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Los “tres cochinitos” y el cierre de El Nacional

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Por JAVIER GONZÁLEZ

Después del golpe de Estado que derrocó al gobierno constitucional del escritor Rómulo Gallegos, el 24 de noviembre de 1948, se constituyó una Junta Militar de Gobierno presidida por el comandante Carlos Delgado Chalbaud, quien hasta ese momento era el ministro de la Defensa de Gallegos; los otros dos integrantes de la Junta eran los tenientes coroneles Marcos Pérez Jiménez y Luis Felipe Llovera Páez, quienes asumieron las carteras de Defensa y Relaciones Interiores, respectivamente.

A partir de entonces, se inició un período de represión. Se ilegalizó el partido Acción Democrática, se persiguió a los militantes del Partido Comunista, se disolvió el Congreso Nacional, las Asambleas Legislativas de los estados, la Confederación de Trabajadores de Venezuela (CTV), el Consejo Nacional Electoral y los concejos municipales. El régimen limitó la libertad de expresión. Los opositores al gobierno fueron amenazados y perseguidos por las autoridades. El temor, poco a poco, se fue apoderando de la población. La información que publicaban los medios impresos y radiales comenzó a ser supervisada por el gobierno.

En 1949, la Junta Militar estableció la censura de prensa, para ello creó una Junta de Examen, compuesta por varios funcionarios a nivel nacional. Esa Junta decidía lo que se podía o no publicar. En Caracas estuvo integrada por los poetas Arístides Parra y Erwin Burguera, quien fue diputado y se hizo muy popular por sus versos líricos cargados de humor, Manuel Vicente Tinoco y el periodista zuliano Vitelio Reyes, quien se haría famoso por su “lápiz rojo” con el que tachaba los escritos que no podían ser publicados. Vitelio fue uno de los fundadores, en 1948, del Frente Nacional Anticomunista, formando parte de la directiva junto con Germán Borregales, Juan Penzini, Antonio Pulido Villafañe, Jorge Morrison y Graciela Arévalo González, entre otros. Fue autor también de varios libros de historia y artículos de prensa en los que defendía al régimen militar.

Esa Junta de Examen, dependiente del Ministerio de Relaciones Interiores, se encargaba de revisar de noche los escritos que serían publicados en los periódicos, sobre todo los de mayor circulación a nivel nacional como lo eran Últimas Noticias, La Esfera, El Nacional, El Universal, Panorama, El Impulso y El Carabobeño. Hasta el propio periódico del gobierno, El Heraldo, era inspeccionado cuidadosamente.

Cada nota periodística, escrita a máquina, debía tener tres copias. Una para el jefe de información, otra para el taller, donde se montaba el periódico, y la tercera para la junta censora, si ésta decidía que tal o equis información no iba, entonces el jefe de información debía bajar al taller para que la nota fuera retirada de la plancha. Era la época del linotipo. A veces no había más nada con que sustituir la noticia prohibida y entonces el espacio quedaba en blanco. Todavía en la Hemeroteca Nacional se pueden apreciar ediciones de periódicos como La Esfera, El Universal y El Nacional, entre otros, con espacios en blanco.

A partir de entonces, la prensa se enfocó básicamente en información internacional, deportiva y cultural. No había noticias políticas más allá de las que suministraba el gobierno.

Los programas radiales se dedicaban a hablar de efemérides, cumpleaños, ciertos problemas comunitarios y eventos deportivos. No obstante, el humor criollo no dejó de expresarse y mofarse de sus gobernantes.

Los tres cochinitos

Para la época estaba de moda un comercial radial que le hacía publicidad, con un ritmo contagioso, a un producto denominado Manteca los Tres Cochinitos, y en el que aparecían bailando tres cerditos. “Manteca los tres cochinitos, más sana, más pura, más fresca, purita manteca criolla para freír y amasar. Manteca los tres cochinitos”, decía el pegajoso estribillo.

Entonces, la jocosidad popular asoció esos tres puercos con los tres miembros de la Junta Militar: Delgado Chalbaud, Pérez Jiménez y Llovera Páez.

El miércoles 19 de abril de 1950, comenzaron los trabajos de construcción del estadio Olímpico de la Ciudad Universitaria. Esa mañana, los miembros de la Junta Militar y varios funcionarios públicos, así como periodistas e invitados especiales asistieron al acto de inicio de tan importante obra.

Al día siguiente, el diario El Nacional publicó una reseña que daba cuenta de los inicios de los trabajos de construcción del mencionado estadio. La nota, firmada por EH (El Hermanito), seudónimo del periodista deportivo Napoleón Arráiz, hermano del poeta Antonio Arráiz, director fundador de ese diario, provocó un gran malestar en el alto gobierno y el cierre temporal del periódico, cuyos propietarios eran Henrique Otero Vizcarrondo y su hijo, el afamado escritor Miguel Otero Silva.

La polémica reseña, publicada en las páginas deportivas bajo el título de “En Ciudad Universitaria fue Plantado Primer Pilote para el Estadio Olímpico”, indicaba que:

“Entre los actos con que se conmemoró la fecha gloriosa de nuestra nacionalidad, el 19 de Abril, hemos de destacar nosotros uno que envuelve enorme trascendencia para el desarrollo deportivo que, tan auspiciosamente, se nota en todos los sectores. Nos referimos a la colocación del primer pilote para el Estadio Olímpico en la Ciudad Universitaria.

En sencilla, pero emotiva ceremonia, con asistencia de la Junta Militar se procedió a plantar, a elevar en los terrenos escogidos, el primer pilote de lo que ha de ser gigantesca construcción de tribunas, campos, pistas, vestuarios y demás accesorios del Estadio Olímpico. Presentes estaban los tres cochinitos de la Junta (subrayado nuestro), personeros del Instituto Autónomo de la Ciudad Universitaria, ministros del Gabinete y directivos del Comité Olímpico Venezolano. Y todos aplaudieron entusiastas y contentos, porque el acto de hincar aquel primer pilote estaba pregonando a los cuatro vientos que el deporte figura y figura, preponderantemente, entre los principales asuntos a los cuales han de dedicar su atención sus actuales gobernantes. Se habló poco. Pero se acumularon muchas esperanzas en aquel acto sencillo y simbólico.

Conociendo como conocemos el ritmo de trabajo que imprime el Instituto Autónomo de la Ciudad Universitaria a todas las empresas y construcciones que acomete, estamos seguros de que dentro de breve tiempo veremos erguirse en el campo, sólidas y amplias, las tribunas; que los atletas encontrarán pistas adecuadas donde ejercitarse, con vistas a los próximos Juegos Olímpicos Bolivarianos. Y, en fin, cuando estos se realicen, en diciembre de 1951, Caracas podrá ostentar, orgullosamente, un Estadio digno de su categoría de gran capital y de las representaciones atléticas de los países hermanos que en tal ocasión nos visitarán.

Las dimensiones del Estadio será el estándar olímpico, es decir, pistas, espacios para saltos, lanzamientos, etc., todo sujeto a las reglamentaciones olímpicas. Las tribunas tendrán 120 metros lineales, de los cuales 22 estarán techados; se dotará al campo de iluminación adecuada para eventos nocturnos. La estructura ha sido contratada ya a una importante firma constructora, con un presupuesto que pasa de tres millones y medio de bolívares. Y los trabajos, iniciados el mismo día siguiente de la inauguración que comentamos, se realizarán con premiosa actividad, habiéndonos asegurado ingenieros vinculados al Instituto Autónomo que, dentro de doce meses, o un máximo de catorce, estará completamente terminada la construcción del Estadio. En cuanto a las pistas, canchas, etc., podrán ser entregadas a los atletas o a los organismos que rigen las actividades atléticas en un plazo mucho menor, a fin de que se inicien las prácticas para los Bolivarianos con la debida antelación que garantice a nuestros representantes actuaciones dignas de la Nación Sede.

Quedó, pues, inaugurado el primer pilote de construcción del Estadio Olímpico. Y dentro de poco podremos palpar esta magnífica realidad para el Deporte Venezolano”.

Una orden de la Gobernación de Caracas, emitida la noche del jueves 20 de abril, impidió que al día siguiente circulara el periódico. Tanto el autor de la nota como los jefes de taller y redacción, así como algunos directivos y periodistas del célebre diario, entre ellos Miguel Otero Silva y José Ratto-Ciarlo (jefe fundador de las páginas culturales), fueron detenidos.

Se inició entonces una exhaustiva investigación para dar con el culpable o los culpables. Tres días más tarde, quedaron en libertad los detenidos, pero el cierre del periódico continuó hasta el 28 de abril, cuando la policía le informó al ministro de Relaciones Interiores, teniente coronel Llovera Páez, que no fue posible dar con el autor de tan “siniestra” travesura. El sábado 29 de abril de 1950, reapareció el diario El Nacional, no sin que antes sus propietarios recibieran una punzante advertencia del ministro: “La próxima vez que suceda algo similar clausuro el periódico y los meto presos indefinidamente”.

El hecho de que a los investigadores les resultó imposible encontrar al culpable de este singular acontecimiento de la historia del periodismo impreso venezolano permite traer a colación el reiterado episodio del denominado “duende” de taller o imprenta, desaparecido en las últimas décadas debido a que la tecnología acabó con las mesas de montaje.

Con aquello de los “Tres cochinitos” no quedó más alternativa que echarle la culpa al “duende”, ese travieso fantasma o espíritu que habitaba en los lugares donde se imprimían los periódicos. Ese día, el espanto del taller de El Nacional tuvo la oportunidad de intervenir el texto de El Hermanito para mofarse de aquel temible alto mando gubernamental.

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