
Cuando se piensa en un dictador o en líderes autoritarios, se les suele ver como “hombres fuertes” que tienden a controlar sobre su figura todas las estructuras de poder de un país. Pero esa imagen se ha perfeccionado en las últimas décadas, tejiendo alianzas entre dictaduras que no se limitan sólo a ideologías, sino que convergen en “una determinación despiadada y única de preservar su riqueza y poder personales”.
Ese es el argumento central de “Autocracy, INC: The Dictators Who Want to Rule The World (Autocracia, SA: Los dictadores que quieren gobernar el mundo)”, el más reciente libro de la historiadora y periodista Anne Applebaum. En él analiza el auge de las autocracias y cómo se han reconvertido para transformar las dinámicas del poder global.
“Hoy en día, las autocracias no están dirigidas por un solo hombre malo, sino por sofisticadas redes compuestas por estructuras financieras cleptocráticas, servicios de seguridad (ejército, policía, grupos paramilitares, vigilancia) y propagandistas profesionales”, relata la historiadora en la introducción del libro.
Alianzas dictatoriales
Entre esas nuevas redes destacan las alianzas entre los Estados autoritarios y sus empresas estatales, que hacen negocios entre ellos con el propósito de mantener el poder, de acuerdo con Applebaum.
Pero también se extienden a los servicios de seguridad e inteligencia, que suelen armar, equipar y hasta entrenar a los equipos de otros. Sin incluir las alianzas que, a juicio de la autora, existen entre los propagandistas de las dictaduras, que van desde granjas electrónicas de cuentas trolls en redes sociales hasta las campañas de desinformación amplificadas por medios de comunicación financiados por dichos Gobiernos.
El libro, en ese sentido, está repleto de referencias que sustentan la teoría. Por ejemplo, Applebaum describe la manera en que China ha financiado proyectos de infraestructura y otorgado préstamos a países de África y América para expandir su influencia política y económica en el mundo. Y que, mientras eso ocurre, Rusia (al igual que China) comparte herramientas de vigilancia y espionaje masivas con otras autocracias, lo que permite a los Gobiernos controlar a sus poblaciones de manera más efectiva.
“Su única motivación (de los dictadores) es el poder y la riqueza. Y con ese fin, creen que es importante debilitar la democracia y el Estado de Derecho en el mundo”, sostiene la autora, ganadora del Premio Pulitzer.
Con sus alianzas, dice Applebaum, los Estados autoritarios (que también incluyen a Irán, Venezuela, Arabia Saudita, Cuba y Corea del Norte, entre otros) han podido crear divisiones en los países democráticos y debilitar la confianza en las instituciones.

En 2010, cuando Bashar al Asad visitó Caracas, Hugo Chávez le obsequió una réplica de la espada del Libertador Simón Bolívar. Foto Prensa Presidencial de Venezuela.
La dependencia de los dictadores modernos a la corrupción
En el año 2000, un año después de constituido su gobierno, Hugo Chávez comenzó a recibir informes que advertían sobre posibles casos de corrupción gubernamental. Los documentos se los había entregado Jesús Urdaneta, su antiguo compañero de armas en los intentos de golpe de Estado de 1992, quien para entonces se desempeñaba como jefe de la Disip, la agencia de inteligencia venezolana (actualmente Sebin).
Los informes presentados por Urdaneta señalaban que dos figuras clave del gobierno (Luis Miquilena, presidente de la Asamblea Nacional, y José Vicente Rangel, ministro de Relaciones Exteriores), estaban apropiándose de fondos públicos para su beneficio personal. Así que, preocupado por las acusaciones, llevó la información directamente a Chávez, esperando que tomara medidas al respecto. Sin embargo, Chávez optó por desestimar las advertencias y, posteriormente, destituir a Urdaneta.
La decisión, razona Applebaum, refleja dos situaciones características de las dictaduras modernas. Por un lado, privilegian a sus adeptos a cambio de lealtad, incluso tolerando actos de corrupción. Por otro, castigan a quienes dejan de ser leales y advierten sobre los problemas de la administración. El resultado de esos factores, dice la historiadora, es el fortalecimiento de las redes ilícitas de grandes sumas de dinero que benefician a los líderes autoritarios.
“Para mantenerse en el poder, los autócratas modernos necesitan poder coger dinero y esconderlo sin que les molesten las instituciones políticas que fomentan la transparencia, la responsabilidad o el debate público. El dinero, a su vez, les ayuda a apuntalar los instrumentos de represión”, escribe Applebaum.
Dictaduras ayudadas por Occidente
Pero este escenario se hace aún más complejo cuando se toma en cuenta que, como asegura Applebaum, las autocracias modernas no solo se valen de sus propios recursos internos, sino que también se apoyan mutuamente a través de alianzas, corrupción transnacional y tácticas compartidas de represión.
De esta manera, para completar sus operaciones con éxito, los regímenes autoritarios se apoyan en los mercados financieros internacionales y el sistema económico globalizado para continuar el enriquecimiento de sus élites y mantenerlas leales.
Para ello, además, cuentan en muchos casos con los servicios de contables, banqueros, agentes inmobiliarios, bufetes de abogados y relacionistas públicos que les facilitan mover, ocultar e invertir el dinero robado en las principales capitales occidentales.
“La globalización de las finanzas, la plétora de escondites y la tolerancia benigna que las democracias han mostrado hacia los chanchullos extranjeros dan ahora a los autócratas oportunidades que pocos podrían haber imaginado hace un par de décadas”, concluye Applebaum.
De las palabras de la periodista e historiadora se pudiera resumir, entonces, que el sistema mundial se ha reacomodado para cubrir las necesidades de las dictaduras, en lugar de prevenirlas.

Getty Images Daniel Ortega y Nicolás Maduro mantienen una estrecha relación desde que el venezolano era canciller de Hugo Chávez hace más de una década.
Propuestas para solucionarlo
Corría el mes de noviembre de 2021 cuando Applebaum asistió a un foro de democracia celebrado en Vilna, capital de Lituania. El encuentro reunió a disidentes y activistas de diversos países con regímenes autoritarios, con la finalidad de compartir experiencias y estrategias para enfrentar la represión y promover la democracia.
De allí surgieron varias ideas para la autora. Entre ellas, la importancia de crear, invertir y sostener una red internacional democrática que funcione de contrapeso a la colaboración entre las dictaduras. Al fin y al cabo, se pregunta Applebaum, “¿por qué si los autócratas se ayudan entre sí, no lo pueden hacer también los demócratas?”.
Otro punto fundamental para la escritora es el de fortalecer la regulación contra el lavado de dinero, el secreto financiero y, por ende, los vacíos legales de los que se aprovechan los líderes autoritarios para ocultar sus fortunas mal habidas. Entre sus propuestas concretas en este aspecto, por ejemplo, destaca la necesidad de que los Gobiernos exijan que las empresas se registren a nombre de sus propietarios reales.
Sin embargo, todo lo anterior sería difícil conseguirlo sin un aspecto clave que precisa Applebaum: que las democracias refuercen su atractivo como el mejor modelo de Gobierno. Para ello, argumenta, es esencial que se priorice la transparencia, el combate de la corrupción y las instituciones independientes.
El panorama que describe Applebaum es inquietante, pero no por eso inevitable.
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