La curaduría de arte es un oficio amplio sobre el cual no existe un criterio definido. La discusión correspondiente a este asunto es compleja y difusa. Si bien abundan los textos, la mayoría ofrece las visiones particulares de curadores, investigadores, artistas o profesores. Algunos los encontramos en catálogos y otros –como The Edge of Everything: Reflections on Curatorial Practice editado por Catherine Thomas– son importantes compilaciones que reúnen diversas perspectivas sobre el tema.
Por curador puede entenderse la persona encargada de la conservación de una colección. Esta puede ser de arte, de antigüedades, de documentos o de un archivo histórico. También, un curador es aquel profesional que organiza y le da sentido a una exposición. El conocimiento que tiene sobre algún artista, grupo, movimiento o tendencia le permite seleccionar un determinado número de obras y organizarlas bajo un concepto específico para ser mostradas al público. Puede trabajar en una institución o dedicarse a elaborar proyectos de forma independiente. Esta última vía ha permitido que el ámbito de acción del curador aumente y su influencia sobre las lecturas del arte contemporáneo sea cada vez más determinante.
La expansión de las atribuciones del curador ha llegado tan lejos que hasta los discursos estéticos más recientes como el media art abren espacios alternativos para la curaduría. Peter Weibel –director del Zentrum fur Kunst und Medientechnologie en Karlsruhe, Alemania– afirma que el arte hecho para Internet abriga la misma necesidad de ser curado que el de los museos y galerías. Esto tiene que ver con la exigencia de organizar propuestas expositivas que permitan a las audiencias una revisión analítica y coherente del arte virtual.
Para Félix Suazo de El Anexo Arte Contemporáneo, la proyección del curador en el arte contemporáneo es definitiva y supera el simple ámbito de la conservación y la organización para insertarse en el análisis de los discursos estéticos de vanguardia.
La posición institucional de las organizaciones dedicadas al arte como museos, galerías, universidades y centros culturales pareciera rezagarse con respecto a la voz original de los curadores independientes, muchas veces contratados por estas mismas organizaciones para ofrecer enfoques alternativos o que supongan un paso adelante de la línea tradicional. Ello, incluso, nos permite hablar de diversos estilos o posturas que pueden confrontarse a la hora de encauzar una muestra. El criterio del curador de una institución sobre el impresionismo, el cinetismo o el arte povera puede estar confrontado con el de otra institución o con el de un independiente. María Luz Cárdenas –crítico de arte y curadora– piensa que la curaduría contemporánea está comprometida “con las necesidades reflexivas del arte” y las visiones emergentes de los curadores contemporáneos.
Por su parte Marcelo Pacheco –quien fuera curador Jefe de Malba-Colección Constantini; ex-Director de la Fundación Espigas– entiende que el proceso curatorial es una práctica y lo aborda como un ejercicio narrativo.
La amplitud de criterios con respecto a este oficio evita que tengamos un perfil definido de las funciones específicas de una labor curatorial. Asimismo, en ciertos ambientes del arte ha provocado que algunos, en una desproporcionada inflación del trabajo del curador, hayan querido ver en este personaje una suerte de pseudo artista llamado a crear, junto al autor, el concepto de la obra. El curador argentino Rodrigo Alonso refiriéndose a esta idea opina que “sobre este tema hay un gran debate. Se discute qué relación hay entre el curador y el artista. Hay quienes consideran que la curaduría es una labor artística. Yo particularmente no lo creo”. Victoria Noorthoorn –curadora del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires– en un foro realizado en Argentina aclaraba, en este sentido, “que la curaduría no es arte, si bien se juega en la misma un ojo que puede generar posibilidad y que de hecho tiene repercusiones visuales en el ámbito de la exposición”.
El curador responde, entre otras, a las preguntas: ¿quién es ese artista? ¿Qué hace? ¿Qué quiere transmitir? ¿Cuál es su trayectoria? ¿Cuál su visión del mundo? ¿Qué relación tuvo o tiene con su época? ¿Qué lectura nos ofrece en la contemporaneidad? Para encontrar respuestas este profesional debe conocer muy bien el objeto de su investigación con el fin de seleccionar, agrupar y conceptuar aquello que va a ser expuesto. Si tomamos prestadas algunas ideas de la teoría del signo lingüístico de Louis Hjemslev –considerando que toda curaduría es un discurso y tiene una significación– podemos afirmar que el curador, en una muestra, le da forma al contenido y a la expresión de aquello considerado la sustancia de un artista: un conjunto de trabajos que pueden abarcar un período específico o bien toda su carrera. Sin embargo, jamás construye el significado o la expresión de cada pieza; únicamente hace evidente el proceso que las reúne bajo una lectura determinada en un lugar.
¿Cómo ofrecerles un espacio para ser vistas? ¿Cómo activar sus relaciones visuales y sus posibles significados comunes en un área expositiva para la cual no está destinada? ¿Existe en realidad un destino topológico determinado? ¿Qué ocurre con su función si estimamos que ella contribuye a la potencia semántica de la pieza?
Curar el diseño implica un esfuerzo de organización y una propuesta de lectura que se acomoden a las características propias de un sistema visual. Y no se trata de reproducir un ecosistema artificial que recuerde el espacio natural del objeto de diseño, si es que hay semejante espacio. Es más bien entender las correspondencias semióticas que toda pieza utilitaria tiene con respecto a sí misma, al sistema que la creó y a su función comunicacional. En la próxima entrega abordaremos algunas líneas generales sobre el tema y revisaremos una de las propuestas más novedosas de la curaduría en diseño: No Materia, un proyecto de Ignacio Urbina.
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(Una versión anterior de este texto se publicó en la revista Investigaciones Literarias de la UCV).
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