Septiembre 5 propone un ejercicio de periodismo de observación en la cobertura del ataque terrorista de las Olimpiadas de 1972.
Con el mismo material de inspiración, Steven Spielberg hizo la laureada Munich.
La nueva película, de origen alemán, busca un tratamiento más neutral y objetivista, al límite entre la ficción y el documental.
En rigor se trata de un thriller político con notables actores y un director joven de ascendencia teutona.
Durante los sucesos, el equipo de reporteros deportivos trabajan en la transmisión del primer evento olímpico, a todo color.
El país anfitrión quería cambiar su imagen, un poco lavarla después de los trágicos acontecimientos del Holocausto y la Segunda Guerra Mundial.
Pero distintos desaciertos en la organización y la seguridad desencadenaron el desastre de Septiembre 5, bajo la sombra del secuestro de la delegación israelí, a manos de un grupo de terroristas árabes en plena Villa Olímpica.
Asunto de plena vigencia.
A escasos metros de distancia, los comunicadores del canal internacional tienen el acceso con cámaras y equipos de audio de la época.
Pero desde las oficinas centrales desconfían de ellos para ocuparse del trabajo de notificar y hacerle seguimiento al dramático acontecimiento.
Tras varios momentos de discusión y tensión, consiguen defender el derecho de contar la historia para el mundo, siendo lamentablemente uno de los eventos traumáticos más vistos en la evolución de la caja chica.
La película lo narra con ojo clínico y atención al detalle, con una estética de casi grado cero de la escritura, en el sentido de permitir a la acción inspirar las lecturas y las interpretaciones.
Por tal motivo, algunos críticos extrañan mayor contexto en la forma de presentar los hechos y explicarlos a la audiencia, menos conocedora del asunto.
Así y todo, la cinta logra mantenernos conectados a la pantalla, amén de una eficiente puesta en escena, cuyas imágenes reflexionan sobre el impacto de las noticias virales como secuestro global, según una visión sensacionalista.
Al respecto, el filme coincide con los ensayos críticos de los grandes filósofos en la materia, como Baudrillard, Virilio, Debray, Bourdieu y Marzano, quienes estudiaron las implicaciones éticas de difundir la “muerte como espectáculo” en televisión.
De igual manera, cabe recordar el análisis del profesor Gerard Imbert en La tentación del suicidio, acerca de los efectos del amarillismo y la explotación emocional de escándalos.
Por último, reivindicar la obra de Román Gubern en el libro de Patologías de la imagen, dedicado a investigar nuestra relación con íconos de choque, basados en la realidad.
Septiembre 5 problematiza la situación, al preguntarse si los terroristas se aprovecharon de todas las improvisaciones y falencias del medio, para esparcir su mensaje de odio, como una cámara de eco de propaganda.
¿Quiénes tienen el control del relato?
¿Hasta qué punto se deben mostrar las máscaras y los movimientos de los extremistas, sin ser sus publicistas involuntarios?
Septiembre 5 sugiere una cantidad de interrogantes oportunas, cual película transparente de autor, como de Clint Eastwood en palabras del experto Federico Kartulovisch.
En un amago de final feliz, los protagonistas se permiten abrir unas cervezas y brindar como si fuesen los encargados de transmitir el alunizaje del Apollo 11, tras recibir información no oficial sobre la liberación de los rehenes.
Por desgracia, el desenlace será absolutamente devastador, minutos después.
Por tanto, una película que más que celebrar un triunfo heroico, para el periodismo que suele verse con el prisma de la autoindulgencia, nos presenta una disección de un poder que puede matar, sin querer, como en aquellos largometrajes durísimos de los setenta en la tradición de Network.
¿Por qué ha regresado la tendencia a través de Septiembre 5 y Last Night with the Devil, por mencionar dos casos recientes?
De seguro porque las redes han instalado un nuevo régimen de difusión del terrorismo en vivo y directo, replanteando el esquema de la televisión y el Internet que se dinamitó con el 11 de septiembre y luego con el broadcast de ISIS.
Tiempo de pensar en ello, de no venirse arriba, de no instrumentar el contenido para posar de dignos, hablando de experiencias personales y banales.
Notamos que la denuncia de Septiembre 5 cobra vigencia en la era de la posverdad, de la autoexplotación de las miserias ajenas y propias en TikTok, solo para obtener seguidores.
Por ende, hablamos de un problema de interés mundial, con secuelas sobre una generación y su salud mental.
¿Somos rehenes de una matriz de noticias terroríficas, esparcidas 24/7, para conservarnos en un estado de shock, que nos inmoviliza y nos aliena, que nos anestesia y nos conduce a la insensibilidad ante el dolor de los demás?
De seguro por ahí viene la colusión que existe entre las autocracias y las plataformas como X, con el fin de promover mensajes de odio, de racismo y de xenofobia, a objeto de instalar agendas de control masivo de la población.
Un nuevo estado policial que graba y monta videos desde las cuentas oficiales, con el propósito de sembrar pánico y paralizar a los espectadores, haciéndolos adictos al caos y el miedo.
Las consecuencias las pagamos nosotros, no las asume nadie, por ahora.
Pero estamos viendo sus resultados nocivos en el celular.
Como en Septiembre 5, toca poner las barbas en remojo del medio y sus influencers, para saber cómo trabajar de forma independiente, sin ser peones inconscientes de los terroristas y sus manipulaciones.
A veces viene bien el detox.
A veces conviene no ser un vehículo de una mala noticia que se creó para detonarnos, como pote de humo del infierno.
Por más periodistas que se preparen.
Por la posibilidad de que los usuarios de las redes usen sus instrumentos y recursos con la responsabilidad del caso.
Por eso Septiembre 5 no pasa inadvertida y admite innumerables foros.
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