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Nuestra visión del aforismo

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Por VÍCTOR GUÉDEZ

La mejor devoción a los aforismos: definirlos aforísticamente.

 

Los aforismos son pequeñas sentencias sobre grandes ideas.

 

Nuestro tiempo exige aforismos más centrados en lo “intersubjetivo” que en lo “intrasubjetivo”. El problema es que no puede llegarse a lo primero sin lo segundo.

 

Idea fecundada que aspira fecundar.

 

El aforismo siempre sopla al pensamiento, pero para que éste le abra paso a la emoción.

 

Los aforismos brotan de los poemas y de los ensayos con la humildad de no reclamar que fueron el origen de ellos.

 

Los estatutos esenciales de un aforismo son: la fundamentación filosófica, la carga emocional, la pulcritud semántica y el oficio sintáctico.

 

En el ámbito del aforismo es un buen recurso aceptar que el corazón tiene razones que la razón no conoce (Pascal), y que, igualmente, la razón tiene sentimientos que el corazón ignora.

 

Un aforismo debe atender la expectativa de ser un “optimizable”: siempre puede ser mejorado.

 

Los aforismos no pierden su vigencia, pero sí su oportunidad y pertinencia.

 

Los aforismos son como los dardos, que no pueden detenerse después de ser lanzados.

 

Los aforismos ocupan un lugar en una caja de herramientas. Cada uno será retomado de acuerdo a la realidad que lo demande.

 

En última instancia, el aforismo termina por ser un ejercicio razonado, luego de ser una impronta emocional o un impulso intuitivo.

 

Expresión furtiva que se va puliendo hasta concretarse en su última determinación.

 

Los aforismos no esquivan las acrobacias retóricas ni heurísticas, ya que ellas son también persuasivas.

 

El código del aforismo: la brevedad inversamente proporcional a la superficialidad.

 

La energía del aforismo está determinada por el dominio que se tiene de una idea.

 

Cuando un aforismo pierde el foco de hacer más humano al ser humano, corre el riesgo de convertirse en una arenga desorientada.

 

Es posible que el nacimiento de un aforismo sea un arrebato, un impulso y hasta un vértigo, pero casi seguro que su definitiva formulación no se quede allí.

 

Lo opuesto del aforismo no es el ensayo, ni el poema, sino lo insustancial y lo banal.

 

El conocimiento es dueño de las palabras, mientras que la sabiduría es dueña de los aforismos.

 

Un buen aforismo amerita ser re-visitado, reclama ser re-leído y justifica ser re-dimensionado.

 

El aforismo requiere de la reflexión para convencer, de lo emocional para conmover y de lo intuitivo para seducir.

 

Hay aforismos de exhortación y aforismos de advertencia. ¿Cuál de los dos está más cerca del optimismo?

 

Un aforismo es un aforismo porque, en lugar de informar, transforma al que lo lee.

 

Después de la poesía, el aforismo es la forma literaria de mayor intimidad vivencial.

 

El aforismo es la síntesis poética de la previa síntesis conceptual y de la posterior síntesis sintáctica.

 

La biografía espiritual de un aforista se encuentra más en sus creencias que en sus pensamientos.

 

El aforismo nace cuando convierte la vastedad en brevedad. Presagio convertido en creencia.

 

Ráfaga atenuada por la postrera revisión del autor.

 

Cuando se repite mucho un aforismo es porque no se ha puesto en práctica lo que enuncia.

 

Un buen aforismo actúa como la fe: nos hace ver lo que no existe, nos hace creer en lo que no es creíble y nos hace pensar en lo imposible.

 

Cuando uno se fatiga al repetir un aforismo es porque ya no se cree en él.

 

Proposición que al repetirse denuncia la posposición de lo que plantea.

 

Es cauce de un pensamiento y caudal de una emoción.

 

El aforismo se asocia más con brindar un pensamiento que con brindar su contenido.

 

Un buen aforista debería escribir cada aforismo como si fuese el primero, y también debe disfrutarlo como si fuera el último.

 

En los buenos aforismos los aspectos literales y los metafóricos conviven con naturalidad.

 

Un buen aforismo debe parecerse más a una fuente caudalosa que a una verdad momificada.

 

Hacer amigable una idea pedante y hacer sencillo un argumento rebuscado.

 

Los aforismos no repetidos y olvidados terminan por convertirse en hojas secas.

 

Parafraseando a T.S. Eliot podemos decir que los aforistas, como los poetas maduros, roban. Pero los buenos aforistas mejoran lo robado, mientras que los malos lo empeoran.

 

El origen de un aforismo es como un rayo vertical, mientras que su repercusión es como un horizonte que convoca un progresivo acercamiento.

 

La lectura de un aforismo produce una luz cegadora, en cambio su recuerdo procede como una penumbra que da luz y calor.

 

En los buenos aforismos el poeta Cadenas se complace, porque cada palabra lleva su propio peso.

 

El aforismo supremo no es el que se escribe sino el que se practica.

 

El aforismo más excelso es el que se deriva de un hacer, más que el que deviene de un pensar.

 

El error del aforismo procede del exceso, no de la carencia.

 

Un aforismo es una idea que acertó en el momento preciso y en el lugar adecuado.

 

La mayoría de los aforismos nacen como un relámpago, pero solo pocos se convierten en iluminación permanente.

 

Hay aforismos que pueden desplegarse a la manera de “el árbol de Porfirio” y otros que pueden encarnar la idea de “lo rizomático” de Deleuze. Pero, lamentablemente, existen también los que pretenden actuar como el “lecho de Procusto”.

 

Heidegger encontró que Hölderlin era el poeta de la poesía. Convendría descubrir al aforista del aforismo.

 

La poesía es lo que se pierde en la traducción, decía Robert Frost. Afortunadamente, parece exagerado que esto sea aplicable al aforismo.

 

Newton primero visualizó, con el hemisferio derecho del cerebro, las imágenes de peso, fuerza, masa y aceleración, y después, con el hemisferio izquierdo, elaboró la ley de la gravedad. Creo que algo semejante ocurre en el caso de los aforismos.

 

Un aforismo no tiene que ser armónico ni melódico para cantarle al espíritu.

 

Lo que se quiso decir, lo que se dice, lo que se percibe y lo que se asimila atienden la sinuosidad de una misma línea en el aforismo.

 

En el aforismo se confunde la forma con el aroma, como ante cualquier flor.

 

En el poema la palabra se hace volátil, mientras que en el ensayo la palabra afianza su peso, por estas razones el aforismo convierte lo pesado en frágil.

 

El aforismo mal leído es traicionado, y el aforismo traicionado es un arma peligrosa.

 

Un aforismo puede ser un texto que quiere sobresalir de un contexto, o también es posible que sea parte de un contexto con pretensiones de convertirse en texto.

 

Generalmente, los aforismos se esconden en un texto esperando a un avezado descubridor.

 

Siempre los aforismos están esperando incrustarse en la trama de un argumento más amplio.

 

Mejor que un aforismo que ofrece respuestas, es un aforismo que promueve inquietudes.

 

La gratificación de redactar un aforismo es superior a la de terminarlo.

 

Un buen conjunto de aforismos puede convertirse en nuestra junta asesora para tomar decisiones.

 

En algunos aforismos se muestra la sectaria desmesura de las conveniencias.

 

Algunos aforismos nos invitan a parafrasear a Antonio Porchia: la superficialidad me cansa tanto que para descansar necesito un abismo.

 

Todos los aforismos se escriben sobre pizarras, pero muy pocos bloquean al borrador.

 

Los aforismos no son inocentes ni inofensivos. Los aforismos generalmente se esconden en los adverbios.

 

Los aforismos ofrecen respuestas, pero no proporcionan las formas de aplicarlas.

 

Es un eslabón que une la angustia de un ser humano con el contenido de su esperanza comprimida.

 

En un aforismo se combinan palabras que dicen lo que dicen (Rafael Cadenas) con palabras que se alejan de la racionalidad (María Zambrano). Este es el intersticio de su plenitud.

 

En un aforismo pueden prevalecer las razones o las emociones. Pero lo curioso es que los primeros convocan a la emoción y los segundos invocan a la razón.

 

¿Dónde se esconde el aforismo mientras no se concreta en la exactitud de su redondez?

 

Muchas veces nos refugiamos en un aforismo para esconder nuestras debilidades.

 

El aforismo es el recurso más eficiente de la comunicación, en tanto que dice más con menos.

 

La palabra aforismo tiene demasiadas sílabas para referirse a algo tan breve.

 

Hay pastillas que refuerzan al sistema inmunológico fisiológico y también existen las que refuerzan el sistema inmunológico psicológico. Estas últimas se llaman aforismos.

 

Los aforismos son desahogos de distintos tipos: unos son reacciones (impulsivas), otros son respuestas (pensadas) y existen también las decisiones (ponderadas).

 

Los aforismos se comportan como las olas, ya que pueden atender la humildad del repliegue, a la ambición de llegar más lejos o a la esperanza de retomar el impulso.

 

Un aforismo es un hilo en el océano, pero afortunadamente siempre alguien lo identifica.

 

Es válido que los aforismos se acompañen de un riesgo de frustración porque pueden dar menos de lo que ofrecen.

 

Una contradicción factible en un aforismo es conjugar la más estremecedora profundidad con la más trivial superficialidad.

 

El riesgo del lector de aforismos es convertir lo breve en un recurso de devoción, idolatría y fetichismo.

 

Generalmente, los aforismos incorporan la exhortación de Hofmannsthal, en tanto que esconden la profundidad en la superficie.

 

Puede ser una idea sedimentada o una idea repentina. No importa: lo determinante es que le llegue oportunamente a quien lo necesita.

 

El aforismo no es necesario para la reflexión, pero su presencia la favorece, la valida o la concluye.

 

El aforismo no es necesario para la comunicación, pero la esclarece y la repotencia.

 

Algunos aforismos necesitan explicación mientras que otros explican. Los primeros son asideros y los segundos soportes.

 

“Todo libro es de autoayuda para quien lo escribe”, dice Ricardo de la Fuente. Yo soy más humilde y digo que todo aforismo es de autoayuda para quien lo lee.

 

Mientras el aforismo cierra una idea a su particular contenido, el poema abre una idea a sus plurales asociaciones.

 

Un aforismo es como una fuente. Si no fluye puede generar un charco.

 

Así como poseer la verdad mata la verdad, también aferrarse ortodoxamente a un aforismo puede disecarlo.

 

Los aforismos también corren el riesgo de convertirse en ataúdes, momias o zombis.

 

Un aforismo planteado como una especie de lecho de Procusto termina por convertirse en un árbol desenterrado.

 

Hay una asociación estrecha entre un aforismo dogmatizado y un cadáver no sepultado.

 

Un aforismo debe tener la capacidad de interactuar con su tiempo para no perderse en el tiempo.

 

Un aforismo aflora porque su contenido es limitado.

 

Un aforismo debe admitir ser arbitrado para evitar ser arbitrario.

 

Muchas veces, el éxito de un aforismo procede de ser el simulacro de un simulacro.

 

Los aforismos se apolillan como las maderas viejas.

 

Los aforismos se banalizan cuando se alejan de las ideas gruesas.

 

Los aforismos pierden su encanto al distanciarse de las contradicciones de la inteligencia y de las paradojas de la realidad.

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