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Sin despedida. Un fragmento

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Por ÁLVARO D’MARCO

Ulises vuelve a Puente Hierro. Cuando atraviesa San Agustín del Norte escucha el anuncio del año nuevo, la algarabía de las calles restalla y crece en una explosión báquica. La gente sale de las casas a encender cohetes, los fuegos artificiales invaden el cielo. El sonido lo aturde. El ambiente se llena de humo y olor a pólvora. La cabeza le da vueltas. Toma el último trago de la botella que deja en un poste. En medio del puente de hierro se detiene a mirar los fuegos artificiales que estallan en todas direcciones. Es motivador observar el cielo iluminado, muestra júbilo y excitación. Ulises cree que es el único momento en que los caraqueños rebosan en delirio colectivo, el fin de año los venezolanos son más festivos y emocionales que los demás días. En un impulso celebratorio lanza al Guaire el sombrero que cae girando sobre el agua y se aleja flotando rápidamente. Siente frío en la cabeza.

En la puerta del edificio cuatro vecinos alegres le dicen “¡feliz año!”, le dan palmadas en la espalda, lo abrazan, le ofrecen de sus tragos. Después de unos minutos de bromas y risas sube en el ascensor. Ifigenia y las tías le reclaman el terrible final de la reunión. Suena Sgt. Pepper. Les cuenta el periplo. Toma del trago de Ifigenia. No tiene hambre, está cansado. Se despide de Evelyn y Rafael.

—Mañana hablamos.

Va a su habitación, se tira en la cama sin desvestirse ni quitarse los zapatos. Repasa los acontecimientos. Es cierto lo que dice Ifigenia, no supe manejar la situación, piensa. Se dice resueltamente: este 87 voy a dejarme de guevonadas. Quiero entrar en la universidad, conseguir un trabajo y cambiar de amigos. Tratando de diseñar estrategias para lograr sus objetivos se duerme.

Ifigenia y Ulises hacen el amor la noche siguiente. En la calma postcoital escuchan The Major de Schubert. Entrelazados en la cama, miran el techo. De pronto, Ifigenia comienza a llorar.

—¿Qué te pasa?

—Entre nosotros no hay algo más que nos una —responde ella.

—El sexo es la mejor forma de acercamiento y conocimiento. —Le dice  Ulises.

Sigue mirando el techo, ella se para de la cama, se pone la bata y sale de la habitación. Ulises imagina escenarios según los acordes que suenan. Supone que Ifigenia está cansada de la relación. La economía no prospera, parece que no hay forma de salir de abajo. Han pasado muchas cosas en los doce años juntos. Las aspiraciones se han reducido al diario sobrevivir. No hay esperanza en el porvenir. Ulises anhela un nuevo estilo de vida.

Ifigenia vuelve al rato, el disco ha terminado, da vueltas sin cesar, levanta la aguja del tocadiscos. Se recuesta de nuevo en la cama. Se miran, sonríen, a ella le ha pasado el momento de congoja. Se besan. Vuelven a hacerlo con lentitud. Ulises sabe que debe comunicarle calma. Al terminar pone a sonar Dreams de Fletwood Mac. Prende dos cigarrillos y se tiende a su lado, fuman en la oscuridad. En la madrugada Ulises despierta sudoroso, prende la lámpara de la mesa de noche, se para, corre la cortina, abre la ventana, una sutil brisa fría entra en la habitación, arropa a Ifigenia, se acuesta a su lado. Lee Los himnos de la noche y Los cantos espirituales de Novalis. No le producen ninguna emoción.

Desayunan huevos fritos, pan con mantequilla y café negro. Ifigenia va a la notaría donde trabaja como escribiente. La acompaña a la parada de autobús y compra Últimas Noticias, el periódico más barato. Vuelve a la casa y se echa en la cama a revisar los avisos clasificados. Toma nota de dos ofertas que le parecen atrayentes. Se viste con su bluyín y el paltó marrón de la suerte. Va al primer sitio. Es el Círculo de Lectores. El trabajo consiste en vender libros. Se visita a los suscriptores para entregarles la revista del mes, cuando el cliente lo indica se pasa a recoger el pedido. Al salir de la entrevista camina por la avenida Urdaneta bajo un cálido sol. No está muy seguro que lo acepten, se puso a hablar de literatura, pero solo quieren vendedores de libros, para ellos es como vender cualquier cosa. Llega sudoroso a la casa. Almuerza y duerme un rato. Después vuelve a salir. Camina hasta el Teatro Nacional, al otro lugar que seleccionó. El trabajo es repartir citaciones a clientes que recibieron productos de belleza en consignación y están morosos en el pago. Los sitios a visitar son barrios en los cerros caraqueños. En ambos trabajos no hay horario y poca responsabilidad. Lo del Círculo de Lectores le gusta porque se trata de libros, aunque está seguro de ser poco convincente para vender algo. Ambas posibilidades las discute con Ifigenia en la noche.


*Sin despedida. Álvaro D’Marco.  Editorial Sultana del Lago. Maracaibo, 2019.

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