A la profesora Alicia Álamo la conocí en la quinta “Jocelín” (La Floresta, Caracas), donde en la segunda mitad de la década de los noventa se venían preparando todos los trámites y programas para lograr la fundación de la Universidad Monteávila (UMA). Me transmitió una gran alegría, y desde ese entonces mi admiración y cariño hacia su persona no ha dejado de crecer. Hemos mantenido una buena amistad e incluso he tomado varios cursos trimestrales que ha dictado en la UMA. Siempre he admirado su trato afable y su capacidad de decir grandes verdades con las palabras más sencillas.
Hace más de cinco años aproximadamente le hice una larga entrevista biográfica que necesitó varios días para su realización, y la misma la actualicé en mayo de este año con las cuatro preguntas que realizo para mi proyecto: “Semblanzas” (el 4 de abril de este año apareció la primera entrega por El Nacional), sobre personas que considero han dejado un importante legado pero que no son tan conocidas como merecen. La primera pregunta es precisamente: ¿cuál cree que ha sido su legado? Al principio la profesora dijo entre risas: “¿Dejar un legado yo? ¿A quién?”, pero después con serenidad y certeza afirmó: “Mi optimismo, porque yo siempre estoy transmitiendo ánimos y esperanzas, en especial en estos tiempos que vivimos en Venezuela”. Para después agregar que si se siente decaída lo disimula. “El pesimista se retrae y para el cristiano: ¡es un absurdo que no tenga esperanzas porque Dios es nuestra meta!”. Pero también: “En estos últimos años sería mi prédica con los ancianos, en el sentido de que no debemos ser tan fastidiosos, y aceptar la ayuda de los jóvenes”. Para ampliar en esto último les recomiendo su artículo “Educar para envejecer” que salió en Pluma el 14-II-2018.
El legado que dejamos es de algún modo el legado de los que admiramos especialmente en nuestra niñez y juventud. Es por ello que al hablar de su padre: Antonio Álamo Dávila (1873-1953), podemos percibir un cariño profundo por su persona, que nos traslada a los tiempos del gomecismo en Venezuela (1908-1935), con su visión de país centrada en aquel famoso lema: “Unión, paz y trabajo”. Nos recordó que fue ministro de Fomento (1922-29) y gobernador de los estados: Sucre (1929-31) y Bolívar (1933-35), resaltando su carácter “pacífico y conciliador” pero creyente en los gobiernos fuertes. Al hablar de su madre: Iginia Bartolomé de Álamo (1893-1991) señala que era “una mujer de avanzada”, que la animó a estudiar para ser independiente. Y su maestra en Costa Rica (donde vivieron exiliados del 36 al 41): María Teresa Obregón de Dengo, que estimuló en ella las buenas lecturas y desarrollar su don para el dibujo, que más adelante la llevaría a estudiar arquitectura en la Universidad Central de Venezuela (UCV).
En lo que respecta a su vocación, es imposible reducirla a una sola, y nos admiramos ante todo lo que ha hecho y vivido. Damos gracias a Dios por su generosidad, y por esa vitalidad en todo lo que emprendió. “¡Claro, son 92 años!”, nos diría con humildad. En lo que respecta a su vocación profesional, la primera de ellas fue la arquitectura, siendo de la segunda promoción de arquitectos del país; lo que le permitió trabajar en la Dirección Nacional de Urbanismo y en la Fundación de la Vivienda Popular (FVP). Participó en diversos proyectos, siendo uno de ellos el trazado de la avenida Libertador de Caracas, el desarrollo urbano en torno la electrificación del Caroní, la urbanización “La Fundación” en Valencia y otras de la FVP. Su segunda carrera fue Comunicación Social, también en la UCV, por la década de los sesenta del siglo pasado, la cual la disfrutó muchísimo porque la misma la llevó a conocer un gran universo de conocimientos. Desde graduada siempre ha mantenido una columna en algún periódico. Al mismo tiempo, asumía la responsabilidad de oponerse inteligentemente a las tendencias marxistas que dominaban en el ámbito del periodismo.
Su vocación al teatro comenzó desde niña, a los 11 años fueron sus primeros papeles; en los años sesenta, entraría al teatro profesional, hasta empezar, más adelante, a escribir obras que han sido montados como: América y yo, Juan de la noche, 8 en un mismo tren, Después de la consulta, Pioneras, entre otras. En lo relativo a su espiritualidad, nace de la mano de su madre y, especialmente, al recibir clases para hacer su primera comunión en San José de Costa Rica, pero pidió que no fuera un solo año, sino continuar estas. Después entró a la Acción Católica, donde tenía reuniones semanales de formación y retiros anuales de gran profundidad doctrinal. Entre otras actividades, estuvo la de formar parte del comité organizador del Congreso Eucarístico de Caracas en 1956. Allí conocerá el Opus Dei, para convertirse en una de las primeras vocaciones de la rama femenina en el país.
Ejerció pocos años la docencia en la UCV y más adelante tendría cargos relativos a la promoción cultural: Directora de Cultura de la Universidad Metropolitana y de Extensión Universitaria de la Simón Bolívar. Durante el gobierno de Luis Herrera Campins (1979-1984), fue directora General de Cultura de la Gobernación del D. F. y presidente del Consejo Ejecutivo de Fundarte. En las últimas décadas se dedicó al proyecto y ejecución de la Universidad Monteávila, donde ha sido decano fundador de la Facultad de Ciencias de la Comunicación e Información, profesora de Oratoria, Teatro y nunca ha dejado de dictar cursos trimestrales para profesores y adultos, ligados a la escritura y al teatro. Por eso, una vez a la semana, como mínimo, la vemos transitar incansable por sus aulas. Según sus palabras, en lo que respecta a lo académico, siempre ha estado en labores de fundación institucional.
La última pregunta se refiere a los hechos de la historia de Venezuela que vivió y le generaron un impacto en su forma de entender la realidad, en especial la nacional. Su respuesta fue rápida: “Yo conocí al general Gómez”. Fue en El Paraíso (Caracas), donde las cuidadoras llevaban a los niños a la Plaza Petión (en la avenida Páez a la altura del Pedagógico), y ella tendría 3 o 4 años, aproximadamente, cuando pasó el presidente con su séquito y se detuvo, le dio un fuerte (moneda de 5 bolívares) a las “nanas” y alguien le dijo que la niña era la hija del doctor Álamo, y el general le puso la mano en la cabeza. Después lo vería en otras ocasiones como en el hipódromo y en los toros. “Era muy inteligente, no se metía en los aspectos técnicos del gobierno, conocía a las personas y sabía gobernar”. El gomecismo había logrado superar un mal arraigado en nuestra historia: las guerras intestinas. Su dictadura había establecido la paz, pagado las deudas e iniciado un tiempo de trabajo y orden. Para las más recientes generaciones de venezolanos, Gómez es algo muy lejano, y mucho más los problemas a los que se enfrentó. El testimonio de una persona que pudo conocerlo, que hereda la experiencia de su padre, y que además ha recorrido nuestro siglo XX debe ser tomado en cuenta ante la coyuntura que padecemos, es por ello que termina diciéndonos palabras más palabras menos: Venezuela se va a reponer del nuevo mal al que nos enfrentamos. “No sé si lo veré, pero estoy convencida de ello”. ¡Gracias, profesora, por su labor fundacional en la UMA y en tantas otras áreas!
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