Por ELEONORA GONZÁLEZ CAPRIA
Canadá
Me imaginaba todos los días
hembra o macho si pardo o negro
con o sin crías manso
me imaginaba muerta.
Salí siempre a las horas avisadas
de luz pálida y sombra larga
sola en silencio de abeja y arándano
lleno el bolsillo con las entrañas frescas de los peces.
Hablaban todo el tiempo de la manada de lobos
que en el pueblo había cazado un alce
ahí sobre el puente, la carne que tembló
hasta quedarse quieta y los autos que pasaban.
Alguien lo había filmado y después lo vieron,
se oía claro el grito, clara la súplica.
En el bosque después del incendio
seguía latiendo un tronco
blanco de espasmo en la madera
y en el glaciar
me llené los pies de barro buscando.
Cuando era chica si preguntaban por el miedo
yo respondía: oso.
Pero quedaba lejos, estaba a salvo, se reían.
Todas las noches desde casa interrogaban
si había cruzado al fin al oso.
Preparé el espíritu para encontrarlo, dije,
pero él no quiso verme.
Padre nuestro
Mi padre era un borracho
y borracho salía
a dar la vuelta al lago.
Nosotros también íbamos.
Cada brazada larga
nos devolvía el aliento.
Papá nadaba
como si el agua
fuera cemento.
Todos mis labios
decían Dios,
todos mis labios
Dios por favor.
Papá nadaba
sin preocuparse
por los abstemios.
Abran las ventanas
La encuentro envuelta en horas
escuálidas, largas, habla
aunque nunca sea fácil entender
lo que dice y yo me ponga un vaso
al oído en esta pared o aquella,
se explica a sí misma en pérdidas
de agua animales traslúcidos
a medias muertos libros
que nadie lee ramilletes
de araña,
cada intención de arreglo
es griteríos llora
de vez en cuando en resistencia
o queja, entregada
a la muerte como si diera graznidos,
la voz de cuervo ronca a la distancia
desde los postes, el ojo firme
y negro en mi ojo. Creo que está rota, psicótica
la casa, que por fin perdió la lengua.
La gran ola
Mi abuelo naufragó adentro de un barco,
en una habitación del hospital
entre la una y las siete.
Por el ojo de buey se vio a sí mismo
nadando a mar abierto
sobre las garras blancas de las olas.
Papá volvió ya amaneciendo al comedor a oscuras
con la ropa mojada y un vacío en los brazos:
los hombres de la familia son todos marinos
y nosotras vivimos siempre
envueltas por el agua.
Cruzamos el océano esa tarde
en el vientre plateado de los peces.
La casa era una lancha
otras veces un puerto.
El cuerpo de mi abuelo no flotaba
y hubo que traerlo a tierra.
Borrador de una traducción
La evolución de las especies tiene
barba de viejo
finas pilosidades
de árbol fueguino, hongo de alga,
tiene quince picos por capítulo
hijos de la misma madre.
Es la cara de un hombre
que antes no fue Dios.
Lo que hay que traducir es el recuerdo
de ese origen bajo el agua buscando palabras como
océano, transmutación, pinzones,
lo que sin forma avanza por el tiempo
multiplicado,
encontrar el estilo de epitafia simbiótica,
el rasgo variable de la lengua ajena.
Esta cola, por ejemplo, es más larga
y sobrevive.
Sobre el mundo material
podemos decir al menos esto
venimos a la Tierra por leyes generales,
así empieza.
Termina la traducción diciendo:
todos éramos peces al principio
y todavía tenemos branquias.
Maravilla
Antes nadie en el mundo
sabía lo que era
una caléndula:
si preguntaba por las calles
me miraban como si fuera inventando
esdrújulas gratuitas.
Ahora me persiguen cálices
de finos estambres,
pistilos, sépalos, pétalos,
voy bañada en polen dorado
y dondequiera que mire.
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