Por JAIME CORTÉS POLANÍA
En el resbaloso e impredecible ejercicio de labrarse a sí mismo, Juan Francisco Sans no solo conjugó el gusto de ser modesto con una amabilidad y cordialidad tan respetuosas como acogedoras, sino también la sensibilidad y la disciplina necesarias para afianzar una doble trayectoria —en realidad una sola— en la música y la musicología (1). Aunque fueron muchos sus logros personales, no debemos pasar por alto la complicidad y trabajo en tándem que disfrutó con su esposa, Mariantonia Palacios, pianista y musicóloga como él. Además de un núcleo familiar tejido en los incesantes desafíos de la cotidianidad, el matrimonio Sans Palacios conformó un dúo especializado en repertorio para piano a cuatro manos con el que materializó innumerables proyectos de interpretación e investigación. En más de una ocasión Juan Francisco nos contagió de esa misma disposición a contribuir y participar en iniciativas mancomunadas que permitieron identificar afinidades, conexiones y contrastes no siempre evidentes en los ámbitos latinoamericanos e hispanoamericanos. Enlazaba así los rasgos singulares de estudios de caso con perspectivas amplias y de mayores niveles de síntesis.
Todo esto fue posible gracias a su carácter inquieto, versátil y polifacético. Curioso como pocos, Juan Francisco aprovechó cuanta oportunidad pasó por sus manos para aprender, ejercer y enseñar. Según él mismo lo solía describir, estudió lo que quiso, lo que pudo y lo que el sistema universitario venezolano le ofreció. Recordaba haber tenido una experiencia fluida en la que todo lo absorbía y lo aplicaba. Los embrollos de la procrastinación no estaban entre sus defectos. Sin prisa, pero sin pausa, entre 1982 y 1987 obtuvo varios títulos que lo acreditaron como profesor ejecutante de piano, licenciado en artes con mención en música, locutor radial y compositor. Aunque ya por entonces había deslizado coqueteos hacia la musicología, entre 1998 y 2013 completó su formación posgradual con dos maestrías —una en musicología latinoamericana y otra en artes— y con un doctorado en humanidades. Al ritmo de una práctica y pasión sostenidas, también se convirtió en director y en editor de partituras. Por si fuese poco, sacó tiempo para aprender a tocar flauta de pico y hasta para certificarse —al igual que Mariantonia— en el sistema pedagógico Yamaha. Con pragmatismo entusiasta, decía haber cometido todos los errores posibles para perfeccionarse en cada uno de los campos en los que se desempeñó.
Su extenso curriculum vitae no solo da cuenta de ese paso a paso, sino también de las innumerables responsabilidades que asumió: cursos, seminarios y talleres universitarios en interpretación, composición, dirección, análisis y musicología; tutorías de tesis a nivel de licenciatura, maestría y doctorado; posiciones académico-administrativas en la Universidad Central de Venezuela —su alma mater— y en la Fundación Vicente Emilio Sojo; cargos de dirección artística, entre ellos pianista y subdirector del Coro de Ópera del Teatro Teresa Carreño, director de la Orquesta del Conservatorio Nacional de Música Juan José Landaeta, director del Coro Sinfónico Nacional de Costa Rica y director general del Centro Nacional de Música del Ministerio de Cultura y Deportes en Costa Rica; productor y locutor de programas radiales.
Entretanto, sus actividades de investigación transcurrieron sin cesar. Gobernado por el sentido práctico de un músico profesional en ejercicio permanente, Juan Francisco se dejaba llevar por el incontenible impulso de descifrar cualquier documento histórico con notación confusa y abigarrada. A sabiendas de que aquello no era más que un recurso nemotécnico y un vestigio de los diversos grados de convivencia entre la oralidad y la escritura, se sumergía en las tareas de transcribir, editar, interpretar y difundir. Así, antes de lanzar hipótesis o conclusiones sobre un tema de investigación, solía comenzar por la música. De ahí su interés por un campo en el que dejó un legado significativo del que muchos hemos sacado provecho. Además de coordinar la serie Clásicos de la literatura pianística venezolana, la serie dedicada a las piezas orquestales de Juan Bautista Plaza (1898-1995) y otras tantas ediciones individuales, propuso aquí y allí proyectos mucho más ambiciosos, como la recuperación de repertorio orquestal latinoamericano, algo que, a falta de recursos y voluntades, nunca llegó a cristalizarse.
Por supuesto, las cosas no terminaban ahí. En el artículo “Cómo se forja una línea de investigación en música” (2016), Juan Francisco y Mariantonia nos revelan una trastienda de actividades múltiples y posibilidades expansivas. En efecto, lo que en 1978 comenzó como dos pianistas tocando a cuatro manos, con el paso de los años se transformó en una línea de investigación prolífica, robusta e interdisciplinar sobre la música del siglo XIX en Venezuela. La “inhumación” de piezas que habían sido foco vital para una sociedad y cultura ya distantes, no solo dio pie a la realización de ediciones críticas, conciertos, grabaciones, conferencias y montajes escénicos, sino también a la elaboración —en solitario o a varias manos— de muchas publicaciones con estudios sobre temas muy variados e interdependientes: los que requerían perspectivas analíticas ⎯en coautoría con Mariantonia, “Patrones de improvisación y acompañamiento en la música venezolana de salón del siglo XIX” (2000)⎯, los que apuntaban a establecer la funcionalidad de una práctica musical en determinado entramado social sin evadir una visión comparativa ⎯el libro Los bailes de salón en Venezuela (2016)⎯ o los que felizmente anudaron la edición (facsimilar y crítica) y el correspondiente registro sonoro con estudios biográficos, analíticos e históricos ⎯La graciosa sandunga. Cuaderno de piezas de bailes del S.XIX recopilado por Pablo H. Giménez, libro en coautoría con José Rafael Lovera y Bartolomé Díaz Sahagún (2012).
Más allá de estas inclinaciones hacia el siglo XIX, Juan Francisco deambuló en problemas y preguntas que cubrieron desde el periodo colonial hasta nuestros días. Tal amplitud se vio alimentada cuando sacó partido de su actividad como editor e intérprete ⎯“Juan Bautista Plaza (1898- 1965): su estilo tardío” (2014) ⎯, cuando prolongó el trabajo de sus colegas ⎯“Música para armar: el caso de los Maitines de Navidad en 1655 en la Catedral de Puebla” (2018)⎯, cuando discutió los desaciertos de otros ⎯“Ni son anónimas, ni son instrumentales, ni están inéditas: las ‘sonatas’ del Archivo de Música de la Catedral de México” (2008)⎯ cuando aceptó la dirección de monografías de grado en áreas que parecían lejanas a sus intereses ⎯“Metal Medallo: el estertor como estética de la violencia en Medellín de los años ochenta” (2021)⎯ o cuando contribuyó a reunir debates académicos ⎯Música popular y juicios de valor: una reflexión desde América Latina, libro editado con Rubén López Cano (2012). Mientras en algunas ocasiones pensaba para especialistas versados en los tecnicismos de la composición, la orquestación o una determinada herramienta analítica, en otros tenía en mente a estudiantes en grados propedéuticos o un público en general.
Si en los años 1990 la radio fue el medio que lo cautivó para la divulgación, a partir del nuevo siglo la expansión del Internet le despejó senderos insospechados para la circulación de todo tipo de materiales. Sus últimos trabajos ⎯entre ellos Arias Antiguas del Nuevo Mundo. Siglos XVII y XVIII, una colección de 31 piezas adaptadas para el uso actual de cantantes y pianistas (2018)⎯ los concibió con la firme convicción de que todo había que compartirlo en la modalidad de acceso abierto. Si hubiese resuelto las restricciones de derechos de autor, de seguro habría incluido toda su producción en las plataformas web que hoy son pan de cada día.
A pesar de sus logros, del reconocimiento y del aprecio que recibió en Venezuela, no es un secreto que Juan Francisco iba a contracorriente de un régimen político cuyos efectos de polarización nacional le arrebataron tanto amistades como muchas de sus aspiraciones. A su jubilación continuó trabajando sin parar. En la búsqueda de coherencia y de mejores condiciones, Juan Francisco y Mariantonia trasladaron su residencia a Colombia. Medellín los recibió en nichos modestos, pero promisorios. Aunque poco después vino un ofrecimiento de la Universidad Complutense de Madrid que les planteó la oportunidad de atravesar el Atlántico y de estar más cerca de sus hijos, la reincidencia de una agresiva enfermedad traspapeló el viaje.
Si bien es cierto que muchos proyectos quedaron entre el tintero, no se agotaron las ganas de concluir lo que se había iniciado. Acosado por un destino ya trazado, pocas semanas antes de su muerte Juan Francisco apeló a su humor para reírse del sinsentido que tenía el anticiparse a los hechos. Era un humor agudo y crítico, pero jovial y desprovisto los efectos hirientes del sarcasmo y la ironía; un humor que le servía para catapultar su costumbre autocrítica y su capacidad de escucharse y escuchar a los demás; un humor que celebró las confesiones en boca de las grandes figuras de la música y musicología que entrevistó, o la famosa y discordante “fórmula de elegibilidad musicológica” que propuso Nicholas Slonimsky en los años 1940; un humor que a punta de aliteraciones puso de manifiesto en algunos títulos ⎯“Apropiaciones y expropiaciones de músicos nacionales: los samurai del joropo”, “Analfabetos – analfatics – analfanotas”, “Típicos tópicos tropicales”⎯; un humor que nos reveló sus momentos más luminosos y entrañables.
Además de un legado amplio y variado, nos queda un ejemplo intangible de cómo se puede ejercer una carrera artística y académica a través de un juego limpio y honesto; un juego que Juan Francisco supo jugar siempre atento al devenir internacional y a las implicaciones de jugarlo en y desde América Latina.
*Jaime Cortés Polanía es profesor asociado del Instituto de Investigaciones Estéticas, Facultad de Artes, Universidad Nacional de Colombia.
1 Para evitar la acumulación de notas a pie de página a lo largo del texto, remito a las redes sociales académicas o sitios web de divulgación en las que Juan Francisco Sans incluyó su curriculum vitae y buena parte de su producción musical y musicológica: https://ucv.academia.edu/JuanSans;https://www.researchgate.net/profile/Juan-Sans; https://www.youtube.com/user/jfsans?app=desktop.
Pesar
Por MIGUEL ASTOR
Quiero expresar mi hondísimo pesar por el fallecimiento de mi amigo, mi hermano, Juan Francisco Sans. Juan fue un pianista excepcional, que si hubiera querido habría hecho una carrera fulgurante como solista o como acompañante. Fue un compositor de genio que, si hubiera querido, habría sido el compositor más importante de la Venezuela de nuestro tiempo.
Se dedicó con pasión a la Musicología, y llegó a ser uno de los musicólogos más importantes de América. Llegó a ser director del Coro Sinfónico Nacional de Costa Rica y su gestión fue tan importante que lo llegaron a nombrar director del Instituto Nacional de Música de ese país, y la Orquesta Sinfónica Nacional lo invitó después a dirigir conciertos en varias ocasiones, una vez que regresó a Venezuela. Fui jurado de su tesis doctoral, y apenas la leí, me di cuenta de que estaba ante uno de los documentos más importantes de la Musicología Latinoamericana de nuestro tiempo. Esto se tradujo en varios libros memorables.
Fue la gran autoridad Latinoamericana en Edición Crítica, con numerosas publicaciones. Fue un sabio, y tutor de generaciones de compositores, licenciados y magísteres en Musicología, en su brillante carrera como docente. En sus últimos años desarrolló una importantísima labor académica en la ciudad de Medellín, Colombia.
Su obra académica y artística se pierde de vista y estoy seguro de que este país no va a comprender lo que significa su pérdida. Pero todo esto no era nada al lado del extraordinario, bondadoso y generoso ser que fue. Es un insustituible, como pocos en esta vida. Me duele mucho su partida, más que prematura. Descanse en paz y reciban mi más sentido pésame su viuda Mariantonia, su hermano Chejo, y sus hijos Juan Pablo Sans Palacios, Francisco y Alejandro. Dios lo tiene a su lado ahora.
*Texto leído en la Iglesia Don Bosco, Caracas, el 2 de septiembre de 2022.
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