Por NELSON RIVERA
E. M. Forster (1953). Predomina una atmósfera de recato. Hablan de una novela inconclusa y pasan, rápidamente, por escenas de Pasaje a la India, Howards End, Donde los ángeles no se aventuran y otras. Métodos, rutinas y problemas técnicos de la escritura. “En todos mis libros escribo sobre las personas que me gustan, las que me irritan y la persona que creo que soy”. “La paternal expectativa de tantos críticos de mostrar cuánto deja atrás un escritor o cuánto se renueva a medida que avanza me parece un desatino”. Cuando ocurrió la entrevista, Forster tenía 74 años: irradia la imagen de un hombre que pasea por sus posesiones.
Graham Greene (1953). Se cuenta entre los que evitan a los periodistas. Refinado argumentador. Ajusta. Reacciona ante las imprecisiones. Hace una breve incursión en la cuestión de ficción y fe. Esta duda de fondo: “El talento, por muy grande que sea, no puede sostenerlo todo”. Una idea propia de un católico: “Nadie sabe lo bastante de los personajes de la vida real como para convertirlos en personajes de sus novelas”. El hombre que reconoce la impotencia humana, es el mismo que dice: “He conseguido retener cierto grado de control sobre mis historias”.
Ralph Ellison (1955): El sentido autocrítico le acompaña como una sombra. Esta sensación: la entrevista le sirve para ubicarse en el mapa literario. Especificidad y universalidad. Hemingway. “El lector blanco no quiere arrimarse demasiado al hombre negro, por así decir, ni siquiera en una recreación imaginaria de la sociedad”. El folklore. Por momentos se le escucha como a quien lee un manifiesto. “La búsqueda de identidad es el tema americano por antonomasia”. Moby Dick. Hunckleberry Finn. “La novela estadounidense es una conquista de nuevas fronteras”.
Georges Simenon (1955). Efectismo verbal, habilidad descriptiva, sentido común. Dar las respuestas que buscan los lectores. De sus hábitos: “Cuando escribo una novela no veo a nadie ni hablo con nadie, no atiendo el teléfono… Vivo como un monje. Soy uno de mis personajes todo el día: siento lo que él siente”. Las dificultades humanas para la comunicación. “Intento que cada uno de esos personajes tenga peso, como una estatua, y que sea hermano de la población mundial”.
James Thurber (1955). Dicen los entrevistadores: “No es un hombre cuya conversación resulte fácil de dirigir mediante preguntas”. Memorioso, conversador. Parece llevar consigo un morral repleto de anécdotas de sus colegas. Lúcido. “Muchos me conocen por haber leído la obra completa de Henry James, lo cual podría ser indicativo de una juventud —y parte de la vida adulta— desperdiciada”. En la entrevista apenas se indaga en la faceta de Thurber como humorista gráfico.
William Faulkner (1955). Confiesa reaccionar de forma agresiva a las preguntas personales. Cuentan las obras, no los artistas. “Juzgo a mi generación sobre la base del clamoroso fracaso en nuestro intento por lograr lo imposible”. Su visión del artista: “Criatura controlada por demonios”. Efectista: “El buen arte procede de delincuentes, contrabandistas y ladrones de caballos”. “Los personajes se rebelan, se ponen al mando y terminan ellos solos el trabajo”. Desdeñoso. Pontificador: “A la vida no le interesa el bien y el mal”.
Dorothy Parker (1956). Mordaz. Aplasta los tópicos como a insectos. Desmitificadora. Autocrítica. Cuando la preguntan sobre la principal fuente de inspiración de su obra, responde: “La necesidad de dinero”. Esta otra frase afín: “Vivir en una buhardilla no es bueno para nadie, salvo que seas Keats”. Luego de trabajar durante cuatro años para Vanity Fair como reseñista de teatro fue despedida tras vapulear a tres montajes. Una cita más: “Gertrude Stein nos hizo mucho daño cuando dijo que éramos una generación perdida”.
Isak Dinesen (1956). La entrevista la hace Eugene Walter, poeta, guionista, chef, actor, narrador y más. El material es el resultado de cuatro encuentros. Introduce a Dinesen: “Tiene una voz agradable, suave, pero la intensidad y timbre delatan de inmediato que es una dama de opiniones a un tiempo profundas y de una cautivadora frivolidad”. Viajes, años en África, familia de vaivenes y relatos. Una conversación, por momentos, a punto de escapar del periodismo. “Sería un desastre que la explicación de la obra estuviera fuera de la propia obra”. Hoffman, Andersen, La Motte Fouqué, Chamisso, Barbey d’Aurevilly, Turguéniev, Hemingway, Maupassant, Stendhal, Chéjov, Conrad, Voltaire: su galería de favoritos.
Truman Capote (1957). Advierte la entrevistadora: “Hay algo que te hace intuir que no es fácil engañarle y seguramente es mejor no intentarlo”. Dominio de las cuestiones técnicas. El estilo. Cabeza fría: “La emoción me hacer perder el control del relato”. El relato, la forma más exigente de la prosa. “Henry James es el maestro del punto y coma, Hemingway es el que mejor sentido de los párrafos tiene, y desde el punto de vista del oído, Virginia Woolf jamás escribió una mala frase”. Periodismo versus ficción. “Soy estadounidense y nunca podría ser otra cosa”.
Ernest Hemingway (1958). Dice George Plimpton, el entrevistador: “Hemingway es un hombre de costumbres (…) ordenado pero incapaz de tirar nada”. Detesta la imprecisión, las cosas a mitad de camino. Repite: a la literatura no hay que manosearla con un exceso de análisis. “Bastante difícil es escribir novelas y relatos como para que además te pidan explicarlos”. La escritura: una relación existencial. París, España. Su lista de predecesores incluye a músicos y a pintores, a partes iguales. “Parecería que estoy haciendo gala de una erudición que no poseo”. Habla el narrador de genio: “Todo lo que sabes o conoces pero decides omitir forma parte del texto y se manifiesta en él de alguna manera”. El escritor tiene a veces conocimientos inexplicables. Sobre la tensión distancia/proximidad: “Hay una parte de ti que observa desde la distancia desde el principio, y otra parte que está muy involucrada”.
T. S. Eliot (1959). Primeros vínculos con el mundo literario. Ezra Pound. Su obras como dramaturgo. “No hay cosas más distintas que escribir una obra de teatro para un público y componer un poema en el que principalmente te diriges a ti mismo”. Los cuatro cuartetos. La generosidad de Yeats. El inglés de la BBC. “Ningún poeta sincero puede estar seguro de que su obra tenga un valor perdurable”. Un hombre atrapado en su cautela.
Lawrence Durrell (1959). Tosco, desconcertante. “Tiene el aspecto del dirigente de algún sindicato menor que hubiese logrado fugarse con los fondos”. El paisaje inglés, violentamente creativo: “Lo que falla es el modo en que vivimos ese paisaje”. “Es la cultura la que separa y convierte al artista en una especie de refugiado”. Por momentos, un parlanchín. La prosa de las dificultades económicas: “Lo bueno de estar realmente apremiado y preocupado por el dinero es que descubres que cuando hay que escribir para vivir no te haces demasiadas preguntas”. Su trabajo —millones de palabras, según dice— para el Foreing Office. Libros alimenticios. “Mis propios libros me producen unas náuseas terribles, puras náuseas físicas”. Quince años esperando el momento de El Cuarteto. El efecto de las críticas: bloqueo. “Copio lo que admiro (…) Así que quizás soy un ladrón en toda regla”.
Aldous Huxley (1960). Los entrevistadores hablan de su cultura prodigiosa. Enumeración, acumulación: experiencias, recorridos, lecciones de vida. “La ficción es fruto de un esfuerzo continuado, y la experiencia lisérgica es una revelación de algo que está fuera del tiempo y el orden social”. Virginia Woolf, extraña narradora: “Woolf tiene una mirada de una clarividencia increíble, pero es como si lo observara todo a través de un cristal. Nunca toca nada”. Henry James: indiferente. Thomas Mann: aburre. T.H. Lawrence: admirable. “La narrativa, la biografía y la historia son las formas literarias por antonomasia”.
Boris Pasternak (1960). De visita en Moscú, la entrevistadora se presentó en casa del escritor sin previo aviso. Pasternak la recibe en el momento en que se apresta a salir. Ella le acompaña en su paseo. El viejo zorro evita los asuntos personales. No se sigue la estructura de preguntas y respuestas. El texto, sobre todo, narra el paseo y dos visitas más que ella le hizo en los días siguientes, en las que el amable no exhibe nunca sus prendas. Sobre los ensayos de Edmund Wilson sobre El Doctor Zhivago: “La novela no debe interpretarse en términos teológicos”. Alguna ráfaga sobre Vladimir Maiakovski: “Se suicidó porque su orgullo no le permitía aceptar los cambios que se producían en su interior y en su alrededor”. Mención a Hemingway: “El invierno anterior había sido uno de los autores más leídos en Moscú”.
Robert Frost (1960). 86 años y una personalidad que se hace sentir en lo inmediato. “Ha conseguido imponer al mundo una imagen creada por él”. Algo penetrante y vago, a un mismo tiempo, en el ambiente de la entrevista. Pound, Yeats, Lowell. Es la voz de alguien para quien muchas cosas han perdido la importancia que tuvieron. “Sí, soy demócrata. Nací demócrata y he sido infeliz desde 1896” (se refiere al inicio del control de la Casa Blanca por parte de los republicanos que se extendió por 16 años). Sobre el caso Pound: “Nunca hemos dejado de ser amigos, aunque no me gustó lo que hizo durante la guerra”. Lejos de los mundillos literarios. Elogia a Edward Gibbon: “Todo pensamiento consiste en la proeza de asociar”.
Iliá Ehrenburg (1961). Al año siguiente de sus asedios a Pasternak, Olga Carlisle (traductora de Solzhenitsyn al inglés), lo intenta con Ehrenburg. Llama: la secretaria le advierte que está muy ocupado. Distante, frío, casi desdeñoso, la recibe una semana después. Está en Moscú para asistir a una reunión del Soviet Supremo. En las paredes, dibujos de Picasso, Chagall y un Léger. Y un retrato de Ehrenburg hecho por Picasso. Pocas preguntas, largas respuestas, pulcras piezas del arte de la evasión. “No trazo una línea entre mi trabajo literario y mi actividad política porque defiendo las mismas ideas en ambos ámbitos”. De los clásicos, Chéjov y Stendhal. De los contemporáneos, Hemingway. Dice Carlisle, hija de rusos: “A pesar de su larga amistad con mi padre (…) solo me mostró una cara de escritor, lisa y pétrea”.
Robert Lowell (1961). Un poeta en lo suyo, de vasta cultura literaria. “La literatura no es un oficio, es decir, algo cuya técnica aprendes y luego aplicas una y otra vez”. En su conversación, los vericuetos técnicos afloran con inmediata facilidad. Rimas consonantes, dísticos, pareados. “No creo que exista una fórmula satisfactoria, así que oscilo constantemente entre el rigor métrico y el verso libre”. Diagnostica: “Quizás nunca haya existido tanta habilidad técnica en poesía”, pero “la literatura parece divorciada de la cultura (…) incapaz de plasmar buena parte de la experiencia”. Frost: “Tiene la virtud de la fotografía, pero el acabado del arte”. Crane: “El mayor poeta de mi generación, el que llegó más lejos”.
Ezra Pound (1962). Tres largas sesiones, durante tres días consecutivos, en Roma. Un hombre de cautelas, complejo y ávido, que corrige alguna afirmación del día anterior. Más de tres décadas en las que, salvo algún texto ocasional, solo escribía los Cantos. Traducciones. Yeats. Su ingreso a la universidad con quince años. Ford Madox Ford. Wyndham Lewis y, por supuesto, Eliot. “A Eliot, que tenía la virtud cristiana de la tolerancia, yo le debía de resultar muy difícil”. Lenguaje y gobierno. La entrevista tuvo lugar cuatro años después de que fuese liberado (1958) por el caso de “traición a la patria”, durante la Segunda Guerra Mundial. “Creí que estaba luchando por un derecho constitucional. Es decir, tal vez fue una chaladura total, pero jamás creí estar cometiendo una traición”.
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