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Entrevista a Orlando Albornoz

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Por NELSON RIVERA

—Sostiene usted que la universidad es un mito fundacional

—Todo lo presente en Venezuela, en la materia de la universidad, comienza cuando el vicepresidente de la Gran Colombia, general Francisco de Paula Santander, dicta la Ley del 18 de marzo de 1826, mediante la cual se funda la Universidad Central con sedes en Bogotá, Quito y Caracas, las universidades de los tres países que entonces se independizaban del imperio español. Se marca la impronta liberal, la de una universidad para el beneficio de la sociedad, bajo el impacto del utilitarismo de Jeremy Bentham, como instrumento de lucha ideológica contra la conservadora Iglesia Católica, que veía cómo, entonces, se suprimían sus antiguos derechos.

Se instaló un monopolio del Estado, que iba a durar, en el caso de Venezuela, hasta que se independizó el sector privado, en 1953, cuando se obtuvo la autonomía de dicho sector, que desde entonces decide qué conocimientos ha de transitar el docente y cuál el estudiante, según la filosofía de la Iglesia o del empresariado y de manera limitada del propio Estado. Obsérvese: digo que la autonomía se gana para el sector privado y se pierde para el estatal. No es la búsqueda del conocimiento lo que prevalece (Córdoba, Argentina) y más bien la universidad adquiere la supuesta autonomía y el imprudente co-gobierno. Es ya en 1953 cuando la universidad del sector privado accede al poder real en la materia de las universidades.

En Venezuela, entre varias, hay tres instancias por mucho hacer: una, mudar la sede física al ámbito electrónico; dos, romper el monopolio hispano-sajón y adoptar alguna alternativa como el modelo prusiano. Esto es, del Estado docente al Estado investigador y, tres, abrir el papel del Estado como regulador del entrenamiento profesional, concediendo mediante riguroso examen los diplomas y credenciales de universidades, por parte del Estado adulto, un Estado evaluador. La sociedad espera que alguien responda por lo que actualmente es una institución mezquina del cuanto-conocimiento, pues acumula en exceso, si se mira el canon y muy pobre en cuanto al currículo, ejecutando un plan sin bitácora, porque no produce conocimientos: los repite. Enfrentamos la era de las destrezas espaciales, la inteligencia artificial y la robótica, un complejo canon y su correspondiente currículo. De modo que vivimos los venezolanos un drama existencial: se nos agotó el modelo docente, superada la ecuación docente-aula-estudiante y no tenemos aún un modelo sustituto. No hemos iniciado, en Venezuela, montar el aparato electrónico de la nueva universidad, en afán de innovación pura —esto es, sin restos del pasado—. Justamente, sin embargo, observamos una contradicción monumental: abordamos el futuro en la fastidiosa y engañosa retórica de la revolución chavista y al mismo tiempo se abren universidades que siguen el modelo docente anterior a la Reforma de las universidades venezolanas de 1953 y 1958. La reforma por venir, por cierto, encuentra posibilidades extraordinarias, como la fábula de un día electrónico, que dura más allá de 24 horas. En cuanto a la fundamentación de la universidad venezolana, la Católica es “Contribuir a la formación integral de la juventud universitaria, en su aspecto personal y comunitario, dentro de la concepción cristiana de la vida”; la Metropolitana que defiende el principio de la comercialización del conocimiento, y las del gobierno defienden lo indefendible, un modelo agotado que alguna vez fue un símbolo de lo mejor del mundo de las ideas: plural, diverso y orientado a satisfacer las necesidades de la república, en esa materia.

—De acuerdo con su visión, no serían universidades sino escuelas profesionales. ¿Qué las diferencia? ¿Por qué el modelo venezolano de universidades se ha agotado? 

—Esencialmente porque es una mentira social, inocultable. Parece más bien un delicado mito de los construidos por Roland Barthes (1957). ¿La verdad? Investigar y medir cuánto conocimiento tiene un egresado de una universidad. La misma no reproduce el modelo de la sociedad, sino sus elegidos por la gloria divina, que nadan y navegan en procura de la inmortalidad, pues cada persona disfruta de sus galones profesionales a perpetuidad.

El mejor ejemplo de cómo puedo asegurar lo que digo es que en ausencia de una legislación al efecto, los egresados de facultades como la de Derecho, Medicina y, en general, los egresados de las carreras tradicionales usan el título de doctor, cuando lo que tienen es una credencial o título profesional, sin participación del Estado. Es el aspecto mágico del asunto. Hay una liason entre gobierno y sociedad. De modo que cada funcionario es llamado doctor y así, sucesivamente. Este hecho tiene un impacto enorme, fácil de resolver, pero es, al parecer, un interés social importante. La sociedad pregunta: ¿cuánto conocimiento tiene un egresado tanto de secundaria como de superior? Cabe un examen de Estado, que sería importante para la salud de la república. Entiéndase: en Venezuela el momento en el cual es sellada la conformidad jurídica, se otorgan los derechos de un profesional de por vida, en un solo acto, portando los símbolos del grado universitario, un profesional es hecho a medias, por cuotas y por ello no forma parte de la élite cognitiva, sino a menudo del común proletariado profesional que caminan por la vida en medio de una enorme desilusión. Según mi criterio, deberían transitar el examen de ingreso en la secundaria, de egreso del liceo, de ingreso a la universidad, de egreso —el examen de Estado, examen de profesión a la década desde el egreso, en un indispensable proceso de reciclaje—. De esa manera, los títulos, credenciales, diplomas de los venezolanos adquirirían la legitimidad que perdieron en 1953. En cuanto a la demanda, no logra atender la desigualdad que refuerza la universidad y la justicia, aun la burguesa, obliga a ser también un factor de equidad. El propio modelo psicosocial venezolano está construido para que la desigualdad opere de modo tal que la vemos ‘natural’, cuando es un caso de racismo generalizado, de castigo distribuido ‘equitativamente’ a los underclass de Jencks y los lumpen del socialismo europeo, patentado por Marx. Se trata de dos curvas que no coinciden, una de la población, otra la del talento y ello quiere decir que a mayor altura de la curva mayor chance de entrar en el mundo de las ideas, incluyendo la universidad. Nos consuela saber que, por ejemplo, los docentes de básica no son intelectuales sino empleados de una burocracia estatal y del control de la escuela básica y secundaria, en ambas instancias procediendo a la formación-deformación de los venezolanos.

—Existe un Nuevo Orden Universitario Mundial, dominado por universidades con altos estándares en los ámbitos de investigación y producción de conocimientos. Frente a esa referencia, ¿qué posición ocupa la universidad venezolana?

—En efecto, hay en el siglo XXI una nueva dinámica del conocimiento, un Nuevo Orden Universitario Mundial. Las universidades de avanzada se aferran a la idea de generar procesos de innovación. Dos obras son obligadas de mencionar, en esta oportunidad: Ben Wildavsky  (2010), The Great Brain Race: How Global Universities are Reshaping the World, y por Orlando Albornoz (2005) Academic Populism. Higher Education Policies Under State Control. Baste responder esta inquietud al observar los números. Operan en el mundo más o menos unas 20.000 universidades. Veamos: la Asociación Internacional de Universidades —de la cual Venezuela fue durante una década miembro del Consejo Directivo, tiene en total unas mil universidades—. 500 de las 20.000 son de primera calidad, incluyendo niveles de producción y reputación. Otras 500 ocupan el segundo bloque de calidad. El tercer bloque lo componen grupos de relativa baja calidad. Pero, como hemos dicho, un grupo entre cero y quinientas universidades son las que producen el conocimiento como parte del mundo de las ideas, originales, de prestigio, premios internacionales como los Nobel, la serie de premios que existen en el mercado, la venta de sus servicios y del mismo branding, el nombre, la marca. Pues el resto de universidades es una propuesta repetitiva, común. La universidad que opera en Venezuela obedece a un modelo, el modelo docente, con escaso volumen de investigaciones científicas, tecnologías y humanísticas. Los rankings acogen calidad en términos de producción, impacto, reputación, costo-beneficio del volumen de egresados. Siguiendo el concepto de cognitive complex las universidades latinoamericanas no sobresalen, porque el modelo es el docente, no el de investigación. Venezuela se halla en papel postergado, tanto históricamente como territorialmente —y organizacionalmente pues en general el estudiante venezolano vive en el hogar patrimonial, un hecho bien importante, socialmente hablando—. En verdad, ya no se habla de universidades, en singular, sino de los complejos cognitivos al cual pertenece y la universidad en singular desaparece como parte de un complejo, porque incorpora al gobierno, a la industria y el comercio, como ocurre en lugares de América Latina y el Caribe, región que cuenta con tres de estos complejos: Ciudad de México, Sao Paulo y Buenos Aires. Sobresalen algunas universidades, aun con el modelo antiguo: la Universidad de Sao Paulo, Universidad Técnica Federico Santa María, Pontificia Universidad Católica de Chile, Universidad Estatal de Campinas, Universidad de los Andes (Bogotá), Universidad Nacional Autónoma de México, Universidad de São Paulo, Universidad Diego Portales, Pontificia Universidad Javeriana. Venezuela no aparece entre los participantes distinguidos y menos entre los complejos cognitivos.

—¿Qué debería esperar la sociedad venezolana de su Sistema Nacional de Universidades? ¿Debe formar talentos para la producción? ¿Para la ciudadanía? ¿Fuente de liderazgos? ¿Tiene la universidad de hoy en Venezuela un deber ser frente al estado de cosas en que se encuentra el país?

—La universidad venezolana pasa por un período oscuro y lamentable, que no surge con Chávez, mucho menos con el actual presidente, sino el 5 de diciembre de 1958, cuando por razones políticas, el entusiasmo de entonces se tradujo en prisas y apagones para supuestamente restituir la autonomía de la universidad, un emocional acto académico en el cual participó el talento simbolizado en la figura legendaria de Francisco De Venanzi, y en aquella engañosa oportunidad se promulgó una Ley de Universidades. Pocos se percataron, entonces, que en dicha fiesta académica no participó el sector privado, ni falta que les hizo, pues tenían ya su autonomía, que no era otra cosa que el acta de la independencia del Estado burgués. Autonomía que el sector privado maneja hoy equivalente a la no-supervisión del Estado autocrático temeroso de perturbar los intereses de la propia burguesía que permite que los mercaderes se mantengan en el templo. De ese modo se impone y refuerza el modelo decadente de universidad; aislada, conservadora. Esto es el modelo docente, en donde se dictan lesiones, como el caso célebre de fray Luis de León, un modelo que por su propia organización aplica la más intensa impostación ideológica que opera sin supervisión y cumple la única y mediocre función de egresar profesionales, mediocridad que ya apunté en relación con una universidad, son el impacto del mundo de los intelectuales y del impacto del mundo de la academia, institucional, por una parte, y operativa por la otra. La demanda de la sociedad es el que entrene profesionales, la función elemental de una sociedad institucionalmente dispersa, como la venezolana, que satisface lo que he llamado la razón narcisista, pues cada quien labora para sí, sin establecer vínculos, sino exigencias, la gratuidad de los estudios, la primera de ellas.

—¿Tiene el régimen de Chávez y Maduro un modelo de universidad que ha intentado imponer al país? ¿En qué consiste? ¿En qué se diferencia del modelo de las universidades nacionales?

—La estructura psicosocial de la sociedad venezolana, como cualquier otro caso, es compleja y difícil de explicar. Demasiado pronto y demasiado breve para intentarlo, cabe señalar como en 1999 un gobernante senil entregó el poder a un audaz aventurero que tuvo el talento de crear su propia explicación doctrinaria, en un discurso dicho en la Universidad de la Habana, en 1994. Se impuso un gobierno revolucionario, que lo era solo en la estridencia al montar un aparato del Estado, que nos gobierna hasta hoy y probablemente por mucho tiempo más. Evito caer en clichés y califico al actual gobierno como el de un gobierno conservador, convencional, ajeno a las vanguardias e innovaciones, que no representa la ideología de una clase social, sino la gestión de un grupo, ambos conceptos fáciles de expresar, improbable de aceptar sin discusión, pero, en efecto, nos gobierna un grupo que envuelve una clase social, que traduce una ideología. Mi problema analítico es el mundo de las ideas, de lo cual deriva la universidad, genérica y de hecho la propuesta del actual proyecto político, pues la expansión institucional responde a replicar la universidad, el modelo docente sin hacer investigación. Por ello las universidades que ha creado replican las universidades más conservadoras del país, como las que financia el sector privado.

En un libro que está siendo editado por la Universidad Pedagógica Libertador, en su centro de investigación Mario Briceño Iragorry, Manual para mejorar la calidad académica de la universidad nuestra, planteo el tema del conocimiento en una sociedad, un esquema que he convertido en el centro de mi pensamiento. Yo trabajo bajo un supuesto: en el mundo de las ideas, que es distinto al mundo del pensamiento. A partir de dicho supuesto desgloso del siguiente modo: el aporte de los intelectuales, que contiene a la intelligentsia desconocida por Napoleón, impertinente cuando de ese ámbito de lo intelectual surge el pensamiento crítico, aun cuando puede operar no el pensamiento crítico sino el convencional, para quienes ser un intelectual corresponde con la condición de ficha barata, como aquella que alguna vez llamó Pedro María Morantes (1865-1918) Los Felicitadores, edición de 1952.

El segmento de los intelectuales ha sido profundamente castigado por el gobierno de la dupla Chávez/Maduro. Mientras no se recupere la intelligentsia en Venezuela no podremos hablar ni de universidad, ni del mundo de las ideas, ambos planos sometidos a censura y al control de la información, a la censura. Si en los Estados Unidos la institución entra en periodo de degradación —según un notable sociólogo de los Estados Unidos, ya fallecido, Robert Nisbet— es sencillo observar que la nuestra no puede escapar a ese destino. El gobierno chavista ha desaparecido, por acción u omisión, a la prensa escrita y hablada, las artes —no hay patrocinio museístico, no hay funciones de cine, no hay circo, ni teatro viajero como aquella inolvidable barraca ambulante del Gran Federico—. No hay la posibilidad de pensamiento libre ni quedaron aquellos periodistas críticos y los fabulosos comediantes que se burlaban del poder y nos hacían la vida grata, que fueron desapareciendo uno a otro. Bueno, tampoco hay sindicatos independientes del gobierno, ni asociaciones civiles y la cohesión social se difumina, según el francés que inventó el concepto de la cohesión social: Emile Durkheim, en 1904, y que es parte de la sociología que se hace en Occidente. Es posible ser audaz y decir que en la vida intelectual no hay universidad —al menos las ciencias sociales, que las otras, las naturales, suelen operar con modelos matemáticos y conocimiento profundo de los idiomas, y las estadísticas, neutralizando así el lenguaje de contenido opinático—. Luego vienen los profesionales y su entrenamiento en un segmento codificado, es decir como una carrera. Esto es lo que el común entiende como la universidad. Finalmente, la academia. Entendiendo por ello las instituciones en donde se debate la ciencia y el pensamiento, al nivel más avanzado. Del mismo modo la academia es el lugar en donde se hace ciencia, natural y social, en las universidades organizadas a tal efecto, sobre todo en sus vínculos internacionales, en asociación con las universidades que se distingue por su excelencia, pues forma el plano internacional la superación de lo aldeano, plano este que caracteriza, en mi opinión, el mundo de las ideas que manejan los líderes de la revolución del chavismo. Viene a mi memoria el caso de más de un funcionario burócrata de la revolución que ha sido distinguido con un título de doctor honoris causa, por una universidad privada que avergüenza la vida intelectual y moral del país, ya que el honor académico debería tener recipiendarios con las credenciales del caso.

—Su alma mater, la UCV, acaba de cumplir 300 años. ¿Cuál es su perspectiva hoy del estado de cosas en esa universidad? ¿Cuán grave es la situación patrimonial y académica de la UCV?

—¿En una palabra? Irrecuperable, excepto con un gran esfuerzo — no sé si vale la pena—. No se trata de reformar o de hacer una revolución, sino de recrear la universidad en función de sus necesidades electrónicas. Tendría la UCV, la universidad pública, que ser intervenida y dedicar tiempo y espacio antes de que pueda operar. Por ejemplo, supongamos que en la era de la expansión institucional del chavismo, se vaya a un período de contracción en patrón de fusión. Elimínese la función de canonjía, libérese a un tercio de la actual planta docente, entiérrese a la autonomía jurídica y deje que el Estado regule y remunere por trabajo desempeñado en vez de asignar falsos trabajadores y meros empleados. La autonomía es para la supuesta defensa de la universidad, pero lo peor que puede acontecer es cuando la confrontación es consigo mismo. Esto es, por ejemplo, la UCV y sus correlatos, como señaló David G. Cooper. Del modo que sea, al igual que en su libro (1986) La muerte de la familia, estamos obligados a reconocer que la nómina laboral de la UCV es, en un gran porcentaje, un listado de difuntos. Más aún, si Dios ha muerto, según Nietzsche, ¿qué queda para los simples mortales? ¿Acaso pedirle a la UCV que no llore por mí, como en la obra maestra de Andrew Lloyd Webber?

—En Mitos, tabúes y realidades de las universidades nos recuerda el vínculo ineludible entre Sociedad y Universidad. Podría pensarse que, si la sociedad se deteriora, lo mismo debería ocurrir a las universidades. Pero ha ocurrido en Venezuela que unas universidades —las del Estado— parecen más castigadas que otras —las privadas— por la debacle nacional.

—Partamos de un punto de vista elaborado con el máximo cuidado: la universidad venezolana pública es parte del aparato privado de esta sociedad. Seguir una carrera universitaria es una gestión privada, de selección social y étnica. Indios y negros han sido excluidos, desplazados, de las oportunidades disponibles para la visión de la burguesía como clase social, que se acerca a la postura de la élite, en universidades tales como la Simón Bolívar, la Católica y la Metropolitana. Extiendo mi cuidado al expresar juicios que pudieran creerse una crítica riesgosamente agresiva: la Católica y la Metropolitana son instituciones tan privadas como la Central. Quien dirige la Metropolitana —grato espacio estéticamente hablando—, como es el caso de la Universidad Católica, son universidades internacionales que operan sin la presencia real del Estado. La Católica tiene un rector designado con la aprobación de la Compañía de Jesús y del Arzobispado, institución vaticana y en el caso de la Metropolitana la institución es dirigida por una persona conocida públicamente por manejar exitosamente una empresa privada, sin aditamento académico alguno que se le conozca. Las universidades regidas por el Estado y creadas bajo la férula del chavismo no son competitivas, y sus rectores son simples funcionarios de la doctrina oficial.

—Se refiere a la tensión entre Autonomía universitaria y Dependencia Fiscal. ¿No está obligado el Estado a financiar las universidades y respetar la Autonomía, a un mismo tiempo? ¿No es una fórmula sostenible?

—El concepto de Autonomía suele intimidar a los ingenuos. En verdad es sencillo, como tal, sello ineludible de la retórica universitaria. Se maneja al interior de la institución, en sentido territorial, y al exterior de la misma, cuando son actores que evalúan cómo opera el principio, definido por expertos, que son competentes como el definir cuándo se ha violado la autonomía, a título individual o colectivo. Es divertido examinar el proceso de liberación universitaria como consecuencia de la revolución, en Francia, y en esa misma sociedad como se montó el aparato de control del personal y estudiantes de las universidades ya bajo la administración de Napoleón (Jean Tulard 1808). En América Latina y el Caribe se puede observar una línea de propuestas alrededor de la autonomía, en la Reforma argentina que de hecho dibujó el concepto, hasta la reforma venezolana de 1958, cuando se definió aquel evento como falsamente ‘la restitución de la autonomía’, de la cual fuerzas políticas internas se apoderaron de la dinámica de la autonomía. He participado en el debate europeo acerca de la autonomía, pero entre mucha discusión queda que la autonomía no es un concepto jurídico como institucional y en verdad acontece que la autonomía es un principio que hace falta solo cuando se la viola, al interno y al externo.

En cuando al financiamiento de las universidades he promovido que el costo de la universidad es demasiado elevado, como para dejárselo exclusivamente al Estado y el papel de este es que sea capaz de mantener a la universidad como un proyecto del Estado y supervisar la participación del mercado. De ese modo he iniciado muchas de mis conferencias en el espacio internacional: tanto Estado como sea necesario, tanto mercado como sea posible. En ambos casos hay un techo y lo sensato es calibrar posibilidades realistas y posibles, y descartar las necedades de los gobernantes populistas, que quieren promover una universidad gratuita y de calidad, sin límite alguno en el número de las mismas y sin los fondos suficientes para financiar este costoso juguete del mundo de las ideas.

—En una entrevista que le hicieron Carlos Rangel y Sofía Imber en 1979, le preguntaban por su evaluación de dos modelos universitarios, el Ideologizante y el Tecnocrático. Más de cuatro décadas después, ¿la comparación entre esos dos modelos sigue siendo válida en Venezuela? 

—El modelo universitario de la postura tecnocrática —prefiero llamarlo meritocrática— ha sido suprimido por el gobierno chavista y ha sido sustituido por un populismo absolutamente inútil, a los efectos del mundo de las ideas. Recuérdese que todo modelo es ideológico, pero no todos son meritocráticos. La universidad del chavismo es un modelo doctrinario, pero en términos tecnocrático no existe. Si hay un desvío es negar la tecnocracia como ideología, competitiva, rigurosa. La tecnocracia es la perspectiva de un sistema de gobierno en el que los responsables de la toma de decisiones se seleccionan en función de su experiencia en un área determinada de responsabilidad, particularmente con respecto al conocimiento científico o técnico. Las habilidades de liderazgo para los que toman decisiones se seleccionan sobre la base de conocimientos especializados y desempeño, en lugar de afiliaciones políticas o habilidades políticas tradicionales.

Burócrata es quien ocupa un cargo, populista es quien desempeña un cargo sin satisfacer sus exigencias. Diversos tecnócratas han identificado su postura con el uso del método con posible negación de los problemas políticos y doctrinarios. El término tecnocracia fue originalmente utilizado para designar la aplicación del método científico a la resolución de problemas sociales, en contraposición a los enfoques económicos, políticos o filosóficos tradicionales. La universidad es objeto obligado de una visión técnica: eficiencia. Por ejemplo, llevar a selección por concurso a los rectores y seleccionar a los estudiantes.

—La complejidad y diversidad del análisis contenido en los cinco volúmenes de Mitos, tabúes y realidades de las universidades, me condujo a este pensamiento: pensar la universidad para Orlando Albornoz es pensar el país. ¿Usted lo experimenta así?

—Sin duda. El análisis a escala nacional es el objetivo obligado, con el cuidado debido de no perder el tiempo mirándonos el ombligo, que es la técnica barata que asume la mal llamada revolución, un simple movimiento político cuya insensibilidad social es ya legendaria, creando una dinámica del saber rígida y complaciente, como fútil y de hecho engañosa. Es lo que observo a escala planetaria. Y los que nos dedicamos al estudio y análisis del mundo de las ideas, miembros de una comunidad estéril que, inevitablemente, tiene que dominar un espectro teórico, metodológico y político que permita observar las innovaciones, los avances y retrocesos del espíritu del conocimiento y sus instituciones correlativas. He dedicado mi pensamiento a una perspectiva nacional sin descuidar la internacional. He llegado al punto de creer que la universidad venezolana es un puente para la desigualdad, ejercida en forma extrema, radical, y la universidad del chavismo es una secuela del favoritismo de eso que llaman la supremacía blanca.

—Me causó una enorme impresión la cantidad de disciplinas, autores, teorías, hipótesis y recursos bibliográficos y del conocimiento con los que usted analiza las realidades universitarias de Venezuela y también de América Latina. ¿Es posible pensar la universidad sin el apoyo de un amplio aparato humanístico y científico?

—Tomo esta interpretación suya como correcta y necesaria. No hay otra. Propongo para la universidad venezolana una visión tecno-democrática, propuesta por fuerza de necesidad frente a la alternativa, una visión populista, que ha sido asumida por la revolución chavista, a la cual le niego una interpretación revolucionaria sino, tal como señalé, un grupo que se agarra del socialismo como quien se confiesa católico a falta de otra posibilidad. La visión populista es una postura negativa, costosa, ineficiente. De baja o ninguna rentabilidad. La lealtad doctrinaria y las emociones no pueden guiar la conducción de una universidad moderna. Trabajo intelectualmente con ideas, no con personas. Por ello pudiéramos los venezolanos ir al menos un poco más allá de la expansión individualizada de las universidades y promover la contracción de las misma, mediante el concepto de la fusión, y reducir el todo a un funcionamiento, individual y colectivo, creando una mega universidad, por ejemplo, incluyendo las que operan en Caracas, tanto lo público como lo privado, desde uno a otro extremo de la ubicación territorial, crear otra mega universidad en el Occidente de Venezuela, con Barquisimeto, Maracaibo y Mérida.  Además, la universidad del tipo docente operando en un campus, desaparece y traslada su burocracia al espacio de lo electrónico.

Estimo, con la mayor prudencia y discreción de mi parte, que el análisis de la universidad es tarea de una cierta profundidad. En nuestro país le hemos perdido el respeto a quienes encargamos de la dirección de las universidades. Causa preocupación y angustia, del mismo modo, a quienes hacemos responsables de colocar en las posiciones de dirección en los despachos de educación, ciencia y universidades. Los rectores de nuestras universidades, en algunos casos, incluso, son analfabetos académicos, sin títulos y credenciales y de hecho al margen de las leyes y reglamentos pertinentes. Hay casos espectaculares, de ignorancia e incompetencia, a pesar de lo cual, esa es la idea, tienen un asiento en el Consejo Nacional de Universidades. Dicho como es, las universidades reportan ser objeto de la aplicación de conocimientos de técnicos y expertos, pero tanto como ello requiere una interpretación filosófica del deber ser de la universidad. Ese deber ser ha de ser un eco, de las demandas de la sociedad. Es la única manera de cómo se pueden evitar las contradicciones que niegan la libertad.

Un caso patente es cómo analizamos la moral, la desigualdad y la justicia, puertas afuera, pero la practicamos puertas adentro.  Esa es la función del pensamiento crítico, que se mueve alrededor de la sindéresis de los ritos institucionales, como en su momento hizo Tom Bottomore, en Londres (1967, Critics of Society), y Juan Nuño Montes en Caracas (1989, La veneración de las astucias: ensayos polémicos), y lo que hicimos en una revista en la UCV, un grupo que asumió el retador título que era el de Crítica Contemporánea. En relación con la república de la razón, que desaloja lo contrario, la sinrazón, lo irracional, debe citarse el trabajo de un filósofo, que viene a propios, en su ensayo Philosophy and Critical Theory  (Herbert Marcuse 1968). Del mismo modo, uno de los teóricos más importantes en la historia del pensamiento (Jürgen Habermas, 1968) sintetizó en el título de una de sus obras esenciales las realidades del pensamiento sobre los productos del mundo de las ideas. Lo hizo el también alemán Karl Mannheim en su libro de 1954 Ideología y Utopía. El vasto y complejo mundo del pensamiento se pone de manifiesto en los números y en las interpretaciones que definen el acontecer diario: ideas, instituciones, asociaciones, comunidades, niveles de producción de conocimientos, narcisos que de manera legítima exhiben sus logros, inmersos en la dura y férrea competitividad en el espacio de los productos del conocimiento, un fenómeno que observamos en el proceso de producción de las vacunas diseñadas para combatir una pandemia.

No deseo dejar la impresión de que el sistema nacional de universidades es un fracaso total. Viendo las cosas en perspectiva, por ejemplo, las universidades han creado una clase media, ya debilitada por las circunstancias políticas. De resto, no hemos creado o inventado un proyecto nacional del mundo de las ideas y el hecho es la ausencia de un proyecto, de haber fortalecido el talento y la excelencia y perdimos el tiempo ejecutando esfuerzos inútiles y de hecho de negativo impacto, como el plan de becas Ayacucho, el proyecto del desarrollo de la inteligencia y finalmente el desvarío del plan del desarrollo musical. Cuando comenzó el mandato del teniente coronel Hugo Chávez (1999) se acentuó la debacle de las universidades, y en 2010, por una suerte de artilugio inexplicable, las universidades apelaron a ser autónomas y se negaron a acatar las propuesta del Estado que la modificaba y condujeron a la costosa e inútil inercia, que unido a la pandemia y a la fuga de varios millones de personas, expulsados de su país para vivir la continuidad de la desigualdad y la insensibilidad de los líderes de la revolución chavista, por desamparar a los venezolanos que han huido del país.

Por ello, debemos regresar al pensamiento de Francisco de Paula Santander y de Simón Bolívar, de Andrés Bello y de Miguel Antonio Caro, que sentaron doctrina acerca del mundo de las ideas, todos inspirados en la obra utilitarista del liberal británico Jeremy Bentham, entre otras de 1821: On the Liberty of the Press and Public Discussion; de 1825 Rights, Representation and Reform y de 1827 su Propuesta de código dirigida por Jeremías Bentham a todas las naciones que profesan ideas liberales. Volver a los orígenes para poder refundar y reinterpretar nuestra historia y aprovechar el futuro en sus términos, aun inéditos, términos que flotan en el pensamiento de Hannah Arendt, en su hermoso libro de 1961: Between Past and Future.

Recuerdo el pensamiento de Rolf Zinkernagel, Premio Nobel de Medicina 1996, quien me permite proponer un modelo de excelencia, pues el actual modelo de universidad chavista y en general la venezolana no es exigente, académicamente hablando, sino que relativamente propone bajos niveles de exigencia: “No solo los estudiantes flojos son los que necesitan apoyo. Es como en el deporte, a nadie se le ocurriría dejar de apoyar a los atletas olímpicos solo porque ya están en la cima. La ciencia necesita exactamente lo mismo. La comunidad científica (…)  solo puede mantener su posición y su importancia para la economía, si se invierte principalmente en la excelencia”. Los venezolanos, en vez de la excelencia, en sus universidades, aceptamos incluso con inexplicable alegría, un nivel institucional de mediocridad que es, por así decirlo, un asalto irracional a la inteligencia.


*Mitos, tabúes y realidades de las universidades. Cinco volúmenes. Orlando Albornoz. Unesco/Iesalc, Universidad Central de Venezuela, Ediciones de la Biblioteca de la UCV y III Conferencia Regional de Educación Superior, Caracas, 2018.

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