“Yo tengo un sueño -dijo Martin Luther King- de que un día la justicia correrá como el agua, y la rectitud como un río caudaloso”. Hoy, ese río comienza a abrirse paso por un cauce inesperado: no solo por las calles donde alzamos la voz, sino también por las complejas rutas del comercio internacional.
Pensemos por un momento: ¿y si hacer negocios con dictadores no solo fuera moralmente reprobable, sino también costoso? ¿Y si cada contenedor que cruza el océano, cada contrato entre países, llevara consigo no solo un precio en dólares, sino un peso ético? Ese mundo ya no es una utopía. Comenzó a tomar forma el pasado 24 de marzo de 2025, cuando Estados Unidos anunció un arancel del 25% sobre todas las importaciones provenientes de países que mantengan relaciones comerciales con el régimen de Nicolás Maduro.
Se trata de un paso inédito, que marca el nacimiento de una nueva herramienta en defensa de los derechos humanos: los aranceles éticos, o como algunos ya los llaman, human rights tariffs. Una medida que envía un mensaje claro al mundo: si eliges apoyar económicamente a una dictadura, te saldrá caro.
Ahora bien, muchos se preguntarán si este viraje en la política comercial estadounidense está realmente motivado por un compromiso sincero con los derechos humanos. Y tienen todo el derecho de dudar. Después de todo, se trata de una administración conocida más por sus cálculos estratégicos que por su sensibilidad moral.
Pero incluso si el origen es imperfecto, la oportunidad es real. Para quienes llevamos años denunciando la represión, la censura y la impunidad, este momento abre una puerta inédita. Por primera vez en mucho tiempo, los engranajes del comercio global empiezan a moverse no solo al ritmo del dinero, sino también al compás de los principios.
Porque sí: los derechos humanos no son una carga, ni un lujo moral reservado para tiempos de bonanza. Son, en realidad, una ventaja competitiva de las democracias.
Las sociedades libres no prosperan solo porque innovan. Prosperan porque cultivan la confianza, la transparencia, el respeto por las reglas. Y cuando alineamos nuestras políticas comerciales con esos valores, no solo castigamos a los opresores: también premiamos a quienes construyen progreso con justicia.
En el caso venezolano, la razón de ser de esta medida es dolorosamente evidente. Un régimen que encarcela disidentes, manipula elecciones y ha empujado a más de 7 millones de personas al exilio no puede seguir recibiendo el trato de un socio comercial respetable. Cada barril de petróleo que se le compra al gobierno de Maduro es un aliento más para su maquinaria de represión.
Por eso este nuevo enfoque no es simbólico: es práctico. Desde el anuncio del arancel, ya se ven señales de impacto. Empresas chinas que antes compraban crudo venezolano sin pestañear ahora están reconsiderando. Porque la complicidad, de pronto, tiene un precio.
Y sin embargo, no basta con que Estados Unidos actúe en solitario. Esta no puede ser una cruzada unilateral. Para que la idea de los human rights tariffs eche raíces, necesitamos una coalición de democracias dispuestas a defender, juntas, la dignidad humana en los mercados globales: desde la Unión Europea hasta Canadá, desde Japón hasta América Latina.
Tenemos que imaginar otro tipo de comercio. No como una fría red de intereses, sino como una plataforma de transformación. Pensemos en tratados que incluyan cláusulas de derechos humanos con consecuencias reales. Imaginemos un sistema donde los aranceles no solo suban con la inflación, sino también con la injusticia.
A quienes nos digan que esto es demasiado idealista, les recordamos que también lo parecían, en su momento, la abolición de la esclavitud, el derecho al voto femenino o la lucha por los derechos civiles. Todos esos sueños fueron primero tachados de ingenuos… hasta que se hicieron realidad.
Hoy podemos sumar uno más a esa lista: comerciar solo con dignidad.
Pero para hacerlo, también tenemos que mirarnos al espejo. Ninguna democracia puede liderar esta transformación si no enfrenta con honestidad sus propias fallas: el racismo estructural, la desigualdad, el trato inhumano a migrantes o la erosión del Estado de derecho en casa. El liderazgo se construye con coherencia. Y la coherencia comienza por el ejemplo.
Así que sí, dudemos. Hagamos las preguntas difíciles. Pero también, no dejemos pasar este momento. Porque es la primera vez en mucho tiempo que la economía global se alinea, aunque sea por un instante, con la justicia.
Los aranceles por derechos humanos contra los tiranos no son una simple medida de presión. Son un principio. Y su hora ha llegado.
Armando Armas es abogado, activista de derechos humanos, experto en políticas públicas y fundador de Miranda Global Consulting. Fue electo miembro del Parlamento venezolano en 2015, donde se desempeñó como presidente de la Comisión Permanente de Política Exterior, además de ser miembro fundador del World Liberty Congress.
*Una versión más extensa de este artículo fue publicada en www.illuminem.com bajo el título: “¿Comercio o Tiranía? El auge de los aranceles por derechos humanos” el 03/04/2025.
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