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A través de Juan David García Bacca

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Por NILO PALENZUELA

Comprender al otro, señaló Nicola Abbagnano, es traducir al propio pensamiento la experiencia en que se funde la vida propia y la ajena. Este horizonte interpretativo es llevado hasta el límite por Juan David García Bacca (1901-1992).

Exiliado español, ciudadano venezolano desde 1952, el filósofo desarrolla su obra más ambiciosa a partir del encuentro con Quito, con Morelia y México D.F. y, sobre todo, con Caracas. Aquí llega en 1946 para formar parte del profesorado de la Universidad Central de Venezuela. Traductor incansable de los clásicos, de Platón y Plotino, y de los modernos, de Kant, de Hegel, de Marx, de Heidegger, García Bacca es el hermeneuta que traslada la experiencia filosófica y poética de los otros para ofrecer modelos de reflexión en su propia lengua. Heredero del pensamiento de Dilthey y de su afirmación de que todo sistema es una máscara de raíces históricas, deudor asimismo de la idea del valor de la poesía como punto de partida del filosofar, el hispano venezolano dota al idioma de herramientas para comprender el presente, el pasado y su duración. Traducir es dialogar y ensanchar los límites expresivos del español, alejarlo de la subordinación filosófica.

Desde el momento de su llegada a América, García Bacca atrae, en efecto, diversos discursos para hacerlos gravitar, como sugirió Juan Nuño, sobre los “círculos concéntricos” de su pensamiento. Su aventura es amplia, a veces de difícil acceso. Nos conformamos aquí con esbozar, hasta donde es posible, dos horizontes de sus ejercicios de traslación; uno, muy audaz y de marcado sentido dialógico, con pie en Heidegger, Hölderlin, San Juan de la Cruz; y otro, aunque más reducido, incardinado en la nueva sociedad que encuentra en las ciudades americanas,  en el despliegue tecnológico que sigue a la Segunda Guerra Mundial. Puede esbozarse así: el ser se vuelve  “uno-de-tantos”, esto que forma parte de nuestra cotidianeidad.

En México, García Bacca había emprendido la traducción de Hölderlin y la esencia de la poesía, de Martin Heidegger. José Bergamín, que más tarde también sería profesor de la Universidad Central, incluyó el ensayo en una de las colecciones de la Editorial Séneca, donde aparecería asimismo otro texto del alemán: ¿Qué es metafísica?, traducido por Xavier Zubiri. Se trata de dos discursos relativamente breves, que resultaron complementarios para sus lectores americanos y que tuvieron una influencia muy destacada en el siglo XX, también el ámbito de la poesía, pienso en su huella en el mexicano Octavio Paz o en el español Juan Ramón Jiménez.

García Bacca vuelve a aquella traducción, que mejora en Venezuela. La publica ahora acompañada de un largo estudio con similar título: Hoelderlin y la esencia de la poesía (Universidad de los Andes, Mérida, 1968). El filósofo da vueltas a dos asuntos heideggerianos: alrededor de la metafísica contemporánea —que destaca frente a las pre-ilustradas— y en torno al papel de la poesía en el dominio del conocimiento. Por un lado, expone la visión del ser que se sostiene sobre el vacío y que se pregunta “por qué ser y nos más bien nada” y,  por el otro, atiende a la palabra que vive entre los dioses huidos y los que han de aparecer, esta que persiste en renovado sentido fundacional: los poetas, como sugiere Hölderlin, hacen posible el diálogo con los otros, nos vuelven conversación, fundan el mundo. La audacia de García Bacca tiene que ver con la redes de relaciones y analogías que establece, con las voces que cita para hacer comprensible el texto heideggeriano.

Ya en un  encuentro en los locales de la Editorial Séneca, en México, varios poetas y pensadores —José Gaos, García Bacca, Enrique González Martínez, Octavio Paz,  José Vasconcelos y el mismo organizador del coloquio, José Bergamín— habían planteado las relaciones entre filosofía y mística, y habían destacado la cercanía de los dos campos de conocimiento ante aquello que los excede, la trascendencia, y ante aquello otro que los suelda al territorio existencial: las palabras. Poesía y mística, se dice, en algún momento emprenden sus caminos hacia lo que de difícil modo puede nombrarse.  El poeta clásico San Juan de la Cruz es entonces reclamado por los exiliados españoles y los intelectuales mexicanos. El impulso que lleva a tal asombroso vínculo viene de mano de Heidegger y de su lectura de Hölderlin, el texto de 1936.

La poesía vuelve a alzarse al nivel del pensamiento. La audacia se realiza entre autores a menudo distantes entre sí. María Zambrano, también en América a comienzos de los cuarenta, exprime las relaciones del pensamiento auroral de Nietzsche y el de San Juan de la Cruz. García Bacca va a hacer lo mismo con Heidegger y el carmelita del siglo XVI. El místico español le sirve de soporte para entender el sentido del dasein, del ser-ahí, en medio del tiempo, en la zona fronteriza con aquello que lo sobrepasa desde su cerco hermético y adonde no podrá llegar.

Con San Juan de la Cruz lee y traslada el pensamiento del filósofo de Friburgo. Pero también García Bacca atrae otras voces a los círculos de su escritura. Así regresa al neoplatónico Plotino, al que había traducido años atrás y sobre el que había escrito Introducción general a las Enéadas; y  lo hace no para destacar el descenso hispostático y la vertiente lumínica que procede del Uno Bien hasta destellar en la materia, sino para reapropiarse, movido por la nostalgia, de la ambición de seguir más allá: “Ir solo al Solo”. Esta concepción plotiniana le sirve para aventurar que la acción filosófica y la exposición del dasein, del ser-ahí, termina por hallarse con esa oclusión: el Solo deviene horizonte por donde ha de transitar el hombre contemporáneo, su noción de sujeto, sus especulaciones y certezas, expuesto indefectiblemente a la temporalidad y a la desaparición. El ser está rodeado de soledad y de silencio. Está solo ante la absoluta marcha de los dioses, pero debe continuar: “La existencia humana no puede habérselas con el ser si no es sosteniéndose dentro de la nada”.

García Bacca acude aquí y allá, establece redes, adquiere puntos de sujeción para dejar constancia de los espacios en los que se abisma un pensamiento que no puede contar con las certezas antiguas. En sus libros dilata así la mirada en un doble sentido, hacia la poesía, que funda lo existente para el pensar, para el diálogo y la conversación,  y hacia el complejo mundo que nos envuelve. La impaciencia mística tropieza con los límites del lenguaje; la ambición intelectual, con las fronteras de la lengua; la filosofía, con la sociedad contemporánea.

Es en el interior de la lengua, tejida por voces complementarias, donde se  hace habitable el mundo. Los diversos modelos de filosofar, agrandados por la poesía desde el origen —desde el poema de Parménides a San Juan de la Cruz y a  Stéphane Mallarmé, otro referente constante—, permiten a la lengua ampliar las posibilidades de comprensión en un tiempo contemporáneo que asiste al ocaso de las antiguas creencias y al nacimiento de las expresiones destructivas de una filosofía puesta al servicio de los sistemas políticos, ya encerrados en bloques.

La traducción y la comprensión de los otros, piensa García Bacca, hacen más habitable el mundo en su creciente despliegue tecnológico y científico. La filosofía y la poesía tropiezan con un naufragio metafísico insoslayable: es el abismo que vislumbran los existencialistas, desde Kierkegaard a Heidegger, y que los idealistas precipitaron al colocar en el suelo la racionalidad y sus acciones encaminadas hacia fines temporales e históricos. La escalerilla, ascendente o descendente, en algún momento abre, por decirlo con Mallarmé, l’intervalle attendu”: un intervalo esperado que no volverá a hallar salida fuera de sí.

Aquí se permanece entre la soledad y la posibilidad de diálogo si no se dejan atrás las preguntas metafísicas más simples (¿por qué ser y no más bien nada?, ¿por qué esto y no lo otro?). Sin tal prevención, sin tal recordación, se avanza hacia el totalitarismo del pensamiento y, lo que es peor, al rostro violento de los estados y los bloques políticos, que sacrifican cualquier diferencia. El sujeto que deja de pensar o que solo es epígono de las “zarandajas que últimamente han recorrido Europa, kantiano, husserliano, heideggeriano” (García-Bacca) se desvanece por el sumidero de la indistinción, la trivialidad o la indiferencia. Pero, ¿acaso la noción misma del ser no tiene pegadas en sus costuras el rostro de los totalitarismos y una jerarquización que induce a banalizar otras vidas, otras culturas, otros modos que ser?

Este traer a la lengua el pensamiento de los otros, desde su precisa ladera americana,  lleva también a advertir que algo ha acontecido en el crecimiento de las ciudades y en las concepciones del mundo, en la multiplicación de los habitantes: somos, en el último receptáculo del ser, uno más, lo que denomina “uno-de-tantos”.

También esta idea procede de la traducción. El origen está en uno de los capítulos de Ser y tiempo, de Heidegger, justamente de aquel en que el alemán esboza el sentido del “se”, del “uno”, en medio de los otros, en medio de la cotidianeidad, este estar solo entre muchos y donde se cuela la “coexistencia de los otros”, la comprensión de los otros, el ser que es también coestar. García Bacca traduce el Das Man como lo que somos en las nuevas sociedades, uno-de-tantos, salvo que lo inserta directamente, como hicieran los cuadros de Andy Warhol, en un tiempo muy reconocible: somos “uno de los miles que tienen nuestra talla y unos de los millones que beben Coca-Cola”. Estamos en medio de un modo de producción tecnológica y de comercio internacional, de sobre-naturaleza y de mercados, que funciona de otra manera y que incardina al ser en lo que incluso puede dejar de ser: “el uno-de-tantos”.

En Introducción general a las Enéadas (1948), en Antropología filosófica contemporánea (1955), en Antropología y ciencia contemporánea (1961), en Introducción literaria a la filosofía (1964), en Hoelderlin y la esencia de la poesía (1968), el filósofo perfila su manera de entender la nueva circunstancia a través de una reflexión metafísica que se encuentra cada vez más obligada a salirse de los habituales senderos retóricos. Lo que es en Heidegger una apertura abstracta hacia los otros, es aquí una imposición que ha traído la ciencia, el desarrollo tecnológico y la sociedad nacida después del desastre —no menos expansivo del ser y del no ser— que supuso la Segunda Guerra Mundial.

Se piensa desde la globalización y los peligros del presente. “Somos una de tantas cosas”, dice. El ciudadano contemporáneo no volverá a sentir “el ser como seguro”, “es ya Don Nadie, Don Uno de tantos, la forma que se da a sí el mismo hombre para huirse, para evitar el trato con su auténtica realidad de verdad, sin  tener que preguntar por qué causa estamos siendo”.

Desde Caracas, García Bacca ajusta su hallazgo bajo el apoyo de la estadística y de las ciencias y, desde luego, bajo la condición de ser del nuevo ciudadano.  En las conferencias de mediados del XX, en  “El hombre en cuanto uno-de-tantos”, en “Categoría y concepto de cualquiera, uno-de-tantos”, en “Individuo y particular”, no es ya la melancolía la que conduce a retroceder por la escala del conocimiento hacia el pasado y el origen, sino simplemente la voluntad de seguir el rastro histórico a su noción. Utilizando herramientas plotinianas, sugiere que el ser uno-de-tantos es el último eslabón de un proceso que parte del Renacimiento y que, por tanto, apenas tiene unos siglos. El ser uno-de-tantos ha debido expresarse antes como individuo, como sujeto, como persona, esto es, bajo todas estas formas que han crecido desde el siglo XV, y  que han avanzado a la par con el desarrollo de la ciencias y de la expansión cultural y económica (y colonial). El uno-de-tantos tiene tras de sí el retrato y el culto a la identidad de los renacentistas en sus galerías y estancias del poder, y también el despegue solipsista de la filosofía, ya en el humanismo, ya en el cartesianismo. Pero está a punto de desaguar.

El ejercicio de recordación no quiere salirse de la dimensión histórica: se detiene allí donde el pensamiento, el arte y la poesía conducen a la definición del sujeto, a su mostrenca aparición, al solipsismo filosófico, a la voluntad de autorretratarse, a la idea del hombre como encarnación divina, en ese momento donde, en este y otro continente, todo quiere concebirse como una sola manera de ser, bajo un solo pastor, un solo rebaño.  Se detiene entonces en ese muro, el histórico, sin siquiera promover cualquier trascendencia porque, desde la existencia contemporánea, esta se alimenta de la soledad y de la invención. El individuo afirma la identidad; el sujeto, sus cercos expansivos y racionales; la persona, sus máscaras o su personalidad; el pensamiento, su voluntad de dominación; el lenguaje, los límites del mundo. Más acá, en nuestra época, cualquiera de nosotros puede fabular con tener una imagen del universo, aunque resulte tan esperpéntica como la del dictador de Chaplin jugando con el globo. El ser-ahí, menos paródico y más alarmante, quiere custodiarse al tiempo que custodia el mundo.

El ser del nuevo ciudadano, este ser entre millones y millones de seres, está a punto de la  desaparición, sugiere García Bacca, si no entorna sus ojos y emprende el regreso hacia lo que ha sido antes, individuo, persona, ciudadano; si no rescata su noción de sujeto y vuelve a interrogar con la finalidad de no desvanecerse por completo. Situado en el marco de las sociedades de masas y  de la Coca-Cola, en esta sociedad en que ya resulta irrelevante si la leche y la Coca-Cola son de origen natural o artificial, ese ser uno-de-tantos, en su simple entidad numérica, es el soporte de la nueva sociedad y de los nuevos estados contemporáneos. El “uno”, yo, cualquier otro, simples referentes estadísticos, pueden ser utilizados  y puestos “al servicio de cualquier estúpida maquinaria de ideas”, de sistemas, de partidos, de “proyectos colectivos” totalitarios. El cualquiera, el Das Man, el “se” en su movimiento descendente, atenta contra la esencia de la palabra, empeñándose en trocar todo lo viviente en palabra-cosa, “en instrumento, o cosa de uso, maquinalmente utilizable por hombre-máquina, que habla como máquina, al servicio de cualquier estúpida máquina de ideas. La palabra hablada, lo dicho y redicho, la palabra circundante, los ‘slogan’, la propaganda, las consignas, los dogmas, las definiciones… —todo ello y algo más— atenta por igual y por el mismo motivo contra la Poesía y la Metafísica, contra Ser y Esencia” (Hoelderlin y la esencia de la poesía). En otro lugar va un poco más lejos: “El sujeto propio de la vida colectiva es Don  Nadie, Don Cualquiera (Das Man), Don-Uno-de-tantos. Y ¡ay del que se atreva a distinguirse y hacerse individuo, del que se crea dispensado de las leyes borreguiles que aseguran la estabilidad societaria!” (Introducción literaria a la filosofía).

Desde un horizonte que tira por un lado hacia el comienzo y por otro a la expansión del Ser, ya en el humanismo o en las ancestrales preguntas europeas, ya en medio de las ciudades contemporáneas y de los modernos circuitos comerciales, lo que somos desde lo “uno” puede querer representarse indefinidamente y multiplicar sus horizontes de dominación. Desde el interior de nuestras casas y más peligrosamente desde las instituciones nacionales e internacionales colmadas de poder, se puede dejar atrás la pregunta “por qué ser y no más bien nada” y plantarse, como sugiere el filósofo, ante esta otra: “¿Por qué mala ventura no somos dioses?”.  La tentación de responder afirmativamente no falta en la vida cotidiana ni en las decisiones políticas nacionales e internacionales.

García Bacca regresa a través de su noción al lugar en el que casi todo está a punto de perderse. Pero lo hace, empujado por el Das Man de Heidegger en una apertura hacia los otros que hoy resulta imprescindible ante los ataques constantes a la libertad. Los otros, después de la barbarie que vivió la época de García Bacca con sus endiosamientos ideológicos y sus catástrofes, pueden ser muy poca cosa. García Bacca, desde la vertiente americana, desde modelos de filosofar diversos, desde el trasiego de diversas expresiones literarias, insiste en esta herramienta conceptual que permite ver que la desaparición siempre asedia y que siquiera la melancolía del viejo conocimiento sortea la densa y creciente niebla del presente. Los totalitarismos no solo soportan mal el atrevimiento a distinguirse desde la reflexión, sino la misma instancia del uno-de-tantos. Hoy se aspira a mantener la identidad en su vertiente numérica, sin posibilidad de rebeldía crítica ni de recordación: amparadas en la ley, las cámaras de identificación facial y las que no graban a cada momento y en cualquier lugar solo quieren del uno-de-tanto la localización física del sospechoso. Archivos para la persecución: un ser-ahí para echarlo del mundo.

Desde otra perspectiva, la noción de García Bacca y su forma de abrazar discursos distantes dejan abiertas nuevas interpelaciones: ¿qué le ocurre a toda la cultura del ser cuando sabemos que es una-de-tantas? ¿Y qué si vuelve sobre su rastro desde la época de las conquistas americanas, de los enclaves coloniales africanos o de las regiones costeras e insulares del Índico? ¿Si reconoce que su apetencia metafísica ha traído el no ser a la naturaleza y a culturas completas? ¿Se puede soportar tanta insolación metafísica, tanto afán de poder? Los otros que vislumbra García Bacca y en los se reconoce, ese que ya se diluye en su dimensión descendente, acaso deja a la vista que hay otros modos que ser (Autrement qu’être, dirá Emmanuel Levinas) y que la conversación que a todos nos convoca puede alejarse del autoritarismo para percibir que el diálogo solo sobrevive si se establece con todo el mundo y con todo mundo, sin los excesos de la cultura invasiva de la que procedemos. “El pensamiento tout-monde, ha escrito Édouard Glissant, propone una evidente apertura hacia el otro permitiendo una recreación incesante de sí en el mundo actual, que se reconfigura constantemente a través del encuentro inmediato entre diversas culturas”.

En este sentido la apertura de García Bacca hacia el otro invoca un horizonte ético insoslayable. Parafraseando las palabras de  Luis Pérez Oramas de Ensayo sobre la destrucción, se puede añadir: cualquier filosofía convertida en ideología de un estado que no coloque el dolor del otro, del uno-de-tantos, como límite absoluto de su legitimidad, se aleja de lo que somos, de la conversación, de la vida. A su manera, el filósofo hispanovenezolano adelantó esta defensa en la comprensión del pensamiento de los otros.

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