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Por ERITZA LIENDO

En agosto de 2019, en los espacios de la plaza de Los Palos Grandes (Caracas), le organizamos un homenaje a Eduardo Liendo. Liendo es uno de esos escritores que, por su vida y por su obra, se hace querer. El honesto compromiso con el que siempre ha asumido su ejercicio literario le ha significado y le ha valido el respeto de muchísima gente dentro y fuera de Venezuela. Le ha valido también no poco agradecimiento en un mundo donde resulta tan fácil construirse reputaciones y famas en una empeñosa labor de marketing.

Con ocasión de este tributo, en la plaza se dieron cita Rosmery Andrade, Jesús Peñalver, Violeta Rojo, Jorge Gómez Jiménez, Moraima Guanipa, Manuel Felipe Sierra, María Elena D’Alessandro y Rodolfo Izaguirre. Todos nos quedamos cortos, pero juntarnos valió la pena pues nos permitió revisar algunas de las líneas maestras de la obra de Liendo.

El caso de Liendo como escritor —como mago capaz de construir universos ficcionales con la alquimia del verbo— lo convierte en taumaturgo de la palabra. La evidencia irrefutable de ello está en sus más de doce obras editadas y reeditadas. Todas ellas perfectamente coherentes con la declaración de principios que Liendo dejara plasmada en su ópera prima, El mago de la cara de vidrio (en adelante, EMDLCDV). La simiente de sus hijos de letras.

Para Rodolfo Izaguirre, por ejemplo, fue un acontecimiento inolvidable el homenaje que se le hizo a Eduardo, y el privilegio de participar en él: “Siempre estaré agradecido. Me gustó verlo y  saludarlo. ¡Sentí al abrazarlo esa vida sagrada que navega en su sangre y disfruté el prodigio de saber que estaba allí escuchando lo que se decía de él y de su espléndida obra literaria!”.

Palabras similares tuvo María Elena D’Alessandro: “Quedó demostrado que Eduardo Liendo es de todos nosotros, de su amplia gama de lectores sin distinciones, entre los que se encuentran letrados, periodistas,  bailarinas, magos, niños, adolescentes, cantantes, actores,  músicos, cine, televisión, rancheras, tangos y  los que quieran  sumarse. Fue una belleza de acto dedicado a él”.

Una aproximación afectiva a la obra de Eduardo Liendo

En efecto, la premisa del tributo fue Una aproximación afectiva a la obra de Eduardo Liendo, un acompañamiento desde la memoria, desde la proximidad cómplice del lector que ayuda a actualizar todo lo escrito para que adquiera su sentido completo, pues solo la lectura hace que los libros dejen de ser objetos inertes para empezar a existir de verdad.

El mismo Eduardo Liendo lo dijo en su trabajo sobre el oficio del escritor: “No escribo para actuar públicamente. Si en algún aspecto de mi vida quiero ser auténtico es en mi actividad de escritor. No me interesa parecer un escritor. Es relativamente fácil parecerse a un escritor. Hay una cantidad de mecanismos que permiten inventar un escritor. A mí me interesa ser, que mis libros existan de verdad, que tengan lectores de verdad. Eso deseo”.

Sobra decir que se trata de un deseo cumplido con creces. Los lectores de Eduardo Liendo se cuentan por legiones, y la razón es muy simple: su congruencia. Lejos de los rigores de las modas, lejos de los motivos sobrevenidos, Liendo solo escribe sobre aquello que le apasiona; sobre aquello que lo mueve: la cultura, la política, la ciudad, la multidimensionalidad del ser. Desde siempre, para Liendo quedó establecido como un principio irrevocable que el ser humano no es ni monolítico ni lineal ni uniforme ni plano. Por lo contrario, el humano es un ser polimórfico, dual o trifásico que transita su paso por el mundo desde una experiencia, literalmente, transformativa.

Cuando recordamos que todos somos locos…

El segundo capítulo de EMDLCDV está precedido por una cita de Mark Twain: “Cuando recordamos que todos somos locos, la vida queda explicada”. La paradoja se explica sola si se entiende la locura como pérdida de control sobre acciones y decisiones. Lo propio de la locura es la discapacidad inhabilitante. ¿Cómo, pues, podría explicarse la vida desde el delirio; desde lo irracional? Twain, con su frase, crea el escenario perfecto para suscribir el contrato ficcional que nos propone la relación de Ceferino Rodríguez Quiñónez con un electrodoméstico. Eso como base y como principio.

No obstante, más allá de las cuitas entre protagonista y antagonista —que ya presuponen una muy peculiar unidad temática (según el buen decir de Jean-Michel Adam)—, este segundo capítulo de EMDLCDV adquiere un valor adicional porque en él queda plasmada la premisa que guiará en lo adelante la obra narrativa de Eduardo Liendo:

«Me eximiré de toda pretensión literaria porque, aun siendo gran apasionado de las bellas letras, no ignoro que es respetable criterio estético de mi época el considerar la oscuridad como suprema virtud de todo arte y, aunque me consta, que mientras más entelarañada es una obra más extasiados quedan los lectores, renuncio a cualquier posibilidad de éxito efímero con el fin de dejar las cosas completamente claras” (1987:16).

Renunciar al éxito efímero es trabajar para la posteridad, para la permanencia, para la memoria de lo inamovible. Y como la comunicación literaria le confiere no pocas libertades interpretativas al lector, yo decidí creer que, al hablar de dejar las cosas completamente claras, Liendo se estaba refiriendo a su propia concepción de lo que debe ser una buena obra literaria; una pieza que no por transparente y directa carezca de profundidad y de una estructura conceptual lo suficientemente densa y con las complejidades propias de los temas bien digeridos y bien gestionados.

El hombre par

Si aceptamos, con Twain (y con Liendo) que la vida queda explicada a partir de la aceptación de la locura, será más fácil entender la fijación —la deliciosa fijación de Liendo— por el hombre par; por ese hombre/personaje que transita el mundo y recorre la vida desde su alteridad. Ese hombre que encontramos en Los platos del diablo, en El cocodrilo rojo, en Mascaradas, en Si yo fuera Pedro Infante, en Las kuitas del hombre mosca, en El round del olvido, en Diario del enano.

El sol es la luz del espíritu y la sombra, para los simbolistas, es el “doble” negativo del cuerpo, es decir, la imagen de su parte maligna o inferior; es un alter ego; un alma. Jung llamaba sombra a la “personificación de la parte primitiva e instintiva del individuo”. En la bella Enciclopedia de las cosas que nunca existieron, sus autores mencionan a la sombra bajo el nombre de Doppelgänger. Me refiero al doble que nos acompaña vayamos donde vayamos.

A diferencia de la sombra normal, que es producida por el sol o cualquiera otra luz, el doppelgänger es invisible a los ojos humanos, excepto a los de su propietario, y se mueve con tanta rapidez que por muy de prisa que uno se vuelva, siempre queda fuera de nuestra vista. Nos imita en todo y se afirma que “si uno pudiera verse y oírse tan perfectamente imitado nos moriríamos de vergüenza, pero los dobles normales no pretenden avergonzar a sus propietarios”. Su función es hacerles compañía y se dice que los perros y los gatos tienen la capacidad de ver a esos dobles.

Ni perro ni gato, ¡Liendo también los ve! ¡Y siente tal fascinación por ellos que les da protagonismo y les confiere la verosimilitud propia del realismo fantástico! A eso me refería cuando dije antes que no por clara y directa la obra de Liendo carece de la densa profundidad de los asuntos complejos. En un entramado sencillo por exento de simplicidad, Liendo nos revela la complejidad humana y la complicación del mundo. Nos recuerda esa locura que explica la vida porque, al final del día, cada ser de luz tiene su lado sombrío. Ese Ying y ese Yang que integran el equilibrio de la naturaleza humana. Lo mejor de todo es que, incluso siendo profundo, Liendo desdramatiza porque su humor honestamente cáustico (aunque amigable) nos recuerda que la vida es así. Así y punto.

En su poemario Materia bruta, Alfredo Chacón logró este prodigio: “Al darme alcance me rozó. Siguió el camino como si nada hubiese sucedido. No era mi doble ni mi sombra. Era yo mismo, mucho más cierto y decidido”.

El único peligro de los dobles, aseguran los compiladores de la Enciclopedia, es que uno de ellos se vuelva malicioso y decida actuar por cuenta propia. Un doppelgänger malévolo puede cometer crímenes de los que luego acusará a su dueño o, peor aún, adoptará una personalidad totalmente diferente a la de este. Pensemos, por ejemplo, ya que la circunstancia nos lo permite, en El difunto yo (de Julio Garmendia) y de cómo el doble le arruinó la vida a Andrés R. Pensemos en El otro yo (de Mario Benedetti)… ¡y en todos los dobles concebidos por el mismo Liendo! Pensemos en todos los dobles pergeñados por la literatura universal y en cómo son alegorías de la más llana condición humana. Es la buena literatura lo que vuelve al doble, al hombre par, un ser fantástico, extraordinario. El hombre como antagonista de sí mismo. Andando y desandando por esa línea, que es como el filo de una cornisa, Liendo se ha asegurado de que su obra tenga un eje transversal que le confiera su carácter y su personalidad. Y eso es, por mucho, uno de los mayores atributos de su trabajo narrativo.

Por eso, cada vez que escribo —y cada vez que escriba— sobre Eduardo Liendo será en registro de tributo y a modo de acción de gracias porque, aparte de mi amigo, Liendo ha sido mi maestro y es mi inspiración.

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