El fallecimiento del papa Francisco ha desatado titulares a favor y en contra de su divino magisterio. «El loco de Dios», como lo llama Javier Cercas en su libro-reportaje, deja la estela de un pontífice que predicó para los excluidos y esculpió un discurso político sobre la actualidad
Ningún asunto terrenal le fue ajeno. En cuanto a Venezuela, su actitud fue tibia, cautelosa, distante, marca de la Compañía de Jesús. Mientras elevó a los cielos santos a José Gregorio Hernández, ese médico pío y tan querido por el pueblo venezolano, recibió con beneplácito en su rostro al vil dictador Maduro. Se olvidó de apoyar con su voz, de peso internacional, al presidente electo en limpias elecciones, Edmundo González Urrutia. No obstante, deja la impronta de haber despojado al pomposo Vaticano del boato excesivo y abrir las gavetas de la corrupción que allí anidaban. Si su legado continuará con el nuevo Papa, aún no lo sabemos. Lo que aseguran vaticanistas expertos consultados es que cuando se proclame desde las ventanas del Estado Vaticano «Habemus papam», será un italiano. Ya lo veremos si aciertan.
Antes de ser Francisco, fue un párroco argentino que la Providencia del Espíritu Santo eligió papa. No cualquier Santidad. El primer papa hispanoamericano y, además, argentino y jesuita. Un candidato improbable, que salió elegido. Vino del fin del mundo, como él decía, para ser obispo de Roma y sumo pontífice. En 2013 la curia vaticana tembló. Los cardenales habían elegido a un extraño. Jorge Mario Bergoglio optó por llamarse Francisco, emulando al santo de Asís, que derramó la humildad y la bondad por el mundo de su época. Basó su Magisterio en esos mismos postulados. Asumió el trono de san Pedro a los 76 años y puso su mano firme sobre el complejo Estado Vaticano durante 12 años. Poco tiempo para la eternidad que lleva en la Tierra el centro del catolicismo.
Entre los calificativos que a su fallecimiento se han recordado están los de ser un hombre con un alto sentido del humor y el manejo de la ironía. Haber estado a favor y en contra de las dictaduras militares de su país y demasiado cerca en ocasiones del peronismo, También que ejerció de Papa sin apartar el ojo y su voz de los problemas de la Iglesia, como las acusaciones contra curas pedófilos –en ese tema Francisco fue inflexible–, el espinoso asunto del celibato y del aborto, la necesidad de incorporar o no a la mujer al ejercicio pleno del sacerdocio. Se le señaló que era más un Papa metido a político por tocar cuanto tema de actualidad se le cruzaba. Si no lo hubiera hecho, desconociendo la quiebra del mundo actual, se le habría reclamado que era un Papa ausente. Francisco, como buen jesuita, siempre estuvo atento a su tiempo. Como hispanoamericano sabía de la pérdida del catolicismo en el continente, por el desarrollo de las diversas iglesias protestantes. No ocultó su sotana a lo que pasaba y pasa en nuestro planeta. Se detuvo en cada esquina a preguntarse por qué pasan las cosas que pasan y dio su punto de vista.
Francisco y Ernesto Cardenal
Otro asunto de larga data en Hispanoamérica es la visión crítica del clero que adoptó el estudio de los Evangelios a la luz de inmensa pobreza, que asola al continente americano de norte a sur. Esa corriente revisionista fue y es la Teología de la Liberación. Uno de sus más destacados militantes fue el monje trapense, Ernesto Cardenal. El padre Bergoglio también estuvo en ese territorio. Hay una diferencia esencial entre ellos. Cardenal se declaró un cristiano marxista. Bergoglio militaba en esa interpretación teológica, sin ser marxista. Hay que recordar un hecho que unió a Cardenal con el papa Francisco.
En marzo de 1983, Cardenal, ministro de Cultura del gobierno comunista sandinista, protagonizó una foto que fue portada de la prensa mundial. Arrodillado ante el papa Juan Pablo II recibió la reprimenda del santo padre, quien le acusó de apóstata por estar gobernando a Nicaragua con un gobierno comunista. Al año siguiente, 1984, el Vaticano le suspendió ‘a divinis’ del ejercicio del sacerdocio, Cardenal tenía 59 años. Tras 35 sin poder administrar las funciones de un sacerdote y sin dejar su militancia en la Teología de la Liberación, justo pocos meses antes de fallecer en Managua, el papa Francisco le levantó la pena para que ese cura marxista pudiera morir en paz con Cristo, lo cual aconteció en 2020. Posiblemente otro Papa no lo habría perdonado. Francisco dio esa muestra de poder ser cristiano dentro de la Iglesia aun sin ser practicante, o divorciado o, como en el caso de Cardenal, ser un apóstata y declarado marxista.
El nuevo jefe del Vaticano tendrá que completar ese aggiornamento que inició Francisco. Por más conservador que sea el elegido tendrá complicado no seguir adelante por la senda de la humildad, que señaló Francisco. Un Vaticano menos ostentoso, unas finanzas vigiladas, puertas cerradas al intercambio de favores y la corruptela. También tendrá que restablecer los equilibrios diplomáticos en la casa de Dios. Para que no se le acuse, como a Francisco, de ser demasiado risueño con el progresismo y un tanto distante con los que huelen a derechistas. Y, seguramente el nuevo Papa no podrá escapar a su papel político ante los problemas acuciantes del mundo. Un Papa de antes y aún más el de ahora, no puede estar de espaldas a la política que mueve los hilos de los ciudadanos, sean cristianos o no. China, por ejemplo, es una asignatura pendiente en la santa sede del Vaticano.
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