Indiscutiblemente, todos los seres vivos se comunican, o nos comunicamos. Pero cada especie posee su manera propia de hacerlo, tiene su lenguaje, no entendible para las demás.
Los seres humanos estamos, afortunadamente, dotados de grandes facultades para la comunicación; quizás sea uno de los más importantes poderes que poseemos.
¿Cómo lo hacemos? En un principio el hombre lo hizo en forma muy primitiva: por la mímica, por gestos; después, por medio del mágico sonido de la voz y, luego, por signos gráficos, la escritura.
Estas dos formas de expresión: la oral y la escrita, se hacen mediante la palabra, que es su materia prima; la segunda es producto del intelecto. Sin la palabra, a la cual técnicamente se le llama signo lingüístico, sería muy difícil la comunicación entre las personas, o lo sería muy rudimentaria, muy primitiva. Sin ella no se hubiesen escrito la historia, la Biblia ni la filosofía; tampoco contaríamos con obras literarias ni existirían textos de ciencia. O sea, la cultura sería muy pobre.
La necesidad de un idioma
La existencia y el uso de la palabra, de las palabras, no es autónomo. Estas corresponden a un idioma determinado, rico medio que establece la disciplina en el manejo de la expresión y de la comunicación para el mejor entendimiento humano. El hombre ha inventado los idiomas. Cada país, cada nación o grupo de naciones tiene el suyo. Se habla también de lengua, de lenguaje, que es el conjunto de los signos lingüísticos que integran el sistema de comunicación verbal y escrito.
Debe procurarse que las palabras sean siempre bien escritas, bien empleadas, que tengan buen contenido: significativas, agradables, amenas y que se combinen armoniosamente para que resulte placentero escucharlas, leerlas y también el pronunciarlas.
¿Cuál es el idioma nuestro y de dónde nos vino?
Nosotros contamos con el castellano. Quien esto escribe prefiere este vocablo al de español, pues este último nos suena más a gentilicio, a nacionalidad.
Nuestro castellano tiene un ancestro bien lejano. Lo tuvo en Roma cuando, por el año 218 a. C., empezó la conquista y la colonización de la península ibérica, logro que alcanzó casi 200 años después. Durante ese largo lapso, los romanos fueron desplazando a los iberos, a la vez que iban imponiendo su gobierno y trasladando a ella la rica y variada cultura romana que poseían en cuanto a ingeniería, vías de comunicación, acueductos, técnicas en la agricultura y las construcciones de todo tipo. Igualmente, introdujeron una organización civil, política, jurídica y militar contenidas en el Derecho romano, esa gran creación de los romanos que hoy rige en todo el mundo occidental. Esa cultura contribuyó a alcanzar la pacificación y a lograr el progresivo desarrollo económico, social y cultural de la península. A esto, el profesor Oscar Sambrano Urdaneta en su obra Apreciación literaria, lo llama “Romanización de la península ibérica”. Y lo dice así: “Durante ese proceso de romanización, Iberia cambió de nombre y de idioma. Pasó a llamarse Hispania y sus habitantes fueron dejando sus viejas lenguas y adoptando el latín, que primero fue un dialecto del Lacio. Así, el latín pasó a ser el más importante idioma de su tiempo, del imperio romano y de toda la Edad Media”.
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