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Amaestramiento esclavista

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En vez de educados para la democracia, los venezolanos estamos siendo amaestrados para la esclavitud.

El amaestramiento esclavista ha sido efectivo en Cuba a lo largo del extenso período desde 1959. En Venezuela ha consumido ya todo lo que va de siglo y milenio.  Y por las declaraciones de quienes capitanean el socialismo del siglo XXI, dicha manipulación se extenderá aquí de modo indefinido, porque el sistema vino para quedarse, pues tiene ideológicamente la llave de la historia y pragmáticamente el dominio del país.

El amaestramiento no es educación, sino habituación programada y forzada. Porque la educación es -ha de ser- (y así la entendía Sócrates) un dar a luz, desde adentro, de conocimientos y convicciones, con la ayuda de un maestro a manera de partero. “Educación” viene del verbo latino educere, que evoca el proceso a través del cual el mármol genera la figura de la estatua bajo la intervención del escultor. La educación no tiene, pues, nada de inyección y sí mucho de diálogo.  Amaestrar, en cambio, es habituar al animal -racional o no- a determinados comportamientos en base a la imposición de ciertas prácticas, agradables o no. En la educación interesa la convicción; en el amaestramiento simplemente la acción. En el amaestrado importa poco el convencimiento de lo que hace; interesa sólo que lo haga.

Sobre el tapete de la actualidad venezolana están las elecciones primarias y presidenciales. El artículo 5 de la Constitución habla de soberanía y de pueblo. La realidad nacional registra hoy en día una evaporación de la soberanía con una marginación del pueblo, las cuales es preciso superar para una recuperación de la institucionalidad democrática. La inexistencia de un Estado de Derecho, con la correspondiente fusión de poderes, hace que la lucha por condiciones electorales justas y libres constituya un desafío ciudadano prioritario, ya que el monarca absoluto de Miraflores pretende que el soberano se conforme con árbitros, reglas y procedimientos, que simplemente den la impresión de que el voto responde a una verdadera elección. Votar no es lo mismo que elegir.

A lo largo de dos décadas los venezolanos nos hemos habituado a situaciones incompatibles con una auténtica convivencia en justicia, paz y libertad. Del escándalo, la sorpresa, la indignación y la protesta iniciales hemos pasado a una tibia inconformidad y finalmente a una pasiva y desesperanzada aceptación. Pensemos en la cuarta parte de la población emigrada, los centenares de presos y torturados políticos, la corrupción hábilmente manejada, la pauperización del grueso de la población, el desastre de los servicios públicos y el clima de amedrentamiento de la ciudadanía. Y last but not least, la hegemonía comunicacional con una totalitaria conatelización. Felizmente experimentamos hoy un sensible rebrote de resistencia y de voluntad de cambio. La perspectiva de elecciones primarias y presidenciales en un marco pasable de garantías ciudadanas y posibilidades de cambio, está, entre otros factores, influyendo en este despertar.

En repetidas ocasiones he recordado el vivo llamado de los obispos de Venezuela hacia la refundación del país. Pues bien, elemento indispensable para tan urgente empresa patriótica es el dar fin al sistemático amaestramiento esclavista de tipo castro cubano por parte del régimen y empeñarse en una concientización y educación ciudadanas con miras a recrear una convivencia democrática libre y corresponsable.

El referido amaestramiento se inscribe dentro de un plan totalitario denunciado por el episcopado. Por eso la refundación exige unir fuerzas para lograr lo antes posible un cambio de régimen, que actúe lo que la Constitución plantea claramente ya desde su Preámbulo y Principios Fundamentales y que está siendo pisoteado de modo sistemático por la actual dictadura militar social comunista.

 

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