Foto: EFE
Estamos acostumbrados a abrir el grifo y que aparezca al agua. También a darle al interruptor y que se ilumine la habitación que estaba a oscuras. A marcar un número y que nos responda la persona con la que queríamos hablar. Son gestos habituales a los que no damos importancia alguna, salvo cuando de repente, como ayer, la luz no se encendía y con ello se paralizó España. Ahí, de nuevo, nos hemos dado cuenta de lo muy frágiles que somos. Nuestra fanfarronería de seres superiores, que aspiramos a ser eternos, se hunde. Es cuando echamos de menos, y tanto, algo tan elemental en nuestra vida cotidiana como es el suministro eléctrico, algo en lo que no reparamos hasta que nos falta. Como cuando de repente, por cualquier dolencia o lesión, caminamos con dificultad o no podemos usar una mano. Es, entonces, cuando valoramos aquello que considerábamos como lo más normal de nuestras vidas.
Ayer aconteció lo que Sánchez dijo en una ocasión que nunca ocurriría y que, en todo caso, eran profecías apocalípticas de la derecha. Él siempre insultando al rival político. Ignoro si alguna vez algún portavoz de la derecha hizo semejante predicción. Lo que sí puedo decir, como usted ha comprobado, es que ayer se produjo un apagón global por espacio de más de diez horas en toda España. Se desconocen las causas y no voy a entrar en prospecciones de ficción. Los expertos nos explicarán. En todo caso, sí puedo certificar que en las calles centrales de la capital de España el comportamiento era ejemplarmente civilizado. Es decir, que de nuevo los ciudadanos estuvieron mejor que los políticos.
En esta ocasión no hay presidente autonómico al que echarle la culpa. Como tampoco hay instrumentalización política de la desgracia por parte de la oposición. Otra cosa sería si el que estuviese en el Gobierno fuese el PP. Con toda seguridad, el PSOE, dada su trayectoria y comportamiento en este tipo de situaciones, estaría montando un lío de considerables proporciones. No es el caso. Ha sido un apagón total y general, el primero que se recuerda en la historia reciente de España, que encontró a la ciudadanía sin ira.
Solo valoramos las cosas, materiales e inmateriales, las situaciones, a las personas… cuando nos faltan. Ayer nos percatamos de la importancia de la electricidad, pero podría ser el agua, o la libertad, o la democracia. Creemos que esto de tener democracia es algo fácil y normal. No lo es. Hay que trabajársela todos los días. La libertad sin ira que cantaron los que hicieron la Transición. Esa misma libertad y democracia que por momentos parece fenecer en manos del Gobierno menos democrático de la historia. Ayer tuvimos la oportunidad de saber cómo es la vida sin electricidad. Ojalá no lleguemos nunca a saber lo que es echar de menos la democracia, la libertad. Los ciudadanos lo demostramos de nuevo. Apagón sin ira, como la libertad que algunos nos quieren robar.
Artículo publicado en el diario El Debate de España
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