Por LUIS GALDONA
Tengo en mis manos, desde finales del año pasado, la edición de Turner del libro más reciente de Áxel Capriles, Erotismo, vanidad, codicia y poder. Las pasiones en la vida contemporánea. Una nueva edición, a cargo de Luis Felipe Capriles Editor, ya está disponible en Caracas. Con la aparición de esta obra puede decirse que las pasiones están de regreso, vuelven por sus fueros.
Regresan del destierro de la psicología y la psiquiatría académicas por largo tiempo, circunscritas al ámbito literario y a la categoría de categorías nosográficas de las enfermedades mentales o también formando parte de los inventarios de vicios o pecados necesitados de enmienda y expiación. El otro reducto donde encuentran registros es en las crónicas rojas: los crímenes pasionales, delitos, excesos de todo tipo, manifestaciones crudas de lo pasional circunscritas a los individuos «culpables» de pasión y, sobre todo, en los noticieros que informan sobre la deriva totalitaria de una mayoría significativa de regímenes políticos en el mundo.
Es a partir de estudios más recientes —entre otros los planteamientos de la psicología analítica de mediados del siglo pasado— cuando se consideran puntos de vista alternativos para intentar la comprensión de emociones y pasiones. Justamente a estas perspectivas se refiere Capriles en su obra. Allí se encuentra una minuciosa y muy bien documentada revisión de los avatares del concepto de pasión y la familia de palabras asociadas, desde la antigüedad hasta nuestros días. Un recuento crítico de los diferentes postulados, con las vislumbres y sugerencias que hace el autor en relación con esas variadas teorías. En el capítulo dedicado a la codicia, Capriles dice haberse sentido tentado de escribir una historia natural de esa pasión, en el estilo de la Antigüedad Clásica. Si bien desiste de ese propósito en apariencia, a lo largo de la obra señala con detalle las variaciones en la concepción de las pasiones estudiadas, haciendo detallada referencia a los hitos más importantes en la evolución histórica de esas ideas y conceptos.
Es indudable que al hablar de pasiones estamos en el terreno de lo irracional y en el campo de la patología. La pasión siempre es patología, en el sentido de que es expresión de un pathos, una emoción, un sentir que no se aviene con la razón, aunque puede ser valorizado desde ella. Pero la patología también tiene un sentido: es un acontecer de lo psíquico que puede develar un propósito, la línea de desarrollo de un proceso. La psicología y la medicina arquetipal han insistido en poder imaginar el sentido de la patología como expresión de un psiquismo que busca compensación, con frecuencia incluso a través de lo destructivo. No solamente lo constructivo forma parte del repertorio psicológico, lo tanático tiene una función a través de sus imágenes y sus manifestaciones. Y los medios a través de los cuales la psique busca esa compensación, esa inclusión de ingredientes excluidos, contradicen lo racional y se convierten en profundas aflicciones que tienen claras implicaciones patológicas.
El carácter compensatorio que pueden tener estas manifestaciones se activa ante la unilateralidad de las posturas conscientes. Posturas que se manifiestan en las actitudes que privilegian lo racional, lo conocido, lo convencional, lo valorizado tanto desde lo individual como lo colectivo conscientes. Los contenidos diferidos, postergados, inconscientes, surgen entonces de maneras incontrolables, tal como ocurre en los estados pasionales. Estas dinámicas son de observación universal, motivo por el cual se conciben como procesos arquetipales del psiquismo humano.
El enfoque de las pasiones como constituyentes arquetipales de la psicología humana, que tienen una significación particular en los procesos evolutivos individuales, constituye el interés fundamental del autor. Al ser consideradas como intervenciones psíquicas, las pasiones adquieren un significado adaptativo muy relevante, porque se trata de requerimientos fuera del ego, de las instancias rectoras de los procesos inconscientes. Pueden verse como activaciones de determinados arquetipos que se manifiestan por complejos requerimientos del proceso de individuación. De allí proviene su significado y su sentido. Con las pasiones, como con sus derivados y afines, emociones y afectos, estamos en el terreno de las motivaciones irracionales de los procesos psíquicos. Pero en el peso y el significado que pueden adquirir en la psicología individual asistimos a la razón de la sinrazón, a la razón de lo irracional, al sentido del sinsentido.
Con el epígrafe de Hume, filósofo naturalista que examinó la base psicológica de la naturaleza humana, en la apertura de la obra ya se pone de manifiesto un clima en estas reflexiones de Capriles sobre las pasiones: la necesidad de subordinar a la razón y ponerla al servicio de éstas. Con mucha razón advierte,
Muchas de las erratas y desaciertos en nuestras vidas surgen de la confusión arquetipal, de buscar a través de una pasión objetos y metas que son de otras, razón por la cual jamás podrán ser saciadas.
Hay entonces una concepción de la pasión como un suceder psíquico que busca una compensación o una actualización de lo que podemos denominar «regencias» arquetipales que pertenecen al individuo en un momento de vida. De ello deriva el valor adaptativo de las pasiones, que pueden expresar un cambio imprescindible en el proceso individual, a través de una conmoción fundamental del estado de cosas. Y en ello radica el sentido de lo pasional, ocurriendo en ese contexto individual, aunque su expresión y sus consecuencias involucren a otras personas o incluso a grandes colectivos.
Es conveniente destacar que Las pasiones en la vida contemporánea se ubica en las antípodas de muchas corrientes actuales inspiradas en la psicología positiva y sus sucedáneos. Asistimos a una proliferación de teorías y «herramientas» de control emocional, que ha derivado en una auténtica industria de libros, cursos, seminarios y toda clase de eventos de autoayuda. Enfoques que insisten en el papel de terapias alternativas sobre la voluntad y el control emocional, que auspicia los logros de un ego fuerte —negador de la irracionalidad— y del pensamiento «positivo» sobre el equilibrio de hormonas, neurotransmisores y otras bisagras psicofisiológicas.
Esta proliferación revela tendencias colectivas —y evidentes necesidades— a consumir cualquier receta que evite y tome distancia con la perspectiva de una auténtica psicología profunda, que requiere del reconocimiento de procesos que caracterizan la irracionalidad y los entresijos del inconsciente. Un camino arduo y complejo el de esa psicología que no se queda en una visión bidimensional. Cuando la percepción de esa dimensión vertical del psiquismo se establece como una perspectiva, llega a tener repercusiones notables cuando se requiere de una intervención terapéutica, que de esa manera no se queda en una ego-terapia, sino que deviene en genuina psico-terapia.
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Sería conveniente diferenciar entre un «acceso» y un «estado» pasional. En el primero podemos estar ante una conducta irrefrenable ante una emoción intensa, que efectivamente bloquea la conciencia y la reflexión y lleva a una acción inmediata, frecuentemente destructiva. El acceso pasional se inscribiría más en un campo relacionado con el control de impulsos. Pero la verdadera pasión es la que se manifiesta como un estado, un afecto intenso conscientemente percibido, que se establece y perdura, en el cual la reflexión puede ocurrir y de hecho ocurre, sin que por ello se modifiquen la vivencia del estado afectivo ni las conductas que lo acompañan, y que resultan siempre —como bien afirma Capriles— en el sufrimiento, pudiendo en ciertas circunstancias llegar hasta la tragedia y aun la muerte.
El capítulo inicial sobre la experiencia de pasión es de lo más significativo, porque coloca en primer plano esa experiencia universal —aunque algunos se libran de ella— que prevalece sobre la voluntad, el buen juicio y la mesura. Se recorren los muchos caminos que las pasiones han transitado históricamente, con las referencias míticas y filosóficas, las teorías sociológicas y psicológicas, las manifestaciones artísticas y la ocurrencia en la simple cotidianidad. Un resumen enjundioso de la historia cultural de la idea de pasión.
Capriles analiza y comenta abundantes referencias, desde las más reductivas y simplistas hasta aquellas que se han constituido en puntos de inflexión relevantes. Particular importancia les presta a los aportes de la psicología analítica de C. G. Jung, con su valoración de la teleología del proceso psíquico y los enunciados de la psicología arquetipal, que intenta establecer las conexiones de la experiencia individual y colectiva con los patrones de instinto, afecto y conducta que son los arquetipos del inconsciente colectivo. Y lo hace con un hilo conductor de fondo: la dificultad que suponen las respuestas simplistas a las grandes interrogantes que las pasiones humanas suscitan. Especial dificultad para encontrar respuestas cuando se pierde de vista la significación de las mismas en los procesos individuales —a pesar de las implicaciones colectivas— y si se deja de lado la valoración de las imágenes específicas que corresponden a cada una de esas conmociones del alma.
Los otros capítulos del libro profundizan sobre cuatro pasiones bien conocidas y de las que probablemente tienen los efectos más importantes sobre el individuo y su entorno: el erotismo, la vanidad, la codicia y la pasión de poder. Algunas de ellas tienen un campo limitado de conmoción, restringiéndose al individuo y las personas vinculadas a éste, que son objeto de esas pasiones. Pero otras tienen indudables efectos sobre un conjunto más amplio, pudiendo afectar seriamente a colectivos completos.
Es de gran interés imaginar, por ejemplo, que el erotismo, en su vinculación con el exotismo, pueda representar la necesidad del individuo de moverse a rendir culto a otras «divinidades» que habitan su mundo interno. La pasión erótica vista como un movimiento hacia dioses y cultos diferentes a los que el individuo ha observado hasta ese momento. Por lo erótico, propone Capriles, se llega a lo exótico. Y lo exótico en la psique es aquello que está muy inconsciente. Cuando estos contenidos se activan, buscan una actualización, una representación, un lugar en la economía psíquica y una energía de conciencia sobre sí mismos. Se trata de un movimiento, una transferencia psíquica fuera de lo establecido, lo vigente, lo consciente, para cargar de energía esos contenidos que se han constelizado en concordancia con un proceso.
El sentido del estremecimiento pasional proviene en el decir del autor, de una apostasía, una «traición» a los valores de lo que ha sido la «religión» tradicional, que puede plantearse —y de hecho ocurre con gran frecuencia— en el proceso de individuación: una necesidad de rendir el debido culto a otras constelaciones arquetipales. Algo en lo cual puede verse un paralelismo con lo ocurrido históricamente a nivel colectivo en la transición del culto de los dioses paganos al Dios judeocristiano.
Igualmente sugerente es ver en la vanidad y la tendencia narcisista una búsqueda de reflexión y de identidad. Al fin y al cabo, Narciso se enamoró de su imagen y su destino trágico se desencadenó por el conocimiento de sí mismo. O imaginar la codicia como una valoración de los recursos necesarios para ser invertidos en determinados procesos psíquicos. Son estas las propuestas que Capriles hace en su obra, amplificando y afinando la percepción de los estados afectivos pasionales y sus imágenes que, desde otras perspectivas, tienen muy mala prensa. Esto supone encontrar no sólo sentido sino facetas positivas en las pasiones, en la medida en que su ocurrencia vaya acompañada al menos de un intento de reflexión y búsqueda de significado. Queda en el aire, por supuesto, la pregunta de quién, cómo y cuándo puede detenerse un proceso pasional para propiciar una reflexión más honda, un proceso que requiere de una actitud y una consistencia psíquica particulares.
Donde no aparecen esos aspectos positivos es cuando se trata de la pasión por el poder, con las consecuencias deletéreas conocidas en colectivos mayores, naciones incluidas. El capítulo correspondiente revisa conceptos muy relevantes, como la diferenciación entre dominación y poder, el liderazgo carismático, el deseo de libertad y el miedo a ella, razón por la cual se produce la sumisión al líder totalitario; el carácter mítico, mesiánico, de la autopercepción del líder, con todos los abusos y crueldades que incluye; el concepto de psicópata adaptado; el vacío y la inflación concurrentes en la psicopatología del líder y las masivas proyecciones de temores, resentimientos y necesidades que los sometidos a la desmedida voluntad de poder colocan en esas figuras y resuelven en forma vicariante.
Probablemente la imposibilidad de que esta pasión tenga algún elemento positivo puede verse en el conocido enunciado de Jung, cuando afirma: «Donde el Eros reina, no hay voluntad de poder; y donde la voluntad de poder es dominante, falta el amor». Un enunciado a partir del cual se puede equiparar el poder con lo tanático directamente, sin expediente previo y sin posibles alternativas: donde reina la voluntad de poder, sólo existe una voluntad de muerte. Por otra parte, el hecho de que el sustrato psicológico del poder sea la inferioridad psicopática determina que no exista la reflexión, ni el eros o compasión, ni la vergüenza, ni las formas psíquicas, ni las emociones o pasiones genuinas sino sus vacías mímesis, ni ninguna posibilidad constructiva. La voluntad de poder parece ser una voluntad excluyente de muerte. Probablemente los que albergan y ejercen esa pasión sean las personificaciones en la psique colectiva del mal y la destructividad que no pueden quedar sin representación.
Quizás el único elemento que pueda derivar de la conciencia que se pueda adquirir y afinar sobre las distintas manifestaciones de la pasión de poder sea percatarse de cómo la relación de víctima-victimario tiene un origen común: la inferioridad psicopática de ambos. En el reconocimiento de este elemento de complementariedad con el psicópata ávido de poder quizás radica la posibilidad de sustraerse, al menos en una parte pequeña quizás, de la criminalidad propia de lo que Capriles describe como la más devastadora de todas las pasiones.
Erotismo, vanidad, codicia y poder es, sin duda, una obra que supone la necesidad de relectura, de revisión. Plantea alternativas de lectura de los fenómenos emocionales y pasionales en particular, que apuntan en una dirección completamente distinta a los estudios tradicionales sobre el tema, aunque los incluye. Implica entre otras cosas un apartarse de la visión culposa de las pasiones, que es tradición de la cultura judeocristiana y se encuentra por lo tanto en la matriz original de la cultura occidental.
Considero que es una obra que ojalá promueva discusiones interesantes en los medios a los cuales alcanza y en los cuales tiene un eco y una resonancia indiscutibles. Ámbitos que no se restringen al campo psicológico individual, sino que abarca la psicología social, la sociología política, la economía y muchas otras áreas en las cuales se manifiesta un interés en las formas en que se expresa lo humano irracional, pero con sentido.
*Luis Galdona es médico psiquiatra y analista junguiano. Autor del libro Los bordes de la imagen. Apuntes sobre cine y psicología de los arquetipos (Caracas, 2019).
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