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Ismael Rodríguez Fernández: La isla que respira

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Por MANUEL VÁSQUEZ ORTEGA

Más allá de lo humano, todo cuerpo viviente también piensa. En cada una de sus maneras de existir, los seres vivos —tanto animales como vegetales— desarrollan mecanismos semióticos que le permiten ser parte de un ecosistema de signos, comunicaciones y representaciones cuyo entendimiento supera en gran medida las lógicas humanas. De esta manera, por debajo nuestras líneas de visión, un universo de especies establece diálogos entre sí, conformando todo un mundo más-que-humano: un paisaje rastrero que existe previo a la construcción de cualquier idea de sociedad, con dinámicas de organización grupal, estructuras sustentables de vida y respeto por otros individuos que nos hacen ver en ellos un sustrato de pensamiento creado en sintonía con la naturaleza.

Atento a los comportamientos de estos cuerpos minúsculos pero significativos, el artista visual venezolano Ismael Rodríguez Fernández propone en su exposición individual The Breathing Island un muestrario de formas de vida pensantes, sintientes y relevantes con las cuales comparte memorias que le acompañan desde sus tempranas vivencias en la ciudad de Mérida, Venezuela, y que se hibridan con las circunstancias actuales de su nuevo sitio habitado, en Oxford, Inglaterra. En este proceso de adaptación migratoria, Ismael Rodríguez toma apuntes de observaciones entomológicas libres, en las cuales el rigor del dibujo analítico se hibrida con un lenguaje desarrollado por el artista en sus prolíficos años de carrera: una sintaxis de figuración informal y expresionismo pictórico que ha dado lugar a paisajes y personajes que constituyen un imaginario propio y característico en su trabajo.

En esta muestra de trabajos recientes, los procesos de Ismael —que pasan por el collage, la pintura, el dibujo y la escultura— acentúan su experimentalidad plástica al incorporar elementos de su paisaje actual; un paisaje que ha dejado de ser motivo de contemplación inmóvil para ser entendido como espacio de inmersión, observando no sólo las construcciones visuales tradicionales de una naturaleza arquetipada, sino experienciando los detalles considerados “menores” por nuestras miradas antropocéntricas: el camino de las hormigas, el aleteo de un escarabajo, los dibujos de una telaraña.

En la poética de estas señales ínfimas de vida, nuestro artista encuentra vínculos entre el suelo de los lugares que han sido sus hábitats, pues en ambas ciudades, a pesar de las diferencias geográficas propias de sus latitudes, las pequeñas rutinas del humano son acompañadas por la interacción cotidiana con la abundante existencia de organismos artrópodos: escorpiones, escarabajos, libélulas y arañas que ahora son parte de las grafías de Rodríguez. La comparación imaginaria entre estos escenarios le permite al artista identificarse con los pequeños seres en los que deposita sus recuerdos, generando situaciones en las que la intangibilidad de los procesos de la memoria se sumergen en las complejidades de las dinámicas biológicas. De esta manera, los recuerdos de los paisajes del páramo andino venezolano hacen simbiosis con la naturaleza oceánica inglesa, generando un ecosistema imaginado, compuesto por seres fugaces que se relacionan y se entienden entre sí.

La vida de estos insectos y animales le dan forma así a una Isla que respira, una extensión de tierra rodeada de aguas y memorias cuyo futuro es impreciso pero también posible. En este territorio que se hace a sí mismo de la realidad y la imaginación, las imágenes creadas por Ismael Rodríguez se transforman en signos que a su vez invitan a pensar en una condición viviente, pero sobre todo más-que-humana: un modo de representar en el cual las imágenes del entorno se convierten en revelaciones a partir de sus detalles: el sobrevuelo de un coleóptero, la pisada de una danta, el capullo de una oruga.

La isla viviente imaginada por Ismael es así la representación de una ausencia por venir, la de un futuro en el que los pensamientos de todos los seres importan, y en el cual los individuos que la habitamos existimos armónicamente en una misma condición.

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