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La despedida del hijo de Macondo

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“El coronel destapó el tarro de café y comprobó que no había más una cucharadita”. “Mi madre me pidió que la acompañara a vender la casa”. “Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados”. Esos son los inicios de algunas novelas de Gabriel García Márquez que me aprendí de memoria sin que nadie me lo pidiera, lo leí y lo releo con detenimiento y mucha atención, como se leen los clásicos. Todas sus novelas me gustan igual que el vallenato. Pero nunca pensé que llegaría a leer los últimos días de Gabo, en los entretelones de la muerte.

“Cuando mi hermano y yo éramos niños mi padre nos hizo prometerle que pasaríamos con él la víspera del Año Nuevo del 2000. Nos recordó ese compromiso varias veces a lo largo de nuestra adolescencia y su insistencia me incomodaba. Con el tiempo llegué a interpretarlo como su deseo de estar vivo para esa fecha”. Así comienza el duro y valiente libro del hijo de mayor de Gabo: Rodrigo García. Escribir sobre la muerte de un ser querido debe ser casi tan viejo como la escritura misma; pero, sin temor a equivocarme, escribir sobre la muerte de un ser querido requiere de un temple extraordinario para enfrentarse a la tarea llena de emociones.

Insólitamente, Gabo empezó a perder la memoria, cosa que para un escritor es sumamente grave. Es la materia prima y sin ella no puede trabajar. Gabo era consciente de que su memoria se esfumaba y sin ninguna pena pedía ayuda a sus allegados y con su gran simpatía decía: “Estoy perdiendo la memoria, pero por suerte se me olvida que la estoy perdiendo”. Un día su secretaria lo encontró solo, de pie en el medio del jardín, mirando a la distancia. Rápidamente la secretaria preocupada le pregunta: “¿Qué hace aquí afuera, don Gabriel?”. Sin pensar su respuesta, Gabo replicó: “Llorar”. “¿Llorar? Usted no está llorando”, le dijo la secretaria acercándose y Gabo le dice mirándola a los ojos: “Sí lloro, pero sin lágrimas. ¿No te das cuenta de que tengo la cabeza vuelta mierda?”.

Tanto los hijos y la señora Mercedes tenían claro que la muerte de Gabriel García Márquez iba a causar reacciones circenses por los medios de comunicación. Así que se prepararon bajo las órdenes de la señora Mercedes. Rodrigo con su hermano y su madre eligieron que una vez muriera su padre tenían que hacer algunas llamadas a unos periodistas que conocían personalmente de Colombia y México y a sus amigos más cercanos.

En el cuarto donde se encontraba Gabo bajo el cuidado de dos enfermeras, todos los días en la mañana le ponían vallenatos con las ventanas abiertas. Aquellos vallenatos que se sabía de memoria, igual que los poemas del Siglo de Oro español. Los vallenatos inundaban la casa, esos vallenatos que compuso el compadre de Gabo, es decir, Rafael Escalona.

Luego de varios días llegaría la hora. La secretaria de Gabo salió de su oficina, fue directo al jardín y le comunicó a Rodrigo García que la enfermera quería hablar con él. Rodrigo fue de inmediato a la habitación y la enfermera le dijo a secas: “Su corazón se detuvo”. Localizaron al cardiólogo y le explicaron que Gabo no tenía pulso por casi tres minutos. El doctor pidió hablar con Rodrigo y al tomar el teléfono el doctor le dio el pésame. Luego de que todo el mundo se enteró de la noticia Rodrigo con sus hermanos se sentaron junto a su madre a ver las noticias en la televisión para distraerse. De repente doña Mercedes dijo sin dirigirse a nadie que era probable que Gabo ya a esas horas estaría con Álvaro, el amigo que murió hacía unos meses, tomando whisky y hablando paja.

Las personas que trabajan en la casa corren rápidamente para darle el último adiós a Gabo. La cocinera se aproxima, le acaricia la cara y le murmura al oído: “Buen viaje, don Gabriel”. Le da un beso en la nariz y otro en la mano. El hermano de Rodrigo le susurra algo en el oído que Rodrigo no logra escuchar. Rodrigo no aguanta tanta intimidad, así que gira en sus talones y sale de la habitación.

Indudablemente que la desaparición física de unos de los mayores escritores latinoamericanos para su familia y sus lectores fue un golpe bajo, pero por suerte tenemos todas las obras donde el caribeño vive entre ellas al son de un vallenato.

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