“Hay un límite en el que la tolerancia deja de ser una virtud”.
Edmund Burke
Si algún vocablo pareciera, sorprendentemente, desaparecer de las conversaciones en Venezuela, es ese del futuro. ¿Quién se atrevería a comentar lo que aspira, desea, anhela para su vida, en un país que cultiva bizarro la muerte?
Paralelamente, vivimos una pulseada difícil, trágica, sórdida con la gente del pasado que, por cierto, no es capaz de hacerlo distinto a como lo hicieron, porque en realidad, como diría Aristóteles, “Somos lo que hacemos”. El chavismo, y lo he repetido bastante, es esto que tenemos; es esto que hay y nada más, y allí radica el drama, son incapaces de pensar diferente, de imaginación alguna, de otra cosa disímil.
Siendo así; se entiende su plan de acabar de despojar al pueblo de su soberanía, su maniobra de malograr el modelo constitucional, su ardid de birlar la democracia y usurparnos definitivamente. Es comprensible viniendo de quienes solo fracaso, ruindad, envidia, mediocridad, irrespeto pueden como resultado mostrar. La constituyente comunal es una oferta gatopardiana de cambiarlo todo, para que quede exactamente igual.
¿Qué puede pasar, sin embargo? Cristo mismo sabe lo que pasará y no lo tenemos por indiscreto. El venezolano nada en un mar de incertidumbre, no sabe, no quiere, no puede hacer más que aventurar un juicio, pero difícilmente, ni siquiera conjeturar. Muchos preguntan y pocos responden.
Un amigo tachirense me porfía que la vía para destrancar el juego es hacer lo mismo que el gobierno, que, osado, se fugó hacia adelante. Subió la apuesta Maduro y la piara que lo secunda. El gocho cree que hay que agotar la calle a cualquier costo para, de esa manera, forzar una capitulación del régimen. Lo escucho, pero socrático lo interrogo, sin obtener además de su convicción el argumento que me convence. Suponiendo que no se agotará la calle y temo que puede pasar, ¿tendrá la fuerza para medrar la falta de escrúpulos de estos zafios ideologizados? No les importa matar, vejar, humillar, hundir a Venezuela. Quieren mantenerse atornillados concupiscentes y gozarse el inmerecido estelarismo de la hora actual. Mi amigo insiste en que esa es la salida.
Los militares, me decía una vez en un almuerzo Ramón J Velásquez, “son leales, hasta que dejan de serlo”. Otro talentoso compatriota, Luis Herrera Campins, opinaba similar. El general Padrino, quien se diría lidera los componentes, no da muestra de empatía con la aplastante mayoría de los venezolanos que, sabe él, están hartos del desastre y el desmadre. Ante su vista se ha indisciplinado la FANB, se ha politizado, se ha deteriorado su operatividad, se ha vulnerado su credo patriota y soberano. No se le pide a Padrino y a los uniformados otra cosa que sobriedad, seriedad y respeto al juramento de acatar la Constitución y la ley. Parece que es mucho pedirles y prefieren gobernar con Maduro y compartir el festín baltasariano de la corrupción que los reúne, asocia y enajena. ¿Y la patria? ¡Vaya al cipote UR!
Entretanto, un contingente humano al que le duele más la nación, prepara un plan para el rescate económico y financiero; hay que detener el derrumbe de la economía y rehabilitar el aparato productivo y reinsertarnos en la carrera tecnológica. Otros quieren sacar a patadas la demagogia de la educación y empujar el tapón ideológico que impide el flujo del saber o lo condiciona a modelos atrasados y totalizantes. Algunos aportarán su dinero si retorna la seguridad. Miles regresarán a su lar si pueden y podrán vivir, progresar, disfrutar su éxito, en lugar de arrimarse aquí o allá para terminar no siendo de ninguna parte. Múltiples emprendedores tocan las puertas del porvenir e inventan para sobrevivir y eso, eso puede servir, ahora tenemos otras ventajas comparativas.
Miles de médicos, ingenieros, técnicos, comerciantes, profesores, carpinteros, publicistas, creativos, volverán a Venezuela donde los conocen y los aprecian como un pueblo que se tolera y se apresta a superar estas dos décadas ignominiosas de populismo que nos arruinó y envileció.
Conversó con mi amigo andino, octogenario, abogado, rebelde y librepensador para descubrir que no hay vida sino cuando se tiene y se siente la sangre, pero mejor aún, cuando vale la pena despertar mañana para seguir luchando, para seguir soñando, para cambiar el mundo y eso es lo que haremos porque nuestro pueblo, nosotros, sabemos que el socialismo no nos conviene, nos niega el porvenir, nos priva de ilusiones, poda el esfuerzo para sujetarnos y sojuzgarnos. Superaremos este bache y lo haremos de todas maneras. Y por lo pronto, ¡mañana hay otra marcha!
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