Por ELSY MANZANARES
Alguna vez amamos, o dijimos amar,
la terquedad sombría de tu fuerza
Armando Rojas Guardia
Era domingo en la mañana y, tendida en mi cama, impregnada de miradas hacia lo vivido, intentaba detener el tiempo entre las cobijas, y una gran interrogante caía sobre mi frente y se cerraba cada vez que pensaba en mi vida, mi futuro, mi tierra, mis amigos, mis boleros, mis libros, mis días, mi todo, mi Patria pues. Estiré el brazo hasta mi mesita de noche y tomé Mapa de desalojo como quien busca respuesta en la poesía.
Duermes en el fondo de la casa
Entre tú y yo los muebles, las alfombras,
Los ruidos arbitrarios de la noche…
Todo me llevaba al encuentro con mi piel, con la nostalgia. Pensé en la transformación de un cuerpo en otro, uno enfermo, un joven detenido, el cuerpo de poeta que late en otro que se suma al dolor de un cuerpo libre. El azul congelado da luces al verde, a todo lo ancho y gozoso de esta tierra; la distancia, la penumbra y el recuerdo. Todo eso es esta mancha sombría que se llama país y pasa por mis recuerdos, me atormenta con sus nuevos fantasmas alegóricos de lo abstracto o de lo absurdo, no logro descifrarlos, no se parecen a mi historia, a mi vida, a ese antes.
Seguía acariciando Mapa de desalojo buscando alguna respuesta desde la poesía y luego de leer los primeros hallazgos de Adalber con Armando, su admiración y sus mágicas descripciones de esa voz «ronca, honda con olor a cigarrillo» −pensé en Víctor Cuica y me reí sola, encontré un parecido en las dos voces que admiro− creí que podía escaparme de mis dudas y pensamientos, hurgando en la belleza de la poesía de Rojas Guardia, que cala en lo más profundo. Lo imaginé leyendo entonces: «Mística del árbol» estremeciendo en esa voz cada palabra; pero no fue así, mi instinto me jugó un señuelo y abrí «Patria».
Entonces, intento dibujarla de nuevo, vuelvo a la piel, ahora a la lengua, la realidad me quita los zapatos, esa curtiembre que me hace andar. Muevo los dedos y afuera veo −por la ventana− un simulacro de ciudad. Escucho voces que me son ajenas, donde el martirio y esa «terquedad sombría» me hacen daño. Me quedo tranquila y con miedo, porque todo empieza a hacerse desconocido. No sé cuál es la mejor hora, ni la peor para esconderme. Me refugio una vez más en este poema que me aturde y lo amo, y me duele cuando leo que: «te concibieron con vocación precisa del fracaso», entonces qué es lo que hacemos escondidos en esta mancha sin horizonte, me pregunto. Me siento entre benedictos, creando un claustro cada vez más cerrado para reinventarme y diseñar un nuevo modo de vivir, tal vez desde las entrañas.
Leo y releo «Patria« y me envuelve el «trapo contumaz de su bandera», me contamina y me hace llorar. Es la misma Patria que se nos pierde entre la maleza del dolor de quienes caminamos sus calles, escuchamos los pasos andariegos y veloces que intentan escapar de las ráfagas, de los secuestros, de la violencia. Con razón Armando la describe como vil y prostibularia, pero le declara su amor cuando «se atreve a cubrir su desnudez». ¡Cuánto dolor retumba en ese poema!
Esa temporalidad que me impone «Patria», de un quizás mañana o un mañana sí, la duda inmensa de un pluscuamperfecto que no entiendo, me hace vivir desde las entrañas, creando, inventando, dando sabores y olores a mi madriguera. La ciudad que tengo no la conozco, no es Patria, quiero decir, no es mi Patria, es la Patria del poeta, más bien la del poema que esculpió, la recorro y de mucho recorrerla se me desdibujan los rostros que nunca vi, que no se parecen a nada. Vuelvo al poema.
Y «al evocar calabozos, muchedumbres, hombres desnudos vadeando el pantano, llanto de mujer, un hijo…» La mirada regresa al capítulo miserable, al que nunca soñé, al que me atormenta, al encierro, a la injusticia, a ese llanto de mujer que describe el poeta y que lo escucho, ya no a lo lejos, sino cada vez más dentro de mí.
¿Me invento entonces una Patria?
O más bien diseño una ciudad cada vez que mis amigos me visiten para tratar de imitar la que tuve. Aquella que nos hacía reventar de risa y donde llorar un amor que se iba nos obligaba a recorrer algún bar, pasearnos por una calle canalla y entender que después que se va un amor, no nos queda otra que volver a querer. Cualquier bolero era testigo de nuestro padecer, se convertía en telón de fondo de una novela que armábamos entre dos, la disfrutábamos, la inventábamos y seguíamos adelante.
Hoy me quedo sin zapatos, muevo nuevamente los dedos de mis pies, pongo el lápiz en mi boca esperando tener algo nuevo que agregar, qué describir, qué definir, qué reprochar, por qué luchar. Le grito que no se venda, que no se deje más.
Mientras apuntan a mi corazón, me invento otra ciudad, invento una Patria que no existe, llegan mis amigos, le doy sabor a mi madriguera, la pinto de verde, ese verde que huele a humedad; hay olor a cardamomo en mi café. Pico cebolla y lloro. Mis perros me mueven la cola, me encierro, pero sé que no es para siempre.
Vuelvo a «Patria», me refugio y me detengo en esa dificultad de sonreír que alude el poeta «levantando los hombros, desganado, y diciéndote con sorna, con ternura, mañana sí tal vez. Quizá mañana…»
*Mapa del desalojo. Poemas escogidos. Armando Rojas Guardia. Prólogo: Adalber Salas. Común Presencia Editores. Colombia, 2014.
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