“Nadie es grande impunemente, nadie escapa al levantarse de las mordidas de la envidia”
A José Manuel Restrepo. Bucaramanga. Simón Bolívar
De que Venezuela vive un régimen de facto no hay dudas. Tampoco puede discutirse que se violan a diario los derechos humanos de los opositores y la institucionalidad colabora a menudo en la comisión de hechos punibles. El caso de Leopoldo López es uno de los mas emblemáticos y si algunos no creían en la patraña que lo envió a prisión, la fiscal Ortega Díaz lo acaba de reconocer a los cuatro vientos, admitiendo, además, lo que la hace imputable, por cierto, que actuó presionada, pero no dejó de hacerlo. Más recientemente Oscar Pérez fue ejecutado con otros venezolanos, incluido un niño y una mujer embarazada, a plena luz del día y ante el mundo.
Centenares de asesinatos se han producido, en estas dos décadas de predominio chavista y madurista, sin mediar procedimientos legales, sumariamente, extrajudicialmente. No solo se cuentan los mártires civiles de las protestas sino, evoco y agrego, los sindicalistas caídos a manos de sicarios en oriente y aquellos que en circunstancias extrañas lo fueron sin que haya la autoridad policial o el Ministerio Público encontrado a los culpables. Nótese que no me he referido a las víctimas del hampa, secuestrados y ultimados por quién sabe si delincuentes o policías, que a menudo son lo mismo, como lo evidencian los mismísimos informes de los entes públicos competentes sobre la materia. Esos suman miles, decenas de miles, entre los muertos, lisiados, mutilados, abusados impunemente. Este desastre hórrido, sangriento, pernicioso, empezó cuando aquel aciago 4 de febrero vio a los militares abjurando de su deber e intentando aquel golpe de Estado. Continuaron al obtener el mandato electoral por este pueblo ingenuo, cándido y algo estúpido, y corrompiéndolo todo continúan victimando ahora a la sociedad venezolana sin distingos, a la estructura social, a la misma Fuerza Armada Nacional, a la soberanía y a la república.
Quitarle a un ser humano su arraigo es un crimen. Obligarlo al exilio como pasa con Ledezma, Tarre, Smolanky, Brewer, Hausmann, por citar algunos de los cientos de miles que deambulan por el mundo, muchos pidiendo asilo, es violatorio de normas nacionales, tratados internacionales y el más elemental respeto a la ética y a la dignidad de la persona humana. Envilecer la justicia, extraerle su espíritu como vampiros y convertir sus órganos en apéndices viles, infectados de su odio mediocre, sesgados, ideologizados, manipulables, es una catástrofe moral, antes que nada. Lo peor que al humilde pueblo le han hecho tal vez sea inficionar de maldad y cinismo lo que tanto costó en edificar, un sistema cívico democrático respetuoso de las libertades y derechos del ser humano y del cuerpo político ciudadano.
El drama nacional, me explicaba un amigo talentoso que se dedica al estudio de la fenomenología de la emoción humana, consiste en nuestra trágica dinámica existencial en la desesperación y su manejo nos impulsa de múltiples formas, pero especialmente a la huida, al escape. Por eso muchos se han ido o se quieren ir; otros han perdido la fe y la ilusión ciudadana y no creen ni una palabra; y los que opinan y dan la batalla son perseguidos, vejados, maculados, desfigurados con artificios, maniobras, subterfugios, mentiras, calumnias, disfamaciones, acosos, asedio.
Últimamente, incluso, se nos ha destinado por mensajes que distribuyen en las redes sociales comentarios repletos de infundios que nos relacionarían con personajes de la picaresca electoral para descalificarnos y medrar en nuestra credibilidad. Las redes hay que leerlas cuidadosos porque son susceptibles de contaminaciones y tergiversaciones. Los tonton macoute de la dictadura ahora se manifiestan por Facebook o Twitter con la misma saña y morbo, escriben o consiguen a los cagatintas disponibles para desfigurar o enredar a sus adversarios, en esa telaraña de la anomia que nos priva de todo sostén y referencia. Ya Umberto Eco nos advirtió del riesgo que en las redes significa la invasión de sórdidos y mediocres.
Lo cierto es que Venezuela necesita con urgencia que cambien los hombres del poder. El país reclama calidad, conocimientos, honradez y patriotismo, y no los ha tenido por dos décadas; de allí el fracaso estruendoso que nos convirtió, de acuerdo con todos los estudios y evaluaciones científicas, en el país peor gestionado, dirigido, gerenciado económicamente. Hacen falta estadistas y no embusteros, incapaces, y disfrazados de populares. Querer reelegirse como lo hace Maduro es una prueba inequívoca de falta de escrúpulos y de ineptitud. Evitarlo es un deber ciudadano.
Paralelamente; surgen en el escenario político actores para la ocasión, calculadores que se prestan para legitimar en apariencia al régimen o los sempiternos aspirantes a destinos nacionales incapaces de asumir que su oportunidad pasó o no generan la confianza indispensable para ofrecer sostenibilidad racional a su aspiración. Lo gravoso de la situación consiste en terminar haciéndole el juego al dictador y evitando que se fragüe la unidad. El dilema persiste y es complejo, pero escoger el camino de la liberación no puede ser en la escogencia de una u otra opción, válido para comprometer a la unidad. Afinemos entonces.
@nchittylaroche
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