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Juventud, divino tesoro…

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Ya te vas para no volver,/ cuando quiero llorar, no lloro y a veces lloro sin querer./ Este verso del gran Rubén Darío me llevó a releer tres libros: Diente roto de Pedro Emilio Coll, Reinaldo Solar de Rómulo Gallegos y La traición de los mejores de Mario Briceño Iragorry, a propósito del consagrado Día de la Juventud en conmemoración de la Batalla de La Victoria, donde rindieron sus vidas 800 estudiantes del Seminario de Santa Rosa de Lima y la Universidad Real de Caracas, de entre 12 y 20 años, que eran inexpertos en la guerra, al mando del general José Félix Ribas, quien arengó: ¡Viva la República! Desde entonces no ha dejado de sentirse en los jóvenes venezolanos un sentimiento espontáneo por la patria.

El historiador Ramón J. Velásquez cuenta cómo entre 1894 y 1895 el país atravesaba «grandes calamidades económicas y angustias sociales»… «El pueblo perece» fue consigna interpretada por los universitarios a la cabeza del joven Pedro Emilio Coll, escenario que terminaría no solo con el asesinato de Crespo, sino con la llegada al poder del binomio Cipriano Castro-Juan Vicente Gómez, que gobernarían a Venezuela durante 35 años, consumiendo al país y su sociedad. Fue tiempo de “acciones y contemplaciones”, según la tesis generacional del filósofo español José Ortega y Gasset.

De allí el cuento titulado Diente roto. El más corto de nuestra literatura, pero largo en la trascendencia ética del político pícaro de la Venezuela republicana en cuanto a la sumisión y jalamecatismo en la persona de Juan Peña, un joven pendenciero de cuyas travesuras recibió una golpiza que lo dejó sobándose un diente roto con su lengua, sin hablar, diagnosticando su médico que se trataba del “mal de pensar”, ganándose fama y admiración, proponiéndole para todos los cargos de representación republicana hasta morir creyéndole presidente. Sátira publicada en 1920, y de  vigencia a sus 100 años, que nos remite al tiempo de “acciones” y de “contemplaciones”, a juicio de  Ortega y Gasset. En las acciones actúa una “minoría” que nos llevó a la tragedia (1900-1935) ante la contemplación de los dientes rotos, hasta 1928, cuando surge la espontaneidad vital de los estudiantes de la Universidad Central de Venezuela que marcará el destino de Venezuela durante el siglo XX, con errores y aciertos que nos muestran los rostros de los dientes rotos del siglo XXI.

Reinaldo Solar es la primera novela de Rómulo Gallegos que nos retrata a un joven universitario preocupado por el destino del país, para lo cual funda un “partido político” mal interpretado por la ciudadanía al vérsele como un busca puesto para enriquecerse, terminando frustrado diciendo: “Este mal es incurable”. Está en la sangre. Somos incapaces de la obra paciente y silenciosa. “Queremos hacerlo todo de un golpe; por eso nos seduce…”

En cada tiempo, acciones juveniles muy trágicas como las víctimas de febrero de 2014, por fuerzas civiles y militares, durante manifestaciones por justos reclamos y ante la contemplación de los dientes rotos de la oposición. Se trata de una generación dirigencial más a fuerza de audacia, que por formaciones académicas o intelectuales que surge, ante otra, cuestionada, precisamente por haber sido “contemplativa”, con el daño terrible a la formación educativa de niños, adolescentes desnutridos, docentes con sueldos de hambre, universidades sin auditorías académicas,  y bibliotecas cerradas, egresando profesionales “copia y pega” sin asistir a clases, menos prácticas – mucho antes de la pandemia– medios de comunicación quebrados, porque mientras más ignorante se sea – oposición y régimen se igualan– ¿Y qué no decir, de los dientes roto de la Asamblea Nacional, de la fracción de diputados CLAP” o los dientes rotos del Tribunal Supremo con magistrados de toga y prontuario? para volver con Ortega y Gasset que “hay en efecto, generaciones infieles a sí mismas, que defraudan la intención histórica depositada en ellas” lo que nos remite de nuevo a Reinaldo Solar

“Es necesario emigrar. Era la consigna que pasaba de boca en boca y que había venido pasando de generación en generación, como en la inminencia de un peligro general. Lo decía el brasero sin oficio, el industrial y el comerciante que se afanaban en un trabajo ímprobo, el capitalista que veía en peligro su hacienda, el intelectual que atesoraba los más puros valores espirituales y vivía temeroso de encontrar un día violentada y prostituida su riqueza”.

A las precedentes historias literarias de inspiración política nos responde Briceño Iragorry en su libro La traición de los mejores, describiendo una tesis: “La deuda de las generaciones”, típico karma republicano, decimos nosotros, entendiendo que “cada individuo vive las consecuencias de sus propios actos”…

“Nuestra generación —sostiene— tiene una deuda que saldar con el futuro. Detrás de nosotros vienen jóvenes que esperan nuestra voz curtida de experiencia. ¡Sí, debemos decirlo a los cuatro vientos y desde todas las cimas! Sed mejor que nosotros y si aspiráis sinceramente a servir a la patria, no os conforméis con imitar nuestra insuficiencia, ¡porque nuestra tragedia reside en haber llegado sin llegar! En ocupar sitios que reclamaban aporte de cultura y de responsabilidades…

Vistas así las cosas, ¿por qué no ir a esas fuentes? Para deslastrarse del karma político y mandar muy largo al carajo a su más inmediato prototipo, Antonio Leocadio Guzmán, visto no por casualidad por el mismo Briceño Iragorry como “una de las más típicas expresiones del político que cuelga sus ideas en la guardarropía ministerial para obrar en el Gabinete con las ideas viciadas que encuentra en el escritorio de su antecesor”…

Es hora entre de cancelar la “deuda de las generaciones”.

ardive@gmail.com

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