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