Este artículo busca ajustar un poco el lente de la realidad con la finalidad de calmar las emociones y aclarar el panorama. La liturgia electoral, cuyo desenlace todos conocemos, ha generado una hipersensibilidad en cuerpo y alma, pero es importante mirar hacia adelante y entender que el camino no ha terminado. El “hasta el final” no debe ser solo una consigna, sino una realidad que se materialice en acciones concretas y efectivas.
No podemos ignorar dos aspectos clave: el triunfo contundente del 28 de julio y los desafíos que enfrenta el régimen de Maduro, cuyos intentos por aferrarse al poder no son insuperables. Se ha dicho que el tiempo favorece a la oposición. Y aunque no podemos prever con exactitud cómo operan los intervalos en política, lo que sí es evidente es que el tiempo bien aprovechado puede generar grandes cambios. Es responsabilidad de quienes buscan un cambio, no desperdiciarlo.
La oposición tiene ante sí la oportunidad de plantear una agenda diaria, estratégica y bien definida que proyecte futuro y permita avanzar. Para lograrlo, es fundamental evitar caer en la trampa de la improvisación. No se puede alcanzar un objetivo sin desatar con inteligencia los nudos que impiden el avance. Los episodios inéditos de nuestra historia exigen estrategias nuevas, pensadas con antelación. La improvisación es el mayor enemigo de una realidad tangible.
Otro aspecto que no se debe subestimar es la influencia internacional. Pensar que la comunidad internacional solucionará los problemas internos de Venezuela es una ilusión. Las relaciones entre países se basan en intereses geopolíticos y económicos, no en ideales de libertad. Sin embargo, esto no significa que el apoyo internacional no sea relevante. Es crucial, pero no determinante. La verdadera solución debe surgir desde adentro, con una ciudadanía organizada y consciente de su poder.
Además, es esencial que la esperanza no sea un sentimiento desconectado de la realidad. Para que el cambio ocurra, debemos ser probos, rectos e íntegros. La victoria electoral de Edmundo González fue un hito, pero no debemos caer en la complacencia. Asumir que 2025 será un cambio automático es una simplificación de la realidad. La lucha continúa, y es responsabilidad de todos seguir empujando hacia el cambio con los pies en la tierra.
Lamentablemente, el régimen ha intensificado la represión. De acuerdo con la ONG Foro Penal, hasta el 3 de octubre, 1.905 personas estaban detenidas por razones políticas, entre ellas 67 adolescentes. A pesar de esto, es vital no perder de vista el objetivo. La represión es una señal de debilidad, no de fuerza. La ciudadanía sigue manifestándose por sus derechos, y eso demuestra que el deseo de libertad no ha sido extinguido.
En este contexto, debemos ser claros: no podemos enfrentar el futuro con las mismas estrategias que usamos en el pasado. El éxito del pasado no garantiza el éxito del futuro si no estamos dispuestos a adaptarnos. Pero sí podemos esperar que, con una visión ética y estratégica, enero de 2025 marque un nuevo comienzo para Venezuela.
Asumir la virtud, la ciudadanía y la resistencia son nuestras herramientas más poderosas. La historia de Venezuela no será una de derrota, sino de crecimiento político y de una ciudadanía que, ante el reclamo del mundo, seguirá de pie, con la cabeza en alto y dispuesta a construir un futuro mejor. Votar y ganar fue un gran paso, pero no es el final. Es solo el comienzo de un camino que estamos dispuestos a recorrer juntos, con firmeza y esperanza.
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