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May 10, 2025


Navegar la tormenta Trump

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Getty Images

El segundo gobierno del presidente estadounidense, Donald Trump, coincide con un período de rápidos cambios estructurales y tecnológicos, impulsados por tres tendencias. En primer lugar, los shocks provocados por la pandemia, las nuevas guerras, el cambio climático y las tensiones geopolíticas siguen repercutiendo en la economía mundial. En segundo lugar, las tendencias seculares más amplias siguen inhibiendo el crecimiento y creando nuevas presiones inflacionarias. Y, en tercer lugar, los avances científicos y tecnológicos están transformando una amplia gama de sectores, desde los servicios digitales y la biotecnología hasta la energía.

Las respuestas a estas tendencias están cambiando drásticamente el contexto empresarial y político mundial. La resiliencia y la seguridad nacional se han vuelto máximas prioridades. Las redes de suministro evolucionan a pasos acelerados. La inflación se ha convertido en un problema importante por primera vez en treinta años. Y todo esto estaba ocurriendo antes del regreso de Trump a la Casa Blanca.

Aunque la ventisca de órdenes ejecutivas de Trump parece caótica, es muy posible que la administración esté implementando una estrategia más amplia, destinada a diluir y debilitar a la potencial oposición. Trump y otros miembros de su administración han argumentado en repetidas ocasiones que los déficits comerciales bilaterales son señales de que algo va mal -de que se están aprovechando de Estados Unidos, en detrimento de algunas industrias y de la seguridad nacional.

Entre los principales socios comerciales de Estados Unidos con los mayores superávits bilaterales (basados en datos de 2023) se encuentran China (279.000 millones de dólares), la Unión Europea (209.000 millones de dólares), México (152.000 millones de dólares), Vietnam (104.000 millones de dólares), Japón (71.000 millones de dólares) y Canadá (64.000 millones de dólares, debido en su totalidad a las importaciones de energía de Estados Unidos). Los cuatro socios afectados inicialmente por los aranceles de Trump -Canadá, México, la UE y China- representan el 66% del déficit comercial total de Estados Unidos en 2023 (1,06 billones de dólares). Si se suman Japón y Vietnam, la cifra ascienden a 83%.

En líneas generales, los aranceles del “Día de la Liberación” coinciden con la focalización en los grandes socios comerciales deficitarios. Las nuevas tasas arancelarias para China, la UE, Vietnam y Japón son del 34%, 20%, 46% y 24%, respectivamente, y Canadá y México seguirán por ahora en una vía separada, con aranceles elevados sobre los automóviles, el acero y el aluminio.

Pero los aranceles del 2 de abril van mucho más allá de estar dirigidos a socios comerciales con los que Estados Unidos tiene grandes déficits. Por el contrario, la administración está aplicando una tasa generalizada del 10%, inclusive a países con los que Estados Unidos tiene un superávit comercial. Asimismo, la administración Trump impuso aranceles adicionales superiores al 10% a una amplia gama de pequeñas economías que tienen efectos mínimos en la balanza comercial estadounidense, aunque las principales economías latinoamericanas (aparte de México) quedaron exentas.

La reacción de los mercados financieros fue inmediata. En las dos jornadas bursátiles posteriores al Día de la Liberación, el S&P 500 cayó 5 billones de dólares, es decir, aproximadamente el 10%. La confianza de las empresas y de los consumidores continuó su tendencia a la baja, y los mercados fuera de Estados Unidos también bajaron, reflejando el dominio del sistema financiero estadounidense. China respondió con su propio arancel del 34% sobre las importaciones estadounidenses, y otros países están estudiando medidas de represalia. Al agravarse la incertidumbre económica y del mercado, han crecido las expectativas de una recesión.

Dicho esto, es probable que las repercusiones sean mayores en Estados Unidos y en los socios comerciales más expuestos a la demanda estadounidense. Dado que la economía norteamericana representa alrededor del 26% del PIB nominal mundial, o el 15-16% con ajustes de paridad del poder adquisitivo, su bloqueo supondrá una gran sacudida para todo el sistema. Si bien todos los países, salvo Estados Unidos, tendrán que hacer frente a aranceles sobre las exportaciones a ese país, habrá distintos grados de exposición: el de China es medio, el de Vietnam es bastante alto, y el de México y Canadá es muy alto. Afortunadamente, los demás países aún tienen al resto del mundo para venderle, y el resto del mundo no es pequeño.

Los consumidores y las empresas estadounidenses, en cambio, se enfrentarán a aranceles de entrada sobre todo lo que proceda de cualquier otro país del mundo. Es probable que las empresas se enfrenten también a aranceles “recíprocos” más elevados cuando intenten acceder a los mercados externos, y los principales países podrían restringir la salida de inversión extranjera directa (IED) a Estados Unidos, anulando en parte uno de los propósitos declarados de la administración norteamericana para los aranceles estadounidenses.

En otras palabras, aunque el daño será generalizado y variable entre países y regiones, es probable que el mayor impacto se produzca en la economía estadounidense, debido a su creciente aislamiento del resto de la economía mundial.

No está claro si la administración cree que los aranceles conducirán a un reequilibrio del comercio, o si están diseñados para instar a los socios comerciales y a las empresas a trasladar la producción y los puestos de trabajo a Estados Unidos. El propio Trump apoya la IED como una forma de respaldar su programa en materia de déficit y empleo, y los aranceles, supuestamente, suman otro incentivo.

Más allá de lo que se piense del diagnóstico de la administración y del tratamiento prescrito, su objetivo está claro: cambiar la estructura del comercio global y de la IED a favor de la inversión y el empleo nacionales en Estados Unidos. Pero esta agenda enfrenta un poderoso viento en contra, debido al atractivo mundial de la deuda y la renta variable estadounidenses, y a la condición del dólar como moneda de reserva internacional. A menos que Estados Unidos reduzca intencionadamente el atractivo de los activos denominados en dólares, lo que exigiría un cierre parcial de la cuenta de capital, es poco probable que cambie la condición del dólar como moneda de reserva.

Después de todo, no existe ninguna alternativa plausible al sistema actual. Para funcionar, una economía mundial en crecimiento necesita una base monetaria en expansión para funcionar. En lugar de reducir su déficit comercial de 1 billón de dólares, es más probable que Estados Unidos lo redistribuya entre los países, lo que probablemente no conduciría al tipo de reestructuración interna que proyecta Trump.  

China, con su gran economía doméstica, puede tolerar los shocks arancelarios. Ya necesita impulsar su demanda agregada interna, y seguramente verá la desfinanciación por parte de la administración Trump de la investigación científica y tecnológica básica en las universidades estadounidenses como un beneficio inesperado, dado el daño que le infligirá a la competitividad estadounidense a largo plazo.

La tecnología es una variable importante. Los académicos vienen demostrando desde hace tiempo que las rondas anteriores de adopción de tecnología digital ejercieron una presión a la baja sobre los empleos e ingresos “rutinarios” de la clase media. Si ésta será o no una característica de la adopción de la IA en la economía, en este momento, es una cuestión abierta. Si bien nadie tiene todavía una hoja de ruta detallada sobre cómo se desarrollará, es razonable esperar que los efectos puedan ser tan grandes o más que los asociados a los nuevos patrones globales de comercio e inversión.

Si la administración Trump tiene una estrategia para gestionar este desafío, no ha revelado cuál es. Sin embargo, sería un error suponer que la reestructuración del comercio y la inversión internacionales será suficiente para beneficiar a los trabajadores estadounidenses. Hay otras fuerzas en juego y los responsables de las políticas las ignoran bajo su propio riesgo.

Michael Spence, premio Nobel de Economía, es profesor emérito de Economía y exdecano de la Escuela de Posgrado de Negocios de la Universidad de Stanford y coautor (junto con Mohamed A. El-Erian, Gordon Brown y Reid Lidow) de Permacrisis: A Plan to Fix a Fractured World (Simon & Schuster, 2023).

Copyright: Project Syndicate, 2025.
www.project-syndicate.org

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