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Entrevista a Laura Margarita Febres

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Por NELSON RIVERA

—Su libro, Identidad femenina y memoria migratoria latinoamericana en la novela española del siglo XX, está inscrito en un amplio proyecto de la Universidad de Alcalá de Henares, “La migración en la novela española escrita por mujeres en el siglo XX”. ¿Esa novelística fue excepcional o tuvo una llamativa recurrencia?

—Los procesos migratorios han caracterizado al hombre durante toda su historia, pero no así la forma en la cual los expresa. Recopilar las novelas escritas por mujeres sobre este fenómeno ha sido la tarea fundamental de nuestro proyecto. Sobre todo porque muchas novelas no son publicadas por editoriales importantes sino por la autora misma o por pequeñas editoriales sin gran difusión, hasta hace algunos años.

Hablo de nuestro proyecto porque desde el año 2006 dirigí en la Universidad Metropolitana un equipo de veinte profesoras y escritores que nos dedicamos a estudiar la presencia de la migración en la novela y en otras manifestaciones literarias del siglo XX. El resultado de este trabajo son tres tomos que se encuentran en el link:  https://www.unimet.edu.ve/unimetsite/wpcontent/uploads/2016/01/La-mirada-femenina-Tomo-I.pdf

En el año 2017 presenté a la universidad de Alcalá de Henares un proyecto personal para estudiar solo la novela española de la migración de escritoras nacidas en el siglo XX. El resultado está en el libro del que hablaremos aquí.

En este momento, estoy estudiando las novelas de mujeres que emigraron a la Unión Europea en el siglo XX en la Katholische Universität de Eichstätt en Alemania, con un contrato de trabajo por dos años.

Pienso, entonces, que las novelas de mujeres que emigraron a América Latina, tratadas en el libro del que hablaremos hoy, tienen un proceso de acercamiento a nuestro continente diferente e independiente de la fecha en que ellas nacieron. Todas querían entender cómo era el sitio a donde llegaban, qué características tenía. Querían comprenderlo a través de los detalles. Incluso las novelistas hijas y nietas de emigrantes —tratadas en el libro— quieren explorar nuestro territorio, ya sea en sentido literal o metafórico, aunque nacieron aquí, fueron educadas por su familia de manera diferente. Nuestro territorio es nuestro cuerpo, el paisaje o la política, no importa dónde esté.  Mientras que las que he estudiado que llegaron a Europa continúan aferradas a sus países de origen, a los traumas y heridas que estos ocasionaron en ellas. Esta por supuesto no es una opinión definitiva, porque todavía no he explorado todas las obras de este nuevo destino.

—En el título de su libro usa la categoría “identidad femenina”. ¿A qué se refiere con la misma? ¿Es posible reconocer una variación en el modo en que las narradoras entienden la “identidad femenina”? ¿Qué ha ocurrido desde Elena Fortún (1886-1952) y Rosa Chacel (1898-1994) a Lucía Lijtmaer (1977) y Karina Sainz Borgo (1982)?

—Acostumbrada a estudiar cuando daba pensamiento occidental en la Universidad Metropolitana, la categoría “Identidad” en Aristóteles tal vez la asumí, algunas veces, como un concepto incuestionable en el que se basa mucha de la construcción del mundo occidental. Muy fructífera es esta categoría para el funcionamiento de la vida pública porque nos permite ser responsables de nuestros actos como personas.

Sin embargo, los textos literarios, y en especial estas novelas, nos expresan cómo el sujeto se puede contagiar de elementos que no estaban en la etapa inicial de su trayectoria como persona. Ifigenia de Teresa de la Parra (la primera novelista migrante que estudié) es una expresión de eso. Una lectora voraz como María Eugenia Alonso puede, por obligaciones sociales, como las que imponía César Leal, limitarse a leer solo recetas de cocina. Esto sigue existiendo en nuestros países latinoamericanos que aún ven con recelo a la mujer culta.

No hace mucho, en un coloquio sobre la lectura, estaba con el crítico merideño Víctor Bravo, cuando una estudiante confesó en público que ella no leía porque sus amigos la consideraban gafa si lo hacía. Y Víctor y yo nos vimos, “Regresó Ifigenia”. El que las mujeres no lean, tampoco lo hacen muchos hombres, puede ser uno de los tantos peligros para nosotros como sociedad proyectada hacia el futuro.

La identidad es moldeable en el tiempo, cambia sobre todo cuando es sometida a presiones muy fuertes del ambiente o a fenómenos de cambio en el paisaje como el exilio y la migración, los cuales producen mucho sufrimiento. O cuando el sujeto se lo propone consciente o inconscientemente.

En el caso de Helena Fortún, pienso que hubo muchas presiones emocionales que la llevan a poner en cuestión sus preferencias sexuales. En Celia Institutriz en América, la narradora y los personajes no pueden mantener sus decisiones en el tiempo porque la presión de la sociedad es tal que la decisión individual del yo, que responde a una identidad es torpedeada una y otra vez. Nos muestra un personaje como Walter-Pedrote, quien, ante el ambiente agreste e inhóspito de América Latina y la incomprensión de su madre, fragmenta su personalidad, división con la que se identifica la narradora.

De la misma forma, Rosa Chacel, en La sinrazón, a través del personaje de Damián y de otros personajes también, expresa cómo la pérdida del espacio, el tiempo y la tradición vividos por el migrante lo llevan a una desaparición o cuestionamiento de su identidad, de su ser.

“—Es que aquí —dijo Damián, inclinándose otra vez al desvarío— ni ustedes son ustedes ni nosotros somos nosotros, aquí, sencillamente, no somos nadie”.

Aunque no me preguntas sobre un capítulo que disfruté mucho escribiendo, La mirada infantil del exilio y la emigración española a México y Uruguay en la novela La identidad perdida. La historia oculta de los niños de Morelia, de Lola Moreno, y Nada que no sepas, de María Tena. Enfoca el mismo problema desde la mirada de los niños. Cómo ellos asumen este cambio o lo exploran para explicarse quiénes son cuando llegan a adultos.

La mayoría de los niños españoles de la primera novela atribuyen a su identidad grupal, basada en tradiciones y valores compartidos como la familia y la defensa de sus miembros del ataque de los extraños el hecho de haber sobrevivido; a pesar de las penurias que pasaron y de las diferencias que existían entre ellos, porque el grupo estaba integrado por niños de distintas edades y regiones de España.

Nada que no sepas se refiere a la búsqueda de la identidad femenina individual a través de la recuperación de la figura materna que vive en recuerdos de la hija. Ella y su madre se enfrentan con los mismos problemas que les impone la estructura patriarcal de la sociedad, ante los cuales la hija no sucumbe como la madre, aunque siguen ocasionándole sufrimiento. Ambas tuvieron un marido que las traiciona con otra mujer.

Lucía Lijtmaer retrata en Casi nada que ponerte una pareja homosexual compuesta por Mario y Roberto. Este último siempre supo que era diferente, por lo que tenía que trabajar para demostrar esa diferencia a través de su vida. En esta novela se funden la identidad real y la identidad ficticia porque los personajes actúan en un escenario.

La presencia del teatro es muy fuerte porque la narradora quiere expresarnos la concepción que tiene de la vida: “En el mundo, siempre hacemos una representación de nuestra vida. Lo que pasa es que algunos no lo saben”. Las ciudades argentinas, tanto pequeñas como grandes, educaban a los niños para ser teatrales y de ello se encarga la figura de la declamadora. Ellas han formado parte del pasado de Roberto, del tío de la narradora y de Lucía misma. Además, también forman parte del pasado de las chicas casaderas de la Argentina.  En Buenos Aires, y tal vez en toda la Argentina, hasta los taxistas tienen la creencia de que el mundo es un escenario. La teatralidad forma parte de una visión de la vida que todos comparten. Sin embargo, crear un escenario no es nada fácil, requiere de mucha energía porque los personajes tienen que crear una identidad diferente a la que poseen. Por ello, Mario y Roberto al inicio del negocio viven muchas estrecheces, pero no lo demuestran en las casas en las cuales trabajan. Roberto piensa:  pero no saben lo que eso exige. La gente cree que es muy fácil, pero es una tortura. Nadie conoce la enorme escala de sacrificios, el suplicio que todo ello representa… no hay más vida que la búsqueda, nada importa fuera del objetivo. El negocio de Mario y Roberto triunfa porque ellos reconocen esa condición de teatralidad de la vida, en la cual la construcción de un escenario ideal es la condición más importante en el trato con sus clientes. Esa necesidad de teatralidad parece ubicarse en un espacio y un tiempo concretos: “En Buenos Aires, en ese momento, todos queríamos acudir a un lugar que no existía” y ese estaba en su negocio.

La narradora reconstruye su identidad a través de la recuperación de la memoria perdida. No en vano Marcel Proust, el autor de En busca del tiempo perdido, aparece mencionado en la novela. El episodio de la magdalena en el que, por su sabor, el narrador recupera todo el pasado, ocurre a veces en la novela cuando, gracias al mecanismo de la asociación, se recobran episodios perdidos del pretérito.

En el caso del personaje de Karina Sainz Borgo, Adelaida, su cambio de identidad es racional. Viene motivado porque Venezuela ya no le ofrece posibilidades económicas, emocionales y laborales para seguir viviendo en ella.

Son muchas las razones por las que Adelaida no puede continuar en Venezuela ni conservar su identidad. El apartamento de su propiedad, comprado por su madre con el sueldo de maestra, es invadido por una de las milicias de mujeres que repartían las bolsas de comida asignadas a los seguidores del gobierno, quienes, ante su reclamo de desalojo, la agreden.

Los nexos de solidaridad entre los vecinos del barrio donde vive han desaparecido casi por completo, incluyendo al panadero que la trata como si no la conociera. Los propietarios e inquilinos de los apartamentos se han ido del edificio. El clima de desconfianza es tal que las personas no aceptan la ayuda de otros porque piensan que en ella puede venir alguna trampa.

La narradora se encuentra muy sola porque, además de haberse perdido toda la solidaridad social, sus tías, que viven en Ocumare, región que a menudo invade la memoria de Adelaida, están muy viejas y no pueden llegar con facilidad a la capital.

Francisco, su novio, fue asesinado en la frontera con Colombia por haber revelado una foto, considerada secreta por la guerrilla, en relación con el secuestro y asesinato de un empresario venezolano. Le fue practicado el corte de corbata, método con frecuencia usado por los secuestradores de la zona.

Sin marido, sin amigos, sin madre, sin vivienda, pero sobre todo sin paz, no es raro que Adelaida Falcón quisiera suplantar la identidad de Aurora Peralta, quien tenía un supuesto puesto en la sociedad española que la estaba esperando para continuar una nueva vida.

Como vemos estas transformaciones pueden venir por muchas razones. Estas novelas ilustran algunas.

—¿Existen algunas características o patrones que reaparecen en las novelas de la migración? 

—Sí, en el caso de las novelas que estudio en este libro. En ellas se ve el estudio de dos sociedades, la que dejó la narradora y el paisaje cultural de la que la recibe; pero sobre todo se muestra cómo los personajes asumen la nueva realidad cultural en las novelas.

Hay novelistas que emigran a otro país y tienen novelas muy buenas, pero no analizan las dos sociedades. Por lo tanto, debo descartarlas después de haberlas leído, a veces con lástima.

—Sostiene que la identidad de las personas es frágil ante la memoria. ¿Podría explicarlo?

—Creo que el libro demuestra que la identidad es una categoría muy frágil en las novelas estudiadas. Por mucho tiempo la mayoría de los hombres recibían una educación que les inculcaba lo importante que era ser sujeto y podían tener opiniones propias y nuevas relativamente en el espacio público del Occidente. Mientras que la mujer era educada para seguir fielmente la tradición de su cultura que generalmente era cocinar, coser, cocer, cuidar a los otros, etcétera. Por eso estaban profundamente ligadas a lo que no cambia dentro de la cultura que son esas labores que alguien tiene que hacer, pero que generalmente el hombre no hace. Por eso asumen la identidad de sus madres, abuelas que les enseñaron esos y otros trabajos, además de una manera establecida de comportarse ante la vida. Pensamos que no hay mejores textos para revelar las distintas aristas de la estructura patriarcal que estas novelas que describen el comportamiento y la complicidad de muchos actores sociales con esa estructura subyacente, que puede oprimir a la mitad de la humanidad sin darse cuenta de ello. La identidad individual depende también de los factores históricos de una cultura, esto creo que se ve más en las mujeres, pero en los hombres también. Pensemos en los hombres venezolanos que creen ser los herederos fieles de Simón Bolívar y tratan de encarnarlo nuevamente.

—En las autoras que estudia por lo general se establecen lazos entre la memoria individual y la colectiva. ¿Cómo interactúan esas dos formas de memoria? ¿Son dos o es una memoria con dos vertientes?

—En la memoria individual tenemos un sujeto como centro que la trata como un ingrediente más para su supervivencia. Similar al sujeto cartesiano que piensa para poder existir y escoge, según él, las mejores alternativas de lucha. No creo que esta construcción sea muy frecuente, aunque creamos lo contrario.

La mayoría de las mujeres y hombres tienden a actuar dentro del marco de la memoria colectiva sin saberlo, con los ejemplos que nos ha dado nuestra circunstancia, nuestra familia, nuestro acontecer histórico. No analizamos lo dependiente que somos de ellos.

La fragilidad de la identidad femenina con respecto a la identidad de sus antepasadas se explica sobre todo en el capítulo del libro Un intento epistemológico femenino para comprender nuevos mundos a través de la novela: La migración canaria y gallega a Cuba, Venezuela y el Brasil en dos novelas: Tributo en sangre de Marisol Marrero y La república de los sueños de Nélida Piñón.

Ejemplos de esto son las mujeres de Tributo en sangre, la novela de Marisol Marrero, y el personaje Odete, de la novela de Nélida Piñón que aún lleva, sin saberlo, las mismas trenzas que peinaba su ascendiente en el mercado de Valongo cuando la vendieron como esclava. Estas novelas sugieren que debemos estar conscientes de cuál es la carga de este pasado colectivo en nuestra identidad para repetirlo o para no continuarlo cuando nos ha hecho daño.

—¿En la novelística de las migraciones predomina la autoficción? Si es así, ¿qué explica esa tendencia? ¿Conoce casos de novelas que sean estrictas ficciones?

—Inicio esta pregunta con la frase ya muy conocida de Gustave Flaubert: Madame Bovary soy yo. Siempre hay una carga biográfica en cualquier novela, aunque la intención de crear un mundo distinto al suyo sea explícita en el narrador.

En estas novelas de la migración está clara la tendencia a la autoficción, porque la mayoría de ellas tienen una narradora mujer que transita los espacios que las historias personales que las autoras habitaron real o imaginariamente.

—¿Qué visiones de América Latina están presentes en las novelas que ha estudiado? ¿Hay un asombro ante el paisaje, un extrañamiento ante la cultura local, ante las diferencias lingüísticas? ¿El hábito de comparar la realidad pasada con la presente pesa en las narraciones? ¿Qué trato reciben los inmigrantes en esas narraciones?

—Podemos decir que el título de la novela de Rosa Chacel La Sinrazón sintetiza la pregunta que me estás haciendo, aunque en Chacel esté sumada también la Sinrazón de la Guerra Civil Española. Con la razón, no se puede explicar solamente a América Latina. Aunque seamos fruto de no haber tenido en cuenta la razón que proviene en muchos casos del conocimiento y la cultura. Sin embargo, Santiago, su personaje principal, es una víctima de la soberbia intelectual con que trata a sus semejantes, porque no tiene en cuenta el afecto que estos necesitan. Muchas de ellas revelan el machismo que existe en América Latina y no solamente en ella, sino también en España.

El asombro del que hablaba Alejo Carpentier no está muy presente, porque ellas y ellos tienen ante sí problemas muy graves, ante los cuales no tienen tiempo de asombrarse, sino que toman una posición inmediata. Tenían que sobrevivir, si es que es el caso. Las autoras, amantes del lenguaje, traen cada una serie de palabras indígenas, africanas y modismos de los países que describen, pero creo que más que las diferencias lingüísticas, sienten barreras culturales.

Después de leerlas, provoca no migrar nunca, porque son muchas las vicisitudes que las esperan en el lugar al que arriban. El trato no era el que habían imaginado. Solo obtiene una situación holgada Madruga, el personaje gallego de la República de los Sueños, por ser muy codicioso, y la familia canaria de Tributo en Sangre, ya que se protege con el vínculo de la solidaridad familiar en algunas ocasiones.

—Guerra civil de España y años del franquismo. ¿Se puede concluir que, de acuerdo con las visiones que arrojan las novelas de la época las realidades en América Latina eran para las mujeres tan duras como en España?

—Creo que el machismo debe ser estudiado de acuerdo con las culturas e historias donde se produce para poder erradicarlo. Lo mismo sucede con el feminismo para fortalecerlo. El machismo latinoamericano y el español son feroces, pero creo que no son iguales. El español estuvo amparado por una construcción racional mientras que el latinoamericano es más salvaje.

Me permito ilustrar esto mostrando las experiencias que tuve en España. Fui a muchos coloquios sobre feminismo tanto en Alcalá de Henares como en Madrid. La queja común de las profesoras e intelectuales españolas es que existía un techo de cristal porque a las mujeres generalmente no se les ofrecían cargos directivos ni en las empresas ni en las universidades. En Venezuela no tuve en cuenta ese fenómeno porque con tres autoridades universitarias mujeres en la Universidad Metropolitana y una rectora mujer en la Universidad Central de Venezuela no tomé consciencia de eso. También tuve la sospecha de que no era bien visto que la mujer fuera a congresos de investigación con sus compañeros varones. Tampoco sentí, la mayoría de las veces, eso en Venezuela. Esto no es bueno porque el conocimiento nos pertenece a ambos y de esta forma se crean barreras para su libre circulación.

También fue bastante ilustrativa la conversación que tuve con un médico joven graduado en Venezuela, que me comentó un poco extrañado que la mamá de la mejor amiga de su hija no lo saludaba. Yo le contesté que a lo mejor eso era por el sustrato árabe que todavía está presente, aunque a veces muy escondido, en la sociedad española, que no permite que los hombres hablen con las mujeres libremente en algunos sitios. Pero pensé más tarde: ¿no será que no le gusta que sea venezolano?

Tenemos que estar atentos para que esta libertad de las mujeres no se pierda en la sociedad venezolana. Muchos hemos perdido los derechos que teníamos antes en la sociedad, por eso, como decían en televisión: oído al tambor. Sin embargo, en España el registro de los hechos violentos contra las mujeres es muy superior al de América Latina, en la cual no se denuncia la violencia doméstica la mayoría de las veces. Marisol Marrero habla en su saga de la importancia que tuvo la mujer en la sociedad canaria como también la tiene en nuestras tribus guajiras que he estudiado. Hay que apoyarse en estas diferencias culturales para fortalecer a las mujeres.

—Por último, en su libro estudia a dos autoras venezolanas: Marisol Marrero y Karina Sainz Borgo. Me gustaría que compartiera con los lectores del Papel Literario las razones por las que incluyó a cada una en el campo de su estudio.

—Ellas dependen de una cronología por fecha de nacimiento que parte del año de 1892, cuando nació la primera novelista que tomé en cuenta para la periodización, que abarca casi cien años. De los primeros dos grupos, donde calculé un período de treinta años, entre uno y otro, escogí a Marisol Marrero.  Del tercero y cuarto grupo, cuando separé a las escritoras en un período de quince años, porque las novelas sobre migración aumentaron aceleradamente, por lo que no pude mantener la separación de treinta años, seleccioné a Karina Sainz Borgo para el cuarto y último grupo de estudio. Es la última que nace en esta periodización.

A Marisol la seleccioné porque el tema de sus novelas ha sido la migración, no solo de las Canarias, que es el caso que trato en este libro, sino de los migrantes alemanes a la Colonia Tovar con los cuales me siento cercana.  Emigraron de Baviera a Venezuela. Por coincidencia, me encuentro en este momento en esta zona de Alemania.

En cuanto a Karina, con quien tuve una entrevista en Madrid hace unos dos años, me interesó como trata el problema de la represión política en Venezuela; situación que no era muy reconocida en España, porque algunos creen allí que las izquierdas no pueden tener dictaduras, solo las derechas. Para mí esa clasificación entre izquierdas y derechas debe ser revisada, como ya advertía Mario Briceño-Iragorry en el siglo pasado. Como las izquierdas en Europa son distintas a las latinoamericanas, creo que nuestro caso venezolano había que conocerlo, para lo que era ilustrativa la novela de Karina.

Agradezco a los que hicieron este cuestionario. A Pedro Henríquez Ureña que enseñaba que había que enfrentarse al panorama literario latinoamericano para ordenarlo y hacerlo conocer. Solo que yo lo hago con un pequeño grupo de novelistas mujeres. Un universo que poco a poco puedo abarcar.

Si algún lector tiene alguna observación que hacer al libro, la espero encantada en mi correo electrónico: [email protected]

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