
“No es extraño que Zapata haya sentido esa atracción por el personaje. Con el tiempo fue explorando el inescrutable rostro, familiarizándose con las líneas de ese rostro, con sus ojos encapotados, con las circunstancias, con sus distintas edades, hasta pintar un Gómez fantasmal, de trazos negros y fuertes, de donde emerge la figura enigmática y temible”
Por SIMÓN ALBERTO CONSALVI
Es a ese Juan Vicente Gómez persistente y, al propio tiempo elusivo, a quien Pedro León Zapata invoca cada vez que lo quiere hacer aparecer en la tela. Imagino un acto de conjuro, una especie de duelo entre el retratado y el pintor. Gómez no sólo surge de la memoria de Zapata. Gómez está detrás de la tela. Queriéndolo o no, como dijo el general López Contreras, todos llevamos al general Gómez por dentro, unos con dolor, unos con nostalgia, otros como una interrogación. Así como el doctor Ramón J. Velásquez fue el ghostwriter en las Confidencias Imaginarias de Juan Vicente Gómez, espléndida exploración que conjuga diversos géneros y guarda, no cabe duda, la más estricta autenticidad con lo que debió pensar Gómez sobre lo humano y lo divino (Castro, Delgado Chalbaud, los norteamericanos, los grandes negocios, Woodrow Wilson, la neutralidad, los alemanes, los doctores de Valencia, la intocabilidad del ejército), Pedro León Zapata ha interrogado durante años el rostro de Juan Vicente Gómez. El retrato de Gómez en la Gran Silla (símbolo de todo el poder), con guantes negros, como de hierro; el ritratto ridicolo del dictador como Kaiser, con su casco germano y su plumaje; la caricatura de un Gómez ya muy viejo, 1935, con Carlos Gardel, como si el tango pudiera ser un canto de difuntos.
No es extraño que Zapata haya sentido esa atracción por el personaje. Con el tiempo fue explorando el inescrutable rostro, familiarizándose con las líneas de ese rostro, con sus ojos encapotados, con las circunstancias, con sus distintas edades, hasta pintar un Gómez fantasmal, de trazos negros y fuertes, de donde emerge la figura enigmática y temible. Nadie ha explorado tanto en las artes plásticas al dictador como lo ha hecho Zapata. Sus retratos son innumerables como lo han sido sus caricaturas donde, de pronto, Gómez se asoma como una advertencia, como una reminiscencia de un pasado que no termina de ser enterrado. Un Gómez que reflexiona de pronto sobre la democracia con ironía o sarcasmo: discutir, por ejemplo, si un presidente puede o no durar treinta o noventa días, él, que no se ocupó ni pensó en banalidades de esa naturaleza, que cuando consideraba conveniente modificaba la Constitución nacional, que nunca sospechó que el patriarca pudiera tener otoño como cualquier mortal, porque él, Juan Vicente Gómez, estaba asistido por La Mano Poderosa.
Otros pintores, ciertamente, pintaron a Gómez. Quedan los retratos heroicos de su amigo Tito Salas. Un excelente óleo de Antonio Herrera Toro, propiedad del Ministerio de Relaciones Exteriores. No podría olvidarse a Leoncio Martínez, Leo, que forma parte de esta historia y quien desde las páginas del semanario Fantoches y, en tiempos poco propicios, caricaturizó al general, aguzando el ingenio jugando con el doble sentido de las palabras. Si no estoy equivocado, anda perdido (o fue destruido) un retrato solicitado al pintor Samys Mützner. Al parecer, el pintor rumano realzó un retrato de gran calidad plástica, utilizando esencialmente tonos blancos y, en algún lugar, marcó una pincelada o un trazo rojo, o una mancha plásticamente válida y, acaso, necesaria. Si todos eran blancos, aquel rojo debió ser indispensable para el pintor y sus calidades. Sin embargo, quienes iban a donar el retrato al general lo pensaron dos veces: aquella mancha roja podía tener un significativo subversivo, el rojo de la sangre derramada. (Este episodio lo relata el escritor Humberto Tejera en Cinco Águilas Blancas). Como Mützner, Zapata pintó a Gómez con un solo color, con negros, y un clavel rojo en la mano, asomado a un balcón imaginario o a un circo de toros: la sensibilidad improbable del general.
En el gran laberinto de la historia venezolana no sabemos quién persigue a quien. Perseguimos a Juan Vicente Gómez, a su fantasma, tratando de indagar quién era, en efecto, cómo era. Gómez nos persigue. Los Gómez de Zapata son los Gómez de todos y los Gómez de nadie, el Gómez que imaginamos y el Gómez elusivo, cuya esfinge no terminamos de descifrar.
Gómez es un milagro, piensa Zapata.
¿De Dios o del diablo, o un milagro conjunto?
*Los Gómez de Zapata. Textos de Simón Alberto Consalvi. Fondo Editorial del Museo de Arte Contemporáneo de Caracas Sofía Ímber, Caracas, 1993.
Noticias Relacionadas
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional