Desde tiempos remotos el hombre, como cualquier otra especie, ha enfrentado grandes desafíos evolutivos para llegar adonde nos encontramos en la actualidad. No obstante, todo apunta a que el próximo desafío para seguir perpetuando la especie no parece venir propiamente de la naturaleza en sí misma, sino más bien del mismo hombre y su poder.
Desde la época de la Guerra Fría hasta la actualidad, hemos vivido al filo de la muerte como especie. Con más de 15.000 ojivas nucleares repartidas casi en su mayoría entre Rusia, Estados Unidos, China y Correa del Norte, solo se necesita que el batir de las alas de una mariposa esté fuera de lugar para iniciar el apocalipsis del juicio final.
Desde entonces los científicos han tratado de entender qué le pasaría a nuestro planeta Tierra luego de que una guerra nuclear se cerniera sobre nuestras cabezas. Y es que no hace falta que se detone todo el arsenal existente, bastaría con solo unas 100 bombas similares a la de Hiroshima para cambiar la historia de toda la humanidad.
Fuente: AFP
Sin lugar a dudas, todo rastro de vida sería evaporado de la faz de la Tierra en cuestiones de segundos en los lugares de los impactos de las bombas, mientras que la exposición a la radiación terminaría por aniquilar a los más resistentes fuera del radio de impacto al cabo de los meses. Pero esto no es todo, seguramente estarás pensado que tú, que vives en un pueblo apartado de Suramérica, estarías librado de todo. Pero la verdad es que NO.
Para aquellos que vivimos en los hemisferios más apartados del planeta, una guerra nuclear de las proporciones mencionadas arriba sería suficiente para cambiar el clima del planeta. Desde los años ochenta los científicos han trabajado en modelos computacionales que permitan estimar el impacto global de una guerra nuclear incluso a pequeña escala, y han llegado a la conclusión de que el efecto sería tal, que la cantidad de polvo y hollín generado por las explosiones ascendería a la atmósfera bloqueando el paso de la luz del Sol. Esto produciría una caída de las temperaturas globales en más de 3 °C y una reducción de las precipitaciones de alrededor de 9%, produciendo las condiciones climáticas más extremas vividas en los últimos 1.000 años y sus efectos perdurarían por más de una década. Como si fuera poco, las reacciones químicas producidas en las capas más altas de la atmósfera producto de la radiación, aniquilaría gran parte de la capa de ozono, abriendo una ventana para que la radiación UV pueda ingresar sin ningún tipo de filtro, incrementando los casos de quemaduras graves y cáncer de piel y disminuyendo el crecimiento de la capa vegetal del planeta.
Pero esto no termina aquí, dichos cambios en el clima traerían como consecuencia una reducción en la producción de alimentos a nivel mundial, estimándose una caída de la producción de maíz, arroz y trigo entre 12% y 30% en la siguiente década, afectando incluso la vida marina debido a la acidificación de los mares y océanos del mundo; conllevando a una hambruna de proporciones catastróficas en la que 2.000 millones de personas pudieran morir de hambre.
Es cuestión de tiempo que algo de esta índole ocurra, quizás no en las próximas décadas, pero lo que sí es seguro es que mientras sigamos permitiendo que naciones tengan este tipo de armas de destrucción masiva estamos en cuenta regresiva tic tac, tic tac…
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