Leer memorias de actores políticos es una manera de aprender la historia. Es lo que recomienda el historiador británico Archie Brown en su libro El mito del líder fuerte (The Myth of the Strong Leader). En Venezuela, la Autobiografía del general José Antonio Páez, constituye una lectura recomendada para el estudio del siglo XIX. (Esta autobiografía corresponde al siglo XIX lo que Venezuela, política y petróleo de Rómulo Betancourt significa para la comprensión de siglo XX venezolano).
No obstante, en nuestro país, las memorias de políticos no son abundantes. Se pueden mencionar algunos que sí han dejado testimonio escrito de sus vidas: Enrique Tejera París (Memorias), Américo Martín (Memorias), Rafael Caldera (De Carabobo a Puntofijo), Domingo Alberto Rangel (Alzado contra todo (memorias y desmemorias) y Ramón Escovar Salom (Memorias de ida y vuelta), entre otros.
A lo anterior se suman las memorias por capítulos sobre un hecho concreto, como ocurre con la serie de artículos del general Fernando Ochoa Antich en El Nacional titulados “En beneficio de la memoria histórica”, así como su libro Así se rindió Chávez; y las obras bajo la modalidad de la entrevista, en las cuales se inscriben las Memorias proscritas de Carlos Andrés Pérez (con Ramón Hernández y Roberto Giusti), la entrevista de Javier Conde a Octavio Lepage (La conjura final. Octavio Lepage: 60 años de lucha política). También disponemos de las entrevistas realizadas por el profesor Agustín Blanco Muñoz a un grupo de personalidades de la vida nacional. Es esta la forma como podemos conocer los testimonios de Marcos Pérez Jimenez, Pedro Estrada; Jesús Urdaneta Hernández y Hugo Chávez, entre otros. Pero a este tipo de registro histórico le falta el nivel de reflexión que aporta el género memorias (o el de la autobiografía), en el cual el autor habla sin intermediarios y expone su visión crítica de los avatares de su vida.
Es dentro de este contexto que adquiere valor el libro publicado recientemente por Virgilio Ávila Vivas, titulado Anécdotas de una vida en democracia. Se trata de un breve, pero sustancioso, relato de su vida en Margarita, sus estudios de Derecho en la Universidad Central de Venezuela, su trayectoria judicial y su vida política como gobernador, diputado, senador y ministro. Virgilio fue amigo de Jóvito Villalba, Gonzalo Barrios, Luis Piñerúa Ordaz, David Morales Bello, Carlos Canache Mata, Ramón Escovar Salom, Ramón J. Velásquez y Carlos Andrés Pérez, de quien fue ministro de Relaciones Interiores en el momento del golpe de Estado del 4 de febrero de 1992.
Virgilio Ávila Vivas fue un gobernador comprometido. En sus campañas electorales aplicaba el método del contacto directo con los electores, en la calle, mediante la comunicación cara a cara. Al mismo tiempo, puso en práctica la participación ciudadana en los asuntos de seguridad, salud, educación y en las actividades culturales. Durante su última gestión como gobernador negoció con los buhoneros y estos abandonaron los espacios públicos, al amparo de sus habilidades como negociador.
Entre los hechos que recuerda Virgilio están las declaraciones de Rómulo Betancourt cuando proclamó que Jóvito Villaba era “un cadáver insepulto”. Luego de estas declaraciones Luis Piñerúa Ordaz le comentó: “Virgilio, Rómulo como que quiere que yo pierda las elecciones”. Poco después, Jóvito expresó públicamente su apoyo a Luis Herrera Campins, lo que “inclinó la balanza” a favor del candidato copeyano. Es decir, una palabra expresada en el momento equivocado puede traer consecuencias políticas imprevisibles. Y esto sube de tono porque luego Virgilio afirmó que Rómulo era un hombre “de una sola cara, de una sola pieza, sin dobleces, con un rico léxico que denotaba su gran inteligencia”, y que no decía nada sin haberlo meditado en términos políticos.
El capítulo sobre el 4 de febrero narra información útil e inédita sobre los acontecimientos que ocurrían en el alto gobierno al momento del alzamiento militar. La sorpresa que vivieron los miembros del gobierno, la valiente reacción del presidente Carlos Andrés Pérez al enfrentar el golpe, los errores cometidos durante los días 4 y 5 de febrero, las intrigas palaciegas y la manera como se alborotaron las ambiciones, son alguno de los aspectos que comenta. Cabe destacar que el gobierno fue sorprendido con el alzamiento militar, lo que evidencia las fallas de inteligencia que acompañaron esos trágicos momentos. Había, además, malestar en distintos sectores que algunos se negaban a reconocer.
Hay un hecho que ha quedado marcado para la historia: el envío de dos emisarios a negociar con Hugo Chávez su rendición. Se trata -cuenta Virgilio- de los generales Guillermo Antonio Santeliz Ruiz y Fernán Altuve Febres, quienes “fueron reconocidos posteriormente por Chávez en un programa de televisión como dos conspiradores y amigos suyos”. Estos altos oficiales habrían desatendido la orden recibida, según la cual el jefe del golpe debía rendirse mediante un mensaje grabado. No fue así y se le permitió hablar en vivo y así sellar el destino de Venezuela con su “por ahora”. De esa manera, un militar que había fracasado anuncia un cambio político que se tradujo en la sustitución de la democracia por una autocracia represiva y violadora de derechos humanos. Y aquí cabe preguntar: ¿cómo pudo ocurrir algo así? ¿Cómo unos experimentados políticos pudieron ser engañados de esa manera?
Por otra parte, de la narrativa de Virgilio se evidencia que había otro tipo de militares dispuestos a inmolarse por la democracia. Es el caso del almirante Iván Carratú Molina y del coronel Dudamel, quienes defendieron con coraje la integridad física del presidente Carlos Andrés Pérez.
Luego del golpe, Virgilio puso su cargo a disposición del presidente para que este tuviese la posibilidad de hacer los cambios en el gabinete que las circunstancias exigían. Como consecuencia de ello, Luis Piñerúa Ordaz pasa a ocupar nuevamente el cargo de ministro de Relaciones Interiores. En todo caso, se trata de hechos que se pueden conocer con la precisión de la narrativa de un hombre que fue actor de esos acontecimientos.
El 4 de febrero de 1992 es una de las fechas más oscuras de la historia venezolana. Fue un golpe noble al sistema democrático, el cual, pese a sus errores y aciertos, había permitido la convivencia política, la libertad de expresión y la separación de poderes. Por otra parte, la política es conexión con la realidad y un sector de la clase dirigente la había perdido. A partir de ese momento Venezuela inició un largo camino hacia la destrucción definitiva de los valores democráticos para imponerse un régimen autoritario y sectario.
Las memorias de Virgilio ofrecen muchas otras enseñanzas y reflexiones. Una de ellas es esta: “La política no se aprende en la universidad, sino en la calle llevando los golpes del día a día, tratando con la gente, encarando los problemas reales y complejos de la gestión pública y llevándose muchas veces la peor parte, la crítica y los reproches”. Buena reflexión para quienes piensan que la política es improvisación permanente.
Estamos ante un libro que hacía falta y que enseña y hace pensar, porque el autor es testigo de excepción de lo que narra.
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