Hace poco, un alumno que hizo su tesis sobre el nihilismo, me comentó que él había logrado encontrar el sentido de la vida en Dios, tras mucho leer y reflexionar, y buscar su cercanía y trato. Había escuchado “un llamado”, decía, y estaba feliz. Me dijo también que eran muchos los jóvenes -muchos de ellos sus amigos y conocidos- que vivían sin sentido alguno. Algunos caían en drogas; otros en alcohol. Lo que tenían en común era esto: no sabían qué hacer con sus vidas porque algún mínimo sentido se había difuminado del horizonte.
El país puede poner tristes a los jóvenes que se abren a la vida con un futuro nada prometedor, pues los sueldos no dan para mantener a una familia que recién nace. El país, sin embargo, no es el único causante de la tristeza en estos jóvenes y esto fue lo que me explicó este muchacho que se graduaba. Para él, el nihilismo que se anidaba en tan jóvenes almas era el causante principal de la ansiedad y angustia existencial. La carencia de una vida espiritual profunda, de una vida interior fuerte, estaba en el fondo de la vida sin sentido de sus amigos.
No quiero decir que el país no afecte, pero sí hay que decir que no es el único factor o incluso el factor principal. Hay mucha gente abriéndose paso entre las dificultades; muchos emprendimientos saliendo adelante, así como muchos proyectos orientados a ayudar a comunidades vulnerables. Esto último no da dinero a quien pretendería un sueldo, pero da mucha satisfacción y alegría. La razón es que ayudar a otros, en este caso a los más necesitados, toca ese móvil espiritual que impide nacer el nihilismo en las almas.
El ser humano es dialógico por naturaleza, esto es, nació para el diálogo con Dios y con los hombres. Esta apertura al conocimiento de los demás genera felicidad, pues las relaciones humanas se nutren de lo mejor del otro y procuran amor y empatía. La autosuficiencia genera infelicidad por la cerrazón al otro que la caracteriza; por tanto, no es la vía para comunicarse bien con el otro ni mucho menos para transmitir un amor al prójimo que está seco en quien no está acostumbrado a ofrecerlo.
El sinsentido se instala, entonces, en personas que no ven futuro a sus vidas, en personas que no se sienten motivadas a ayudar a otros porque su estado de ánimo se los impide. Son, precisamente, personas a las que habría que ayudar poniéndolas en contacto con el sufrimiento ajeno. Tener un proyecto de vida, centrar la atención en algo que guste, también es una vía para encontrar la alegría. Poner la mirada en los seres queridos, en cada uno de los hijos, en el esposo, la esposa, los padres, los buenos amigos, es una fuente de sentido.
No es un secreto, sin embargo, que la salud mental del venezolano se ha visto golpeada en estos años. Si uno ve que necesita ayuda psicológica, hay que buscarla para sanar, pues sin alegría no se puede vivir. La mucha tristeza tiene su cura y para recuperar el estado de ánimo del que precisamos se necesita de la humildad para reconocer que tal vez necesitamos ayuda. La vida tiene sentido, aún en sus mínimas circunstancias, y para descubrirlo tenemos que detenernos para agradecer por todas las personas que nos han ayudado a experimentar el amor y la alegría, tanto por todos los momentos felices que seguro hemos vivido.
Nos haría bien descubrir lo que este alumno encontró en Dios. Hablar en la soledad de nuestra habitación, así, en secreto, con Él, nos ayudaría a sentirnos amados desde la eternidad. Discernir su presencia en nuestra vida, en los sucesos y en nuestra familia, nos haría saborear su misericordia ante cada pecado que hayamos cometido, pues si algo nos pone triste es el mal que puede haber en nosotros. Buscar el perdón de Dios es sin duda la fuente primaria de bien y de alegría.
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