Apóyanos

117,11
132,32
93,05
104,80

May 10, 2025


Conversaciones en la plaza

    • X
    • Facebook
    • Whatsapp
    • Telegram
    • Linkedin
    • Email
  • X
  • Facebook
  • Whatsapp
  • Telegram
  • Linkedin
  • Email

Los edecanes de la plaza Bolívar de Caracas

Para G.H., así como para tantas y tantos colegas que se ganan la vida con su ingenio, su gracia y el sudor de la lengua.

Hubo un tiempo cuando en las plazas de muchos de nuestros pueblos y capitales se reunía la gente para trabar conversación a determinadas horas del día. Eran unas peñas memorables y hubo algunos vecinos habituales a esas tertulias a quienes llamaron edecanes porque se habían convertido en custodios de esa plaza, correveidiles de esa ágora donde hasta se podía encontrar a algún poeta o a alguien artista en el despliegue opulento de su ingenio. Allí acudían, nobles, fieles y muy elegantes, por cierto, sobre todo los domingos cuando había retreta con la banda municipal y esa música sonaba de lo más bonita y pegajosa.

Era menester ¡y sigue siendo en algunos puntos de nuestra geografía regional! conectar con ese lugar, con esa tertulia, con ese consejo de ancianos, con ese oráculo, para encontrar una dirección, para hallar algún pariente lejano o un pasaje perdido de la historia que tiene allí su encrucijada, para ponerse al día con los asuntos locales y del mundo, para hablar de cuestiones glocales, para pasar un rato bien sabroso entre cuentos y recuentos, o para mearse de la risa con la gracia de los chistes y retruécanos que sin tapujos saltan ahí como cotufas en mantequilla. Era un motor de búsqueda ¡el google de entonces! porque allí podía usted enterarse de todo, ¡pero mejor porque era de persona a persona! En una de esas plazas, conocí al muy serio Doctor Cahuinga.

Una vez le preguntaron al serísimo Doctor Cahuinga:

-Doctor, ¿usted cree que la nación o que la región está loca?

-No, no está loca ¡Está completamente loca!

Así eran las salidas de aquel renombrado especialista que llegó a convertirse en consultor estrella de la televisora nacional. No escatimaba palabra aguda ni comentario dardado frente a nadie y, más por lengua larga que por elocuencia de pico de oro, breve tiempo después, los capos de esa especie de gobernanza que había allí le habían contratado para que les asesorara en la conducción de las riendas del país. No sabían lo que hacían.

El doctor no tenía ningún empacho para decirle sus tres cosas a cualquier minestrone, cualquier menestral o a cualquiera ministra; a cualquier fulano senador o a cualquier mengana diputada o zutano diputado o perencejo contralor, descompuestos muchas y muchos de ellos, por cierto. El doctor, menudo de cuerpo, por cierto, había tenido varios oficios, entre ellos el de boxeador. Una vez, en alguna reunión familiar, le preguntaron cuál era su peso. Él hizo como si no se acordara y luego soltó: “Por lo livianito que yo soy, creo que ni pluma, ni mosca. Yo debo haber sido peso ladilla”. ¡Y se reía con una carcajada rimbombante!

Desde el periódico o la plaza, rodeado de edecanes, vecinos, poetas y artistas como uno más, el Doctor no tenía pepitas en la lengua para cantarle sus cuatro a cualquiera fuera el rango del funcionario público que tuviera fallando enfrente. Por cierto que no escatimó cuando le dijo al tesorero nacional: ”¡Óyeme, este niño, tú lo que tienes allá adentro es una araña mona!”. Y era lo menos que podía decirle cuando se enteró que había sido el propio tesorero quien resolvió el mecanismo para devaluar progresivamente la moneda para robársela más rápido haciéndola desaparecer. Al Doctor Cahuinga querían meterlo preso por lo que le había dicho al peorro tesorero y el Doctor no se calló. Al contrario, ripostó: “¡Chico, tú lo que tienes es ese coco rallado!”

Ya entonces era una época adversa. Claro, no como la de ahora, mucho más desfavorable, cuando la hostilidad vuela más rápido que el tiempo -como chancleta arrojada por mano paterna ante las malcriadeces- y se ha instalado como moneda de curso y peso en esta contemporaneidad que compartimos. La hostilidad de ahora, de estos tiempos, no tiene comparación. No, no, no, no. “¡Eso no tiene comparancia!”, dijo otro senador clarividente en una sesión extraordinaria del congreso a quien el Doctor Cahuinga le mandó un zapatazo en plena sesión. No por la expresión bastante incorrecta, por supuesto, sino porque el presidente de los senadores la dijo mientras mantenía en alto la plancha con la mano, dentadura postiza que se había sacado de la bocota para escarbarse mejor los entre-dientes que le quedaban con un palillo que sostenía con la otra y en pleno hemiciclo.

El caso es que ya pasó hace mucho el momento de aquel lema “paz y amor”. Ahora la cosa es a grito pela´o, amenazante y destemplado, a golpe sucio, diario y delirante. La movida es con ataques a mansalva, allanamientos de morada, trompadas sin anuncio y trompicones justificados. La cosa es a clausura de emisoras y emisores, a asalto tras invasión de un botín generoso, a arbitrariedades consagradas, a un número inaudito de presas y presos políticos; a imposición destemplada y rimbombante desde el cargo de poder para cambiar el orden establecido y el transcurso de la historia; a la ignorancia o al ensañamiento circense frente a un artista foráneo; a incendio del cuerpo humano del otro porque ese otro deseaba ser mejor o por quítame esta pajita o porque no te lleves la botella y ¡cuídese quien haya visto algo y se le ocurra denunciar porque también le quemamos, no joda!… El poder es por la fuerza bruta ¡y bien bruta! ¿Para qué seguir discutiendo si es por la razón o por la fuerza? ¡Dale un solo coñazo y listo! ¡Ay, por favor, protégenos de los bárbaros, beato Santiago de la Vorágine!

Definitivamente, “ya no estamos en los tiempos de la divina Sara. Ahora vivimos de tapara en tapara”, decía el viejo Molfese, uno de los varios sabios de Tucupido a quien se le conseguía filosofando en la barbería, en la plaza Ribas o en el Bar El Guatacaro, atendido por sus propios dueños y como recordaba siempre el Doctor Cahuinga. Y es que en aquel país despachan desde entonces con criterio de bar de mala muerte a las tres de la mañana, siempre entre gallos y medianoche; con atrevimientos de pulpería, despachando leyes a conveniencia; tiros, patadas y peos sin discernimiento; golpe, trompada y kung-fu sin discriminación alguna, robo y robo hasta de la decisión popular, “¡discursos sin diéresis ni mucho menos sindéresis!”, como argumentaba un diputado que había saltado mil talanqueras. Con silenciamiento progresivo, con exaltación de la mediocridad por todos los canales hasta que una medianía termine de emparejar socialmente hacia abajo mientras vamos callando y saliendo por el fondo en el mejor orden posible a ver si es que logramos salvarnos de esta antes de que nos vean los que están allá arriba armados hasta los dientes pelaos y nos eliminen sin miramientos de ningún tipo.

“Ya nadie sabe cómo anda ninguno porque ninguno sabe cómo anda nadie”, decía el Doctor Cahuinga quien a todas estas no hemos dicho lo que era. Era veterinario, acostumbrado a engordar gatos y a sanar perros, pero también a curar gente como cuando lo pusieron a circuncidar a los reclutas y le daba de comer el pellejo a los gatos ¡Por eso es que esos felinos están así de hermosotes! Y con la misma soltaba una redondilla. “Aquí va la cosecha del día:

¡Cucaracha, cucaracha,

tú que eres tan vivaracha!…

¿Me puedes decir, cucaracha,

si eres hembra o eres macha?”

Estamos viviendo tiempos hostiles, sí. Muy hostiles, es cierto. Tiempos desalmados, desangelados, sin alma. En esa intemperie, la sociedad civil del mundo entero avanza a contracorriente de una pequeña caterva amorfa de líderes provinciales con el piquete al revés que andan llevando al país, a la región y al mundo de cabeza y de paticas en la calle. Con todo este panorama que además te jala hacia una creencia de que ya entramos en el apocalipsis ¡now! el artista insiste en manifestar sus dones, muy poca gente voltea a mirarle y ya no hay quien visite las plazas, aunque las autoridades sanitarias advierten como nunca antes que el arte y la cultura mejoran la salud física y mental. Pero, ¿a santo de qué ocurre este fenómeno con los artistas? Entre otras razones porque una poca gente no valora ni sus dones propios. Preferimos mirar al sapo antes de apreciar la belleza del paisaje que tenemos enfrente… Que no se culpe a nadie, pero nadie formó a esta poca gente para que tuviese una autoestima tan suficientemente fuerte como para salirse del montón y así entonces terminar quedándose en la medianía revolcándose desde allí, mezclado con las otras pocas gentes, agitando desde allí, mientras le grita improperios destempladamente al saltimbanqui… No es el medioevo, no es algo que ocurrió hace un siglo, es lo que ocurre en estos días infecundos.

Sería estupendo volver a aquella plaza y escuchar nuevamente al inolvidable Doctor Cahuinga diciéndonos a esta hora, a cada cual y a cada uno de los líderes de turno para que cada quien coja su pelota:

¡Óyeme, este niño, tú lo que estás es loco de bola!

 

Noticias Relacionadas

El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!

Apoya a El Nacional