Hay en verdad mucho silencio. Demasiado. Se podría decir que las dictaduras son silenciosas. El terror hace que nadie levante la voz, la voz cívica. Lo que resta es consumo y fiesta para el que pueda; hambre, tristeza y migración para los muchos. De manera que hay ese vacío que puede durar mucho. Claro, pueden aparecer ruidos clandestinos y tenues, quién quita que cada vez más sonoros, y tampoco nadie niega que devengan atronadores como en Siria en estos días, tan atronadores que ensordecieron para siempre a los domadores del natural y vital ruido de la multitud, hablando y discutiendo a su leal saber y entender. Pero esto pasa muy de cuando en vez, en Siria duró medio siglo. Pero acaece. Para no ir muy lejos, el 23 de enero de 1958 en Venezuela, en que, de la noche a la mañana, después de algo así como un decenio, pasamos a una aurora luminosa y llena de promesas, ruidosas. Jacarandosas.
Puede ser también que estamos en vísperas de una fecha crucial, el 10 de enero, y mucha gente esté callada a la espera de notables acontecimientos, reales o simbólicos. O se consuma el fraude y la feroz represión, o sucede algo que nadie tenía muy claro en su entendimiento, si acaso en sus anhelos más profundos. Algo va a suceder, no lo dude. Silencio por terror, ante todo, pero también porque cierta gente anda atenta a ver si oye algún ruidito que pudiese ser signo de algún terremoto por venir. Quién quita, estas cosas suelen suceder así, sin que nadie o muy pocos las esperen. Recuérdese, ejemplo de ejemplos, la caída del imperio soviético, con todo y sus armas nucleares, sin un tiro, sin violencia alguna, y sin que nadie la hubiese previsto, ni los más avezados politólogos ni los terribles servicios de espionaje. Así como un milagro de algún dios oculto y enmascarado, esa en parte es la historia a veces tan burlista.
Sin duda también debe tener su parte en este vacío de sonidos significantes la desaparición de los partidos políticos opositores, que ya uno ni recuerda sus nombres y que ahora hablan menos que nunca. A veces gruñen entre sí. O hablan en un raro y sofisticado idioma, como ese a la moda, entre entendidos, el del Foro Cívico, que habla un raro lenguaje que tiene de un Maquiavelo frío y de una partida de golf en el Country. Se les asimila poco. Y no se entiende cómo han escogido semejante momento encendido para hacerse ver un poco más que otrora.
Lo que sí hay que decir es que solo la voz de María Corina suena a diario. Y el acompañamiento menor del electo. Algunos la oyen y me cuentan que muchos la creen como palabra santa. Otros ya se suponen un negro e inevitable destino.
No olvidemos tampoco que estamos en Navidad, que es cosa seria entre nosotros. Por ahí oí que en días pasados, por los lados de las Colinas, se reunieron cerca de 70.000 personas, que no es poco, a oír aguinaldos y beber cerveza. Y también hay la pobreza navideña expandida, que hasta esos colectivos divertimentos impide, silencio secular de los desposeídos.
Da la impresión de que después de tanto silencio se puede pensar en un enero algo más sonoro. Lo que ya es algo.
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