A los venezolanos nos ha correspondido atravesar diversas etapas como país y sociedad, desde tiempos remotos venimos arrastrando mitos, creencias y malos hábitos, sin desconocer por supuesto las virtudes que como “venezolanos” tenemos, que abundan. De tal manera que nuestra sociedad ha transitado por largos periodos en el pasado cercano de gobiernos autoritarios y paradójicamente los periodos democráticos han sido cortos.
Nuestra experiencia cercana no es nada positiva o precisamente grata cuando tenemos más de dos décadas de deterioro institucional, de decisiones y procesos regresivos en términos de derechos, garantías, salarios, poder adquisitivo, servicios públicos y en líneas generales condiciones de vida “dignas” no para un grupo o segmento de la población sino para todos los venezolanos.
La democracia con sus imperfecciones y a la vez logros no la hemos sabido valorar, cuidar, resguardar y los daños se producen por acción o por omisión. Las elecciones en el contexto que se planteen desde elegir la persona con quien formar un hogar, estudiar una carrera, fundar una empresa o iniciar un negocio y por supuesto votar para escoger a quienes les corresponderá ser nuestros representantes desde el condominio, pasando por un concejal o diputado hasta escoger al presidente de la república no puede ser una decisión y acción meramente emotiva, sino que debe privar una margen importante de racionalidad.
Toda decisión, acción y elección tendrá sin dudas unos resultados y unas consecuencias. No tiene mucho sentido recalcar, insistir o reiterar los errores que hemos cometido como sociedad por ser pasivos, por no involucrarnos en la política o por tomar decisiones cargadas de emotividad que se traducen en saltos al vacío, en creer en cantos de sirena o espejismos. Este país ha sido prodigioso al contar con recursos naturales, ubicación además de la abundancia de gente preparada como pocos países de la región y sin embargo, de que ha servido tener abundancia de ríos, petróleo, gas, minerales sino han sido administrados con eficiencia y transparencia y no se trata de hacer una examen a fondo o caer en comparaciones entre la tercera, cuarta o quinta república.
Algo hemos realizado mal, no sólo nos referimos al alto gobierno tan responsable como la oposición y los venezolanos por acción u omisión. Es inexcusable las cifras de retroceso que Venezuela tiene en muchos ámbitos y áreas. Después de haber sido un referente de progreso y crecimiento social y económico, ser valorados como un país que promovió en diversos tratados y acuerdos la promoción de la democracia, los derechos humanos, esquemas de integración regional y subregional, registremos hoy un retroceso de nuestra democracia, nuestro Estado de derecho, el régimen de libertades, más aislados que nunca además del deterioro que registran todo el abanico y catálogo de derecho contenidos en la Constitución Bolivariana de Venezuela de 1999.
Repito, ponernos a detallar o hacer comparaciones del pasado no tiene mucho sentido. Lo que sí es importante es hacer una retrospectiva y sacar conclusiones, es decir, que los tropiezos, carencias o fallas nos permitan confrontarnos como “venezolanos” y podamos sacar algunas lecciones y aprendizajes en todos los campos y ámbitos de nuestras vidas.
Este país y los venezolanos merecemos otra historia, merecemos otro presente, merecemos el retorno de millones de compatriotas y familiares que huyeron en busca de oportunidades, merecemos una dirigencia seria, digna, responsable en el gobierno y en la oposición. Insisto, es una vergüenza las cifras que tenemos de retroceso cuando lo que ha sobrado en Venezuela es dólares producto de la renta petrolera.
Evadiendo roles o responsabilidades no lograremos ningún cambio ni mejora, más allá de los resultados que se den el próximo domingo hay un país catatónico por recuperar, por volverlo a parir y edificarlo sobre valores, sobre trabajo, esfuerzo, sacrificios en beneficios de “todos” los venezolanos y no una parcialidad política. Debemos analizar nuestra historia contemporánea y que los tropiezos cometidos nos dejen lecciones y aprendizajes en lo individual y en lo colectivo.
Hemos señalado en otros momentos que la política y la propia democracia ha sufrido a lo largo de su historia una serie de etapas o ciclos, muchas de las cuales se ha visto incapaz, agotada y con indicadores de malestar a nivel de la ciudadanía y la sociedad. Sin embargo, la política ha contado siempre con sus propios anticuerpos y capacidades que ha permitido un renacer y, por ende, la entereza y capacidad de auto recuperarse frente a situaciones diversas de desarraigo, fatiga cívica, apatía generalizada o de retorno a lo privado.
La catedrática española Victoria Camps, con agudeza y acierto y tal vez adelantándose a lo que hoy vivimos en muchos países, expresó que “a la política le corresponde tomar decisiones y ofrecer cauces que den cuerpo a la igualdad política, estimular la participación y movilizar al ciudadano. Para ello ha de empezar por identificar los signos más visibles de la debilidad democrática. En especial, de esa debilidad que acentúa la distancia y desprestigio de la política y que amenaza con convertirla en un formalismo sin sustancia ni credibilidad”.
La incertidumbre que ronda a Venezuela y, particularmente, a su sistema político, es que si paralelo a la regresión institucional de las dos últimas décadas, con indicadores devastadores en materia económica, social y política, cabría preguntarnos si después de presenciar el país su peor crisis en toda su historia, calificada de “crisis humanitaria compleja”, definida por el colapso casi terminal de su sistema de partidos, la ausencia de una vanguardia o élite de relevo, serios problemas de gobernabilidad y subsistencia, y la imposición de una democracia plebiscitaria que raya en el autoritarismo (cuestionamiento radical de las instituciones democráticas), el sistema tendrá las capacidades de recuperación institucional-funcional, que eviten cualquier tipo de interrupción.
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